Las Condiciones Institucionales de la Mano Invisible

-resistir a la oleada estatizante y neopopulista que vivimos no es suficiente
-resistir hoy con las ideas de los 90 es, además, reaccionario
-hacen falta nuevas ideas, nuevos liderazgos, nuevas prácticas y discursos,
-que partan de otra crítica del neoliberalismo
-y ofrezcan a los pueblos otros proyectos nacionales y de integración que afloren de los propios procesos nacionales y contribuyan no sólo al crecimiento del PIB y a la reducción de la pobreza y la desigualdad, sino al reconocimiento de la dignidad de toda la gente en su diversidad, a hacerlos actores individuales y colectivos del proceso democrático, a devolverles el orgullo de ser lo que son y la esperanza creíble de un futuro mejor para ellos y sus hijos.
Esta tarea es nacional, no puede ser suplida por ningún Harvard ni por ninguna burocracia internacional benevolente. No valen ni los enfoques tecnocrático ni las prácticas elitistas democráticas del tipo “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
¿Qué hacer?
D. Fernando Illanes nos pedía reflexión sobre “cómo avanzar con democracia, sin pobreza y con equidad en una época de grandes cambios e incertidumbres en la que en pocas décadas el planeta, según sus propias palabras, la sociedad, el comercio y el propio ser humano serán irreconocibles desde la perspectiva actual.
¿Qué es lo que hay que superar?
—No sólo los indicadores de desarrollo económico a largo plazo que –más allá de la coyuntura extraordinaria y favorable que aún vivimos- siguen siendo inquietantes y que no procede aquí recordar.
—Hay que superar ante todo la vulnerabilidad, la baja autoestima, la desesperanza, la impunidad, la corrupción, los bajos niveles de institucionalidad, el racismo y todas las formas de discriminación… Hay que avanzar en definitiva hacia el ideal de la igual libertad, lo que exige instituciones y políticas que permitan la participación de todos –incluidas las próximas generaciones- en los frutos del necesario crecimiento. Las comunidades políticas existen no sólo para procurar el desarrollo económico y social, que hoy exige velar por el medio ambiente, sino también para procurar identidad o identidades.
— Hay que superar radicalmente una idea minimalista y conformista de la democracia que la limita al acceso y cambio en el ejercicio del poder por medios electorales. Las democracias no son sólo elecciones. Tampoco son sólo instituciones formales que pueden estar desmentidas por otras informales que las subviertan. La calidad de la democracia es función de cuánta participación política igual y libre se permite a la totalidad de la ciudadanía. Cuando la participación se pretende igual pero no es libre se abre el camino al totalitarismo. Cuando la participación es libre pero no igual, las grandes desigualdades degradan la democracia en diversas formas de clientelismo. La lucha por el progreso democrático, la lucha de los verdaderos demócratas, no es sólo una lucha política, sino también por crear las condiciones sociales, económicas y culturales para la participación política igual y libre. La libertad exige el respeto al pluralismo. La igualdad democrática no se refiere a la redistribución igual de activos sino a la “igual libertad”, que requiere la autonomía de la persona, la libertad-autonomía bajo el imperio de la ley.
—Hay que superar también radical y decididamente una falsa idea de la economía de mercado. La economía de mercado es una forma exigente de la economía capitalista. Hay muchas formas de capitalismo: mercantilista, de camarilla, de estado, de economía de mercado –más o menos social o libre-… La economía de mercado no florece en un vacío institucional. El vacío institucional no genera mercados sino mafias. La mano invisible de Adam Smith no funciona si no es en el contexto institucional de unos Estados que vinculan el comportamiento propio y el de todos los actores económicos y sociales a unas instituciones, unas leyes y una cultura que garantizan la propiedad, la libertad, la competencia, el empleo, los derechos de los trabajadores y de los consumidores, el medioambiente y la participación de la sociedad en los beneficios empresariales vía tributaria.
