En busca de la humanidad perdida
Cuando Don Marcelino Sanz de Sautola en 1879, ya muy en el interior de la cueva de Altamira, levantó la vista lentamente, buscando en la oscuridad ayudado por una débil lámpara de aceite sobre su cabeza, tuvo que soltar un grito ahogado de sobrecogimiento y sorpresa: el bajo techo cavernario estaba repleto de pinturas de …