Autor: Carlos D. Mesa Gisbert
Escritor y periodista. Expresidente de Bolivia
América Latina vive una etapa de profundas transformaciones, mientras se rediseñan las relaciones geopolíticas entre los países del continente.
La muerte del presidente Chávez no es suficiente para medir el tamaño de la transformación geopolítica que vive hoy América Latina. El excanciller Gustavo Fernández sostiene que un rasgo que marca las interrogantes de este cambio tiene que ver con el rol de Brasil. Observa que la primera potencia latinoamericana no acaba de acomodarse a su papel de liderazgo. Su peso político no es todavía, concluye, equivalente a su peso económico. El impulso de Lula y el tándem Lula-Chávez posicionó claramente a Brasilia en el centro de las decisiones continentales. El resultado fue la consolidación de Unasur y la creación de la CELAC. Se anunciaba un horizonte hemisférico capaz de desafiar a Washington. Ambos pasos produjeron, sin embargo, una ambivalencia complicada. Por un lado, la sudamericanización. Unasur era inequívocamente un mensaje con dos destinatarios: Estados Unidos, sin lugar a dudas, pero de refilón lo era también México. Por el otro, CELAC, con un objetivo más ambicioso, jugar un rol plenamente latinoamericano sin Canadá ni Estados Unidos. La dificultad está en manejar con éxito ambos escenarios simultáneamente.
La política exterior del PAN (especialmente en el Gobierno del presidente Fox) había intentado un realineamiento que en su momento fue a contracorriente de la explosión chavista de principios de siglo. La consecuencia fue una pérdida de eje que Calderón intentó revertir, pero estaba ahogado por el peso de la guerra interna contra el narco. Peña Nieto, en cambio, vuelve por los fueros de la tradición priísta y apuesta claramente por un eje político -además del económico- con los países del Arco del Pacífico. La lectura no es difícil. Brasil no es jugador único al sur del Río Grande.
Pregunta: ¿tiene la presidenta Rousseff menos vocación latinoamericanista que su antecesor? No necesariamente, lo que ocurre es que Dilma no quiere ningún matrimonio explícito con una tendencia política determinada. Cree, a la vez, que hay que contar con Estados Unidos en un ajedrez que no puede permitirse la ilusión de prescindir completamente de la primera potencia mundial. Nada tiene esto que ver con el viejo e indigesto rol estadounidense del siglo pasado.
Esos tiempos no volverán, pero la idea de que los latinoamericanos podemos vivir sin o de espaldas a Estados Unidos no es coherente por varias razones, de entre las más importantes, nuestra vinculación geográfica. Si Brasil y México asumen como parte de esta nueva relación la recomposición de un vínculo de dimensiones distintas y de proyecciones menos desequilibradas con Washington, el nuevo orden latinoamericano puede perfilarse sobre un triángulo de conveniencia mutua, de la que quede desterrada la palabra injerencia. Latinoamérica, dueña de su propio destino, pero con mecanismos de articulación hemisférica que, revitalizados, deben seguir teniendo un papel destacado en este complejo entramado.
Brasil apuesta a la atracción de gravedad de su inmenso peso específico. El dulce se llama Mercosur. Un caramelo cada día más ácido si nos atenemos a las opiniones de sus socios más pequeños, Uruguay y Paraguay. Venezuela y Ecuador son la prueba de este poderoso polo de atracción. En ese nuevo contexto, Argentina vive el debilitamiento del kirchnerismo, con una Presidenta afrontando dificultades. Para Buenos Aires, la aparición de Venezuela en el club promete una relación más equilibrada con Brasil. Por ahora sólo una promesa.
México cree que la opción es la sociedad de las naciones del Pacífico con una relevancia que hace apenas un par de años no se podía adivinar. México es de hecho la segunda economía de la zona y Colombia está a punto de desplazar a la Argentina del tercer lugar; Perú y Chile sumados tienen un PIB de casi 500 mil millones de dólares. Todos juntos hacen un cuerpo más que respetable. Para que esto fuera posible era imprescindible ajustar una pieza: Ollanta Humala. El esperado nuevo socio del ALBA se decantó por seguir los pasos de sus dos antecesores. Establecido el grupo, los presidentes del Pacífico afirman que el futuro se traza sobre una economía liberal teñida de justicia social.
El primer difunto de esta nueva estructura de bloques es la Comunidad Andina. Lo que de ella queda es casi literalmente un saldo minúsculo.
¿Y Bolivia? La respuesta no es fácil. El Gobierno del presidente Morales tiene que reflexionar en profundidad. La primera tentación parece ser el Mercosur. Sí, lo es. Pero en el caso boliviano una cosa no debe excluir a la otra. Bolivia tiene que apostar a ser parte del arco de países del Pacífico, por razones de vocación natural, de ubicación geográfica, de pasado y de horizontes, entre los que está muy especialmente la reivindicación marítima. No hacerlo sería un grave error. En el nuevo mapa latinoamericano el futuro parece estar más teñido de Pacífico que de Atlántico.
Publicado en el diario “El Pais” y reproducido con autorización del autor.