2. Hacia una economía postneoliberal
En 2005 el Banco Mundial publicó un documento titulado “Economic Growth in the 1990s. Learning from a Decade of Reform” donde se revisa por qué la aplicación del saber convencional más reputado en los 80 y los 90 produjo resultados tan decepcionantes. Las conclusiones más importantes fueron:
—Que si bien los mejores resultados se dieron allí donde se avanzó hacia verdaderas economías de mercado, los principios generales de éstas admiten diversas políticas y diversos procesos de construcción institucional, por lo que las políticas y la consultoría económica para ser efectivas deben ser específicas para cada país y muy sensibles a la institucionalidad real –formal e informal- vigente.
—No existe un solo sistema de reglas de mercado. El crecimiento sostenido depende de una serie de funciones clave que deben mantenerse en el tiempo: acumulación de capital físico y humano, eficiencia en la asignación de recursos, adopción de tecnología y distribución de los beneficios del crecimiento. Cuál de estas funciones resulta más crítica en el tiempo y qué políticas deben formularse para asegurarla, qué instituciones se necesita crear y con qué secuencia, es algo que sólo puede establecerse en función de las condiciones iniciales y la historia de cada país.
—El gran error de los 80 y los 90 fue creer que existían “mejores prácticas”, “maletas de soluciones en busca de problemas”, paquetes preestablecidos de acciones, portados por la consultoría internacional, que podrían ahorrarnos el esfuerzo del análisis en profundidad de cada realidad nacional. No hay un solo modo de lograr la estabilidad macroeconómica, la apertura y la liberalización, pues estos fines comunes pueden conseguirse a través de instrumentos y tiempos muy diversos.
La sabiduría convencional de los 80 y los 90 hizo creer que mediante políticas orientadas a la estabilidad macroeconómica, la liberalización comercial y del sector financiero, la privatización y la desregulación, la modernización del sector público y las reformas democratizadoras, se pondrían las bases para un crecimiento sostenido impulsado por fuerzas del mercado liberadas y renovadas. Pero la mano invisible de Adam Smith no funcionó como se esperaba porque no existían las condiciones institucionales.
Fueron precisamente los países como China, India y Chile que no aceptaron el saber convencional empaquetado en el Consenso de Washington e impulsaron economías de mercado adaptadas a sus condiciones institucionales específicas, los que obtuvieron los mejores resultados. Los peores se dieron en África, en la ex-Unión Soviética y en buena parte en América Latina.
La opinión que hoy se impone para explicar las razones del fracaso es que no se prestó suficiente atención a las instituciones. Francisco Gil Díaz, ex Ministro de Hacienda de México, lo explicaba del modo siguiente:
Las políticas que se emprendieron eran un pálido reflejo de lo que una economía de mercado debería ser, si entendemos la economía de mercado como el marco institucional necesario para que florezca un crecimiento sano. Lo que ha sido implementado en nuestro continente es una caricatura grotesca de la economía de mercado. Las empresas estatales fueron privatizadas sin prestar mucha atención a los mercados en que debían operar. La liberalización financiera permitió que intermediarios ineficaces canalizaran los recursos, domésticos y externos, hacia empresas estatales y prestatarios privilegiados, contribuyendo con ello a la producción de crisis masivas. En algunos casos la falta de fuerzas políticas competitivas y de verdadera libertad de prensa permitió que algunos de los mejor conectados políticamente se aprovecharan de las privatizaciones y hasta tomaran el control de los recursos naturales haciendo que la corrupción floreciera al tiempo.
El tiempo del neoliberalismo no sólo ha terminado para los países en desarrollo. El 1 de agosto de 2008, Steven Pearlstein publicaba un artículo en el Washington Post titulado “Goodbye to the Invisible Hand” en el que sostenía que la era del capitalismo modelo británico y norteamericano, considerado superior al japonés o al europeo continental, estaba dando paso a algo diferente. Este es el tipo de capitalismo que ha acompañado a la globalización; pero los beneficios de una nueva oleada globalizadora para mucha gente, en el mundo en desarrollo y desarrollado, ya no estarían compensando sus costos. El autor es decidido partidario de expandir la globalización, pero no en las condiciones neoliberales, es decir, de una desregulación que impide la protección o producción de bienes públicos valiosos y de una débil fiscalidad incapaz de financiar la red de seguridad para los trabajadores norteamericanos que ninguna economía de mercado sería capaz de garantizar.
