Así pues, se presenta ante nuestra vista un panorama con unas personas (ricas) que evaden impuestos y unos países que no sólo lo hacen posible, sino que basan en ello su economía.
A las personas, con independencia de cómo resuelvan el asunto con el gobierno o la justicia de su país, no les resulta agradable que se vea afectada su reputación. Puestos delante de la opinión pública, el argumento recurrente que utilizan es el dinero que se “ahorran”, sin reparar en que, cuanto mayor es la cantidad, más grave es el delito. Porque parten de un supuesto falso: no es que estén salvando su dinero de la voracidad del Estado, es que están sustrayendo un dinero que pertenece a todos los ciudadanos de su país. Es particularmente hiriente el caso de algunas estrellas del espectáculo. Pienso en divos de la ópera, que con el mismo entusiasmo cantan arias que su amor al país donde nacieron, ensalzados artística y humanamente por los medios de comunicación, y que sin el menor rubor fijan su residencia en algún paraíso fiscal. Mientras tanto, el gobierno de su país aporta dinero público en cantidades considerables para hacer posible el espectáculo de la ópera. Podemos acordarnos también de algunas estrellas del fútbol, identificadas en ocasiones con sentimientos nacionalistas por medios de comunicación y aficionados, con fabulosos contratos financiados en parte por la recalificación urbanística, y que piensan que los impuestos es un tema que ha de resolver el club. Por cierto, ¿cuándo nos veremos libres de la lacra que supone la pérdida del patrimonio verde de una ciudad en beneficio de un club, algunos jugadores y muchos intermediarios?
Los países que se constituyen en paraísos fiscales suelen estar poco preocupados de noticias y comentarios mientras no afecten directamente al negocio. La reputación cuando es ética carece de importancia, la que no se puede ver comprometida es la que se refiere a la discreción. Por eso, un miembro de la aristocrática familia gobernante de Liechtenstein, hizo unas declaraciones públicas acusando airadamente a Alemania de ser partícipe de un delito, porque el único delito a sus ojos es la ruptura del secreto. Desconozco si habló como gobernante o como accionista del banco implicado, ya que es ambas cosas.
Pero no creo que la evasión fiscal sea lo más grave. Antes de que Internet se constituyera en un sistema de comunicación planetario, los sistemas financieros mundiales se fueron conectando de forma compleja y distribuida, con unas zonas transparentes y otras opacas. No constituyen dos redes aisladas sino una sola, con unos tramos al aire libre y otros en túneles. ¿Hay algún gran banco internacional que no tenga sucursal en estos países? En España se recuerda el caso de uno de sus mayores bancos, en el que los miembros de su consejo de administración se dotaron a sí mismos de importantes fondos de pensiones en un paraíso fiscal. El problema no es entrar en el túnel, sino que éste sea lo bastante opaco, esté bien protegido, y no haya conocedores con algún incentivo para descubrirlo.
Una vez constituido así el sistema, da servicio tanto a la economía legal como a la ilegal, al consumo, al ahorro, a la inversión, a la especulación, a la evasión, al crimen, al comercio ilegal de diamantes, al comercio humano, al comercio de armas, a la financiación de guerras. El tema está planteado desde hace tiempo, pero debe afectar a demasiados intereses para que se actúe. Sólo a partir del 11-S, Estados Unidos se decidió a seguir los rastros financieros de las células islamistas. Es decepcionante que se limite la investigación de esa manera, y se siga permitiendo que el circuito financiero soporte los tráficos de armas y materias primas que hacen posible mantener las guerras y la explotación humana en tantos países. No es cuestión de paralizar el sistema bancario, simplemente se trataría de seguir la pista financiera de los conflictos.