Sigamos con los datos a nivel mundial. De los 56 casos de reversión democrática, la duración media de las democratizaciones fue de 6 años. Casi el 68% de las democratizaciones revertidas lo fueron durante los 5 primeros años y casi el 84% durante los primeros diez. De las democracias revertidas muchas emprendieron segundos y terceros procesos de democratización. Los segundos procesos emprendidos se mantuvieron en un 47% y los terceros en un 64%.
Las tasas de sostenibilidad y reversión democrática oscilan mucho por regiones y por tiempos. A nivel mundial de las 26 democratizaciones producidas en los años 60 sólo se mantuvieron el 11’5%; de las 20 producidas en los 70 se mantuvieron el 30%; de las 17 de los 80, el 76’5%, y de las 52 de los 90, el 72’5%. En América Latina se produjeron 26 episodios democratizadores (6 en los 60, 3 en los 70, 11 en los 80 y 5 en los 90) de los cuales se han mantenido 17 y revertido 9.
¿Cuáles son las variables de orden económico, social y político que correlacionan con la mayor propensión al mantenimiento o a la reversibilidad de las democratizaciones?
Los países que han mantenido sus procesos democráticos son en general más ricos –o si se quiere menos pobres- con un renta media de 2.618 $ (en dólares de 2006). Los países donde se han revertido los procesos democráticos tienen una renta media mucho menor: 866$. Pero otros datos sugieren que el crecimiento económico no es razón suficiente para la sostenibilidad democrática.
La desigualdad ha sido mucho mayor en los países donde se ha revertido que en los que se ha sostenido la democracia. Igualmente las tasas promedias de población viviendo con menos de un dólar día eran del 40% en los primeros y del 20% en los segundos. La tasa de mortalidad infantil era el doble en los países que han revertido la democracia que en los que la han sostenido. Estos datos sugieren que las desigualdades severas en ingresos, activos u oportunidades importan a la hora de explicar la supervivencia o reversión de los procesos democráticos.
Hay otras divisiones no económicas que parecen importar como es el caso de la fragmentación etno-lingüística de una sociedad (Alesina). Los datos muestran que en los países con una fragmentación etno-lingüística superior a la media las reversiones democráticas alcanzaron un 51% mientras que en los que este índice se situaba por debajo de la media la reversión alcanzó el 38%.
La renta per cápita, la pobreza, la desigualdad, la mortalidad infantil o la fragmentación etno-lingüística influencian en la probabilidad de mantenimiento o reversión de los episodios democráticos. Influencian pero no determinan. Hay países con condiciones iniciales muy desfavorables (Mozambique, Malawi, Ecuador, Bolivia) en los que la democracia se ha mantenido, al menos por el momento. Estos datos sacuden el saber convencional según el cual las democracias entran en riesgo cuando el desempeño económico es pobre. No fue así en la Europa del Este cuyos países a principios de los 90 sufrieron un colapso económico comparable al de los años 30. La democracia fracasó en Tailandia a pesar de su fuerte crecimiento entre 2000 y 2005. Hoy la democracia se encuentra en riesgo en Venezuela, Georgia, Rusia o Bolivia, a pesar de su crecimiento basado en todos los casos en la exportación de recursos naturales.
En conclusión, el bajo crecimiento económico por sí sólo no es un signo claro de amenaza democrática. Del mismo modo, el alto crecimiento por sí sólo tampoco es ninguna garantía contra la reversión democrática.
Lo mismo sucede con las reformas económicas. Ha habido un gran debate sobre si las democracias podían resistir las terapias de choque o exigían mayor gradualidad reformista. Pero lo que parece más significativo no es el ritmo sino si los efectos beneficiosos de la reforma son ampliamente compartidos por las poblaciones. Hay que mirar más allá de las variables económicas.
Considerando variables políticas, los datos también desmienten que los regímenes parlamentarios sean más propensos a la estabilidad democrática que los presidencialistas (la tasa de reversión es del 36% para los presidencialistas y del 50% para los parlamentarios, siendo el resto no clasificable en estas categorías). La preferencia de los politólogos por el régimen parlamentario se debe a que suponen que protegerá mejor de los riesgos de abuso por el Poder Ejecutivo.
En cambio, si miramos el grado o nivel de constricciones institucionales efectivas del Poder Ejecutivo (eficacia de la oposición política, poder judicial independiente, Tribunal Constitucional efectivo, poderes territoriales autónomos, transparencia, rendición de cuentas…), los datos resultan reveladores, independientemente de que se trate de un régimen presidencialista o parlamentario:
“Cuando las constricciones institucionales sobre el Ejecutivo son débiles, la democracia es revertida un 70% de las veces. Cuando las constricciones institucionales son fuertes el porcentaje se reduce a 40%. Analizar los equilibrios de poder que se instalan en los procesos democratizadores resulta, pues, más apropiado que considerar el presidencialismo o parlamentarismo del sistema.” (Kapstein y Converse).
Una primera lección que se desprende de estos datos es que no hay círculo virtuoso entre crecimiento económico y democratización. Es necesario atender a la calidad de las instituciones políticas y económicas, formales e informales, vigentes en cada país, más allá del crecimiento y de la institucionalidad democrática y económica formal y eso inevitablemente nos llevará a considerar sus estructuras socio-económicas, su sistema de frenos y contrapesos y sus equilibrios distributivos.
Una segunda lección es que hay que prestar mucha más atención al tipo o calidad de crecimiento, es decir, a la medida en que los ingresos, los activos y las oportunidades están distribuidos. Al fin y al cabo, la redistribución es el espejo económico que refleja el sistema político efectivo de un país. El objetivo democrático y económico debiera ser el mismo: diluir la concentración del poder.
Tercera lección, para los programas de cooperación a la democracia: El apoyo prestado a los regímenes que han promovido reformas neoliberales a expensas del desarrollo institucional (los Menem, Salinas de Gortari, Sánchez de Lozada o Boris Yeltsin) no estaba bien fundado. El apoyo a las democratizaciones no puede hacerse sólo ni principalmente a través de programas de promoción de la democracia. Un apoyo efectivo y sincero a la democracia pasa por una batería de políticas cuyo propósito común de fondo ha de ser la distribución del poder económico y político a la vez que el aumento de las oportunidades vitales para todos los ciudadanos.
La democracia es la lucha incesante por conseguir la participación política igual y libre de todos los ciudadanos en las diversas y cambiantes condiciones sociales, económicas y culturales. Por eso no es un punto de llegada. No hay consolidación democrática. Siempre hay oportunidades y amenazas democráticas. Sin libertad la igualdad es tiranía. Sin igualdad, la libertad de participación es falsedad porque falta la autonomía personal. Cuando falta la libertad-autonomía de la persona no hay democracia verdadera. La responsabilidad de los demócratas es a la vez combatir la concentración del poder y crear las condiciones sociales, económicas e institucionales de la participación igual y libre.
Para saber más: Ethan Kapstein y Nathan Converse (2008), Young Democracies in the balance: Lessons for the International Community. CGD