El predominio de la lógica de mercado desregulado en el sistema de salud, los graves fallos de los mercados energéticos desregulados, la desastrosa asignación del crédito y la burbuja inmobiliaria, los escándalos corporativos… están haciendo que los norteamericanos estén perdiendo la confianza en los mercados desregulados y débilmente gravados. Los norteamericanos descubren que este modelo es capaz de expandir eficazmente la producción y la eficiencia económica, pero que es incapaz de proveer otros bienes que los ciudadanos valoran igualmente como son la seguridad, el trato equitativo, la seguridad económica, la salud universal o la sostenibilidad ambiental…
Nancy Birdsall, presidenta del Centro para el Desarrollo Global, mantiene que la desigualdad neoliberal es desigualadora, lo que se debe
(1) a que los mercados globales funcionan y recompensan a los que ya tienen activos productivos, como puede observarse en el desigual crecimiento de los países que ya poseían altos niveles de capital físico y humano en relación a los que no así como en la incentivación que se está produciendo de los más preparados de los países pobres;
(2) a que son imperfectos y que dañan sobre todo a los más pobres, como puede observarse viendo que después de cada crisis financiera se procede una concentración de la renta a favor de los más ricos en cada país y
(3) a que las regulaciones globales tienden a reflejar el poder de mercado y los intereses de los países más ricos, para lo que basta observar el régimen del comercio internacional, el régimen de las migraciones internacionales o el régimen de los derechos de propiedad vigentes.
La globalización neoliberal está produciendo por ello una mayor desigualdad entre los países ricos y pobres, lo que no desconoce que el alto crecimiento de países como China e India está reduciendo la desigualdad entre la gente de todo el mundo así como la pobreza global. No obstante allí donde la globalización está reduciendo la pobreza –China- está también elevando la desigualdad y sembrando la semilla de futuros problemas.
La desigualdad no interesó al neoliberalismo, pero la desigualdad importa para el desarrollo porque:
(1) inhibe el crecimiento en países con mercados y estados débiles, a diferencia de lo que sucede en los países desarrollados con mercados y estados fuertes donde no se observa correlación entre desigualdad y crecimiento (por lo que ha podido hablarse de desigualdad destructiva y constructiva);
(2) subvierte las buenas políticas públicas como es el caso notorio de la educación que tiene dificultades casi insalvables para desarrollarse universalmente y con calidad en los países muy desiguales, y
(3) subvierte la toma de decisiones colectivas y las instituciones sociales críticas para una sociedad saludable, lo que se observa en la estrechez de las clases medias tanto a nivel mundial como en los países altamente desiguales.
Maquiavelo, en sus mejores escritos republicanos (Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, 18 final) ya advirtió que “la corrupción y la falta de aptitud para la vida libre nacen de la desigualdad que existe en la ciudad y para establecer la igualdad es preciso recurrir a muchas medidas que pocos saben o quieren usar”.
Por todo lo anterior, la justicia global será un tema recurrente del siglo XXI. Hoy estamos muy lejos de ella. La mayoría de la desigualdad global observable es de naturaleza destructiva, refleja dotaciones y oportunidades muy desiguales a nivel global entre la gente. Y sin embargo el sistema de mercado global tiene beneficios potenciales enormes, aunque coincidimos con Nancy Birdsall en que ello se dará sólo a condición de que se avance hacia:
1. La construcción de un contrato social global que enfrente las dotaciones desiguales entre los países.
2. Nuevas y mejores regulaciones globales y arreglos regulatorios orientados a proveer bienes públicos, proteger el medioambiente global, gestionar los riesgos financieros globales, combatir los procesos anticompetitivos…
3. Dar más voz y voto a los países pobres y a la gente pobre en los foros globales (FMI, BM, Consejo de Seguridad de la ONU, Comité de Basilea para la regulación y la supervisión bancaria…)
4. Poner más énfasis en la vigilancia de los compromisos y la adhesión a reglas justas por parte de los países ricos.
Los mercados nunca han sido plenamente eficientes ni compatibles con la cohesión social en ausencia de Estados fuertes capaces de crear y sostener la institucionalidad que constituye en el fundamento de la legitimidad de la mano invisible. Con mercados globales no hay otra: se trata de avanzar hacia una polity o comunidad global más robusta y representativa con la misión de procurar un mundo más justo, menos dividido y más amigable al desarrollo humano. Un mundo con una gobernanza global que se inspire en las tres condiciones que proponía Kant para la paz perpetua: (1) un mundo de Estados libres y organizados constitucionalmente; (2) sujetos todos a la fuerza reguladora del Derecho internacional y (3) sobre la base de una sociedad civil crecientemente global, respetuosa del pluralismo y cohesionada por una constitución cosmopolita, es decir, por un catálogo de derechos humanos básicos y obligatorios.
Dentro de esta agenda global resulta ineludible abordar el tema de las grandes corporaciones transnacionales. Señalaba Robert Harvey, un conservador británico, antiguo editorialista de The Economist, que la reforma de la gran corporación transnacional debe considerarse ya un tema de la agenda global, dado que su posición actual la ha situado fuera del alcance de las instituciones que constituyen el fundamento y la legitimidad de las economías de mercado; que la serie incesante de escándalos y fraudes a los que estamos asistiendo está fuera de control; que en esto radica la mayor amenaza para el capitalismo global y que si no se pone coto a todo ello el nacimiento de un “neocomunismo” está cantado, pues el comunismo nunca triunfó por mérito propio, sino por la insensibilidad social y la incapacidad reformista de los capitalismos.
  3. Empresas y entorno institucional empresarial
Si en América Latina no existían en general verdaderas economías de mercado ¿cuál era el régimen económico vigente en general? ¿Cuál ha sido en el entorno institucional de la empresa?
El tipo de capitalismo que ha prevalecido en muchos países latinoamericanos es el “capitalismo de camarilla” o “crony capitalism”, que en absoluto es asimilable a la economía de mercado. El capitalismo de camarilla o “crony capitalism” no es un recurso literario, sino un concepto riguroso elaborado por la historia y la teoría económica.
El camarillismo o compinchismo describe una situación en la que los que se hallan próximos al gobierno reciben favores que tienen considerable valor económico. Estos favores, aunque a veces consisten en transferencia directa de riquezas (tierras, subsidios o condonaciones de impuestos) más a menudo consisten en la provisión de posiciones económicas. Por ejemplo, cuando se transfiere la propiedad o el derecho de operar una empresa que se privatiza; o cuando se conceden, de hecho o de derecho, posiciones de monopolio o cuasimonopolio; o cuando se conceden créditos a tasas de intereses altamente subsidiados; o cuando se conceden contratos gubernamentales…[1]. El capitalismo de camarilla es un capitalismo en el que los políticos en el poder y determinados grupos empresarios se reconocen, conciertan y actúan como colegas, socios o compinches. Stephen Haber[2] argumenta que se trata de una forma capitalista de resultados menos eficientes y equitativos que la economía de mercado institucionalizada, pero que es la única que puede asegurar un cierto tipo de crecimiento en condiciones de fuerte inestabilidad política y/o gran desigualdad social.
El argumento es el siguiente: Existe un gran consenso en la teoría y la historia económica en torno a que el sistema social más eficiente es el que reconoce y protege derechos políticos y económicos universales mediante instituciones confiables, es decir, a través de un gobierno constitucional y un estado de derecho efectivos. Ello es así porque en estos sistemas se resuelve el llamado problema del compromiso, es decir, los titulares de los derechos tienen garantías creíbles de que el gobierno y los terceros respetaran sus derechos y las leyes y contratos bajo cuyo amparo fueron creados. En otras palabras: existe seguridad jurídica para los derechos políticos y económicos universalmente reconocidos bajo una efectiva igualdad de los ciudadanos ante la ley. Todo lo cual constituye el más poderoso incentivo para la universalización del ahorro y la inversión productiva.
Pero todo esto es prácticamente imposible en condiciones de continuada inestabilidad política y/o de fuerte desigualdad. En tales condiciones el problema del compromiso no puede resolverse a través del estado de derecho para la economía. Una solución inferior viene constituida por el capitalismo de camarilla. Este sirve para mitigar los efectos de la inestabilidad y/o la desigualdad. Es una fórmula de segunda clase capaz de producir crecimiento aunque inestable y desigual, es decir, de baja calidad.
Se trata de un capitalismo sujeto a reglas, pero no se trata de reglas universales, sino elaboradas concertadamente por y para la camarilla. La gobernanza económica en que se expresa es creada por los miembros de la camarilla en beneficio propio, aunque se impone su respeto al conjunto de la población. De esta manera el gobierno resuelve el problema del compromiso generando estructuras de confianza entre los colegas o compinches que así ya pueden invertir y tener una cierta seguridad para sus inversiones mientras se mantengan en la camarilla. La camarilla se institucionaliza cuando es capaz de reacomodarse al cambio de sus miembros y de los sucesivos gobiernos. En realidad la gobernanza política y económica que resulta expresa un proceso iterativo de contratos y recontratos entre los colegas o miembros.
Este sistema es desde luego incompatible con el estado de derecho y la economía de mercado institucionalizada. Los capitalistas privados de este sistema no pueden calificarse propiamente como burgueses porque no aspiran a crear un orden económico y jurídico universal ni a separar el estado de la economía y la sociedad. Los miembros de la camarilla aspiran a controlar el proceso político porque si pierden el control falla la solución del problema del compromiso y pierden la seguridad (no jurídica sino política y de poder) de sus derechos de propiedad. La integración de política y economía que se produce solo es posible bajo liderazgos presidenciales fuertes y altamente discrecionales. De ahí que cuando la camarilla tiene que aceptar la democratización sólo puede hacerlo controlando el proceso político (las elites de los partidos se integran con las elites económicas y controlan patrimonial, prebendal y clientelarmente a sus partidos), es decir, manteniendo una democracia de baja intensidad o delegativa. En definitiva, el capitalismo de camarilla expresa unas fórmulas de toma de decisiones y de solución de conflictos entre actores estratégicos que no pueden transparentarse sino muy parcialmente y que por ello están impregnada de informalidad. Es decir, en el capitalismo de camarilla los empresarios formales también son en gran medida informales, son los colegas, socios o compinches de sus correspondientes políticos.
Este sistema condena necesariamente a la informalidad económica y a la ilegalidad tributaria a la gran mayoría de los emprendedores del país. El emprendedor no puede formalizarse porque al no poder por lo general integrarse en la camarilla no queda protegido por el sistema de seguridades informales de los miembros de ésta. Si se formaliza soporta los altos costos de transacción por incertidumbre característicos de los gobiernos sin o con bajo nivel de estado de derecho. Se refugia entonces en la informalidad con lo que no sólo se impide el desarrollo de clases medias productivas que amplíen la base fiscal y la ciudadanía sino que se crea un freno tremendo al desarrollo al limitarse las transacciones económicas al ámbito de confianza personal característico de los mercados informales.
El capitalismo de camarilla al no reconocer verdaderos derechos universales de ciudadanía económica también estimula los corporativismos de todo tipo. Las personas, ante la falta de instituciones que garanticen sus derechos de modo igual, tienden a agruparse en corporaciones profesionales, gremiales, empresariales de todo tipo, que por lo general tampoco propenden a la creación de un orden jurídico y económico universal sino a la defensa del status quo, en el peor de los casos, o a la captura de rentas legalmente garantizada, en el mejor. Lógicamente nada de todo esto favorece ni el desarrollo democrático ni el avance del estado de derecho. No resulta extraño, pues, que los bolivianos, como tantos latinoamericanos, de modo prácticamente unánime, en todos los estudios sociales que nos son conocidos, manifiestan altos niveles de confianza interpersonal en su círculo vital de referencia (familia, comunidad, iglesias…) y bajísimos e inquietantes niveles de confianza en relación al funcionamiento de las instituciones generales en las que no se hallan directamente encuadrados (leyes, políticas, policía, jueces, ejército).
SOBRE CAPITALISMOS, EMPRESAS Y ESTADOS EN LA ERA GLOBAL
Pensando en Bolivia
Los líderes neopopulistas latinoamericanos propalan que América Latina está levantando una cruzada contra “el capitalismo”. No se trataría sólo de una rebelión contra su forma específica de “neoliberalismo”, sino de capitalismo a secas, es decir, un sistema socio-económico que ha registrado múltiples y contradictorias formas a lo largo de la historia y que presenta otras no menos variadas y evolutivas en su realidad actual.
Históricamente, en Europa Occidental, las contradicciones entre el capitalismo mercantilista y el capitalismo liberal se fueron resolviendo desigualmente a través de choques y conflictos cuyo paradigma fueron las revoluciones liberales. En América Latina el mercantilismo colonial subsistió a lo largo de la historia republicana y coexistió con amplias zonas de economía informal y de subsistencia dando lugar a mercados fragmentados e imperfectos conectados internacionalmente a través de “enclaves” económicos, lo que se corresponde con un tipo específico de capitalismo, internacionalmente conocido como “capitalismo de camarilla o de compinches”, que es el correlato de mercados ineficientes, economías en gran medida informales y estados débiles. De hecho en América Latina la revolución liberal no ha tenido lugar. Los partidos llamados liberales nunca lo fueron de hecho. Es un continente que en algún momento se apuntó al neoliberalismo sin haber pasado nunca por el liberalismo.
En el panorama internacional actual coexisten diversos tipos de capitalismo: desde el estadounidense, más liberal, hasta los europeos que se orgullecen e inquietan por su “modelo social”, pasando por “capitalismos de estado” y economías que –como las de China o Vietnam- se autocalifican de transición a la “economía de mercado”, constitucionalizada por ejemplo en China que está experimentando la mayor transición al capitalismo jamás conocida ¡bajo la dirección de un partido comunista! Con Rusia, India y China caminando nuevos y diferentes senderos del capitalismo no parece que este modo de producción haya agotado su ciclo histórico, a pesar de todas las contradicciones viejas y nuevas que registra en un mundo global, de grandes desigualdades, sujeto a graves riesgos derivados del cambio climático, la falta de control de la innovación tecnológica, la crisis alimentaria, el descontrol de las transnacionales y, sobre todo, la ausencia de mecanismos democráticos de gobernanza global. En síntesis, la palabra capitalismo designa hoy, más que a una “especie”, a un verdadero zoológico de sistemas socio-económicos. Mirar esta complejidad con las lentes mohosas de estilo Marta Harneker seguro que extravía la visión.
Otro error muy común en América Latina tanto entre los políticos como entre los empresarios consiste en confundir la defensa de la economía de mercado o sistema de libre empresa ya no con el capitalismo en general (del que es sólo una forma histórica) sino con la defensa de las concretas y particulares empresas existentes en un momento dado.
La economía de mercado sólo nació con las revoluciones liberales que se rebelaron contra las prácticas mercantilistas de las monarquías absolutas europeas que negaban la libertad de empresa y la competencia de mercado, entendían la práctica industrial y comercial sujetas a “privilegios” regios, protegían el monopolio de las corporaciones gremiales y defendían la prioridad de la política contra la “autonomía” de la economía a la que sometían a regulaciones, intervenciones y fiscalidades arbitrarias. El mercantilismo era capitalismo sin seguridad jurídica y sin reglas universales para la práctica de las libertades económicas. Era un sistema que no sólo resultaba ineficiente económicamente e inequitativo socialmente sino, además, corrupto política y económicamente.
Las economías de mercado son imposibles sin verdaderos estados de derecho, al menos en su forma de estados liberales de derecho. Sin Estados capaces de extender la autoridad de las mismas leyes a todos los agentes económicos no hay economía de mercado verdadera. Ésta requiere unas condiciones institucionales básicas y mínimas que en general han faltado en todos los países en los que los Salinas de Gortari, los Carlos Andrés Pérez, los Menems o los Sánchez de Losada proclamaron ¡ya somos una economía de mercado! ¡Ya somos un estado de derecho! Poco tiene de extraño que quienes no tenían por qué saber que significaban estos conceptos acabaran rechazándolos como horizontes de organización económica y política cuando lo cierto es que, rectamente entendidos, todavía tienen una carga de revolución económica y política en la mayoría de países latinoamericanos.
Reivindiquemos a Adam Smith, un filósofo moral escocés de vida muy austera, cuya crítica del mercantilismo alumbró en el Siglo XVIII la ciencia económica. Él veía (en su Teoría de los Sentimientos Morales) que la causa principal de la corrupción está “en la disposición a admirar, y casi a adorar, al rico y al poderoso y a despreciar o al menos menospreciar a las personas pobres y de medios limitados…”. Adam Smith ha sido interesadamente malinterpretado en sus ideas sobre la riqueza, los empresarios y la mano invisible. Para él era reprochable toda riqueza obtenida violando “las reglas de juego limpias” cuyo garante tenía que ser la propia sociedad y en último extremo el Estado. Según él, la mano invisible o libre empresa sólo promueve el interés común cuando los empresarios buscan su interés “por un camino justo y bien dirigido”. Y defender la libre empresa es diferente a defender a los empresarios concretos existentes pues éstos, en ausencia de un Estado fuerte e imparcial, tenderán a realizar sus propios intereses a expensas del interés común. “Rara vez –escribió- se verán juntarse a los de una misma profesión u oficio… que no concluyan sus juntas y conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o mercancías”. Antes como hoy, los políticos y los ciudadanos conocedores y respetuosos de la economía de mercado deben prestar atención a las graves tendencias de las empresas y conglomerados empresariales –incluidos los estatales y transnacionales- a afectar ilícitamente la formación de políticas, leyes y regulaciones estatales.
Las economías de mercado no nacen en vacíos institucionales. Los desiertos y desórdenes institucionales sólo producen mafias. La libre empresa requiere, para producir eficiencia económica, un delicado tejido institucional público y privado que va mucho más allá de las “liberalizaciones” impulsadas por el Consenso de Washington. Desde Von Hayek, uno de los padres pensadores del liberalismo, hasta Douglas North, uno de los padres de la economía institucional, una poderosa corriente de la ciencia económica viene insistiendo en la inseparabilidad de la reforma económica y la reforma política, social y jurídica. Más recientemente, la teoría del desarrollo insiste en la necesidad de incorporar la informalidad económica y política en las estrategias de lucha contra la pobreza y la desigualdad.
Las políticas neoliberales han fracasado porque han sido incapaces de responder a las expectativas de desarrollo que generaron: sus reformas económicas no fueron capaces de extender el tejido empresarial, mejorar la integración del mercado interior y los exteriores, ampliar el empleo de calidad y dar autonomía y libertad reales a la mayoría de la población que sigue permaneciendo en la informalidad, la vulnerabilidad y la pobreza. Sus reformas políticas se quedaron en democracias de baja intensidad aprisionadas por su gestión mercantilista de la economía, patrimonialista del Estado y clientelista y populista de la sociedad. El que todo esto se hiciera en nombre de la economía de mercado, del estado de derecho y de la democracia no es sino una impostación más de la historia del poder en América Latina.
Pero los neopopulismos fracasarán también por su extravío de visión del mundo y de su propia realidad. Quienes quieran preparar una alternativa que no sea percibida como regreso a las impostaciones del pasado tienen un gran trabajo por delante que exige capacidad analítica, honradez y coraje político, virtudes públicas nada extendidas en estos tiempos de alogia, apatía y anestesia. (texto publicado en el número 20 de Nueva Crónica y Buen Gobierno)
[1]Anne O. Kruger, “Why Crony Capitalism is Bad for Economic Growth” en Stephen Haber (ed.) (2002) Crony Capitalism and Economic Growth in Latin America. Theory and Evidence, en http://www.hoover.org/publications/books/crony.html, p. 1-24.
[2]Stephen Haber, Noel Maurer y Armando Razo, “Sustaining Economic Performance under Political Instability: Political Integration in Revolutionary México” en Stephen Haber (ed.) (2002) Crony Capitalism and Economic Growth in Latin America. Theory and Evidence, en http://www.hoover.org/publications/books/crony.html, p. 25-74.

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