El capital social puede ser un peligro para la democracia y los derechos sociales

El capital social puede ser un peligro para la democracia y los derechos sociales

Josep Maria Pascual Esteve
Doctor en Sociología y en Historia

Una sociedad civil fuerte, plural y colaboradora facilita tanto las sinergias sociales como económicas, y es una garantía ante cualquier intento de secuestrar la democracia.

Se ha señalado con frecuencia, y con razón, la importancia del capital social[1] tanto para el funcionamiento de la democracia como para fortalecer el desarrollo económico y afrontar de manera resiliente las crisis sociales y económicas. En efecto, si entendemos el capital social como capacidad de los ciudadanos de una sociedad de asociarse y de colaborar entre sí tanto los individuos en las asociaciones como las asociaciones entre sí, se produce una mejora en la capacidad de organización y acción de la sociedad que impacta tanto en el desarrollo social, el económico como en el buen funcionamiento de la democracia. Está plenamente demostrado, en este caso se ha demostrado[2] una evidencia, que la existencia de una sociedad civil fuerte plural y colaboradora facilita tanto las sinergias sociales como económicas, y por supuesto una sociedad civil fuerte es una garantía ante cualquier intento de secuestrar la democracia.

El capital social significa capacidad de colaboración y acción conjunta de individuos, empresas y entidades sociales, culturales y deportivas de trabajar en redes de colaboración o de coproducción de equipamientos, servicios o actuaciones comunes. Por citar algún ejemplo, dos libros muy recientes, hechos por dos grandes especialistas en ciencias económicas y sociales reclaman el necesario incremento de capital social. H. Mintzberg[3], el especialista en sociología de las grandes organizaciones públicas y privadas, señalaba recientemente que la tarea en las sociedades avanzadas y democrática es fortalecer la sociedad civil, y evitar la dualización entre estado y mercado. Y el reconocido economista R. Rajan que previó en 2015 la crisis del 2008, y obviamente por los motivos de desigualdades sociales que se compensaban con un incremento insostenible del crédito y las hipotecas, señala de manera similar a Mintzberg, que es necesario fortalecer el que denomina “Tercer Pilar” o también la comunidad. Así señala, que participando en redes comunitarias los individuos adquieren sentido en sus vidas y pueden conseguir un mayor control sobre sus vidas. Los lazos horizontales acostumbran a generar relaciones de confianza y de cooperación, mientras las estructuras verticales, propias del estado y también del mercado, encierran a los individuos en ellas y cada organización, y los individuos dentro de ella, actúan egoístamente para aprovecharse de sus vínculos clientelares.

Ahora bien, para que el capital social produzca estos beneficios se debe precisar más la definición. Entendiendo por capital social simplemente la capacidad de los individuos a asociarse y a cooperar por normas y vínculos de confianza entre ellos este no necesariamente genera cohesión social, sino que produce fraccionamiento y descohesión social. En efecto, muy pronto D. Gambetta[4], como E. Ostrom[5] o G. Stoker[6] pusieron de manifiesto el lado obscuro del capital social. Es decir, la capacidad de unirse por motivos de enfrentamiento social, cultural o racial. La generación de lazos frente a un adversario percibido como real pero creado ficticiamente. Se traen como ejemplo las mafias y su capacidad de cohesión de cada una en la lucha entre ellas o contra el estado. Se hace referencia a las sociedades impregnadas por los nacionalismos como el hitleriano, el yugoslavo o de los irlandeses del norte entre otros que generaban o generan un enemigo ficticio para buscar cohesión interna y conflictividad externa. O lo que es lo mismo buscan la cohesión interna descohesionando socialmente unos grupos de otros, o generando dualidad social como los casos yugoslavos e irlandés. Estos ejemplos no son precisamente casos de sociedades civiles dignas de admiración democrática. Cuando un grupo se cohesiona frente a otro es un gran peligro para que la democracia funcione, lo que incrementa no es la capacidad de organización y acción resiliente, sino el conflicto desagregador.

También debemos tener en cuenta que se genera capital social en condiciones de gran desigualdad social, estigmatización e incluso opresión, esto acontece cuando un grupo socialmente amplio se cohesiona frente a la inmigración, minoría cultural o técnica, o produce fobia contra los pobres sean internos o externos (países que necesiten ayuda solidaria por pobreza y desigualdades sociales) Es más, no pocas veces lo más sencillo es crear capital y cohesión sociales para obstaculizar o destruir políticas para garantizar derechos sociales y avanzar hacia la igualdad real de oportunidades. Como bien señala Stocker “el capital social no nos dice nada sobre su valor”. Su valor positivo o negativo vendrá dado por los objetivos que realmente busca dicho capital social.

Ahora bien, ¿Cómo reconocemos el capital social positivo? ¿Cómo favorecerlo? Para hablar de capital social favorecedor de la democracia y el desarrollo económico y social hay que definirlo como capacidad de asociarse y colaborar y añadir en objetivos relacionados con el bien común, o mejor aún bien compartido. Es decir, si los objetivos del capital social no son compatibles con los derechos humanos y sociales del conjunto de la ciudadanía estamos ante un capital social negativo. Por el contrario, si los objetivos son compatibles, e incluso se busca generar mayor capital social, o lo que es lo mismo, se quiere lograr una mayor organización y cooperación social para reducir las desigualdades sociales y la pobreza, para garantizar derechos sociales o finalizar con el etiquetaje social y la segregación cultural o social, el capital que se crea es positivo, iluminador, fortalecedor de los derechos humanos.

Sin duda es mucho más fácil generar capital social negativo. Formar el capital social negativo significa dirigirse a las necesidades elementales más básicas de protección humana: alimentarias, seguridad sanitaria y social, vivienda, etc. buscando a unos sectores de población internos o externos a los que se les considera culpables de su no cobertura. Así generar capital social contra la inmigración, para que no se construya una mezquita o un equipamiento social y sanitario que pueda rebajar el precio de la vivienda en propiedad, es mucho más sencillo que la generación social de solidaridad. Lo mismo con la creación de capital social de un movimiento nacionalista que prioriza lo propio sobre lo justo, genera capital social negativo rápidamente por eso los nacionalismos que crecen con mayor rapidez son los de las regiones ricas que no quieren ser solidarias. Generar un movimiento internacional para aplicar a nivel europeo o intercontinental los objetivos de la agenda 2030 es sin duda necesario y posible, pero se necesita mayor inversión de tiempo y un horizonte temporal más largo.

El capital social positivo significa que los individuos cooperan por beneficio mutuo o solidaridad es decir por necesidades superiores o de autorrealización. La generación de capital social asociado al bien común es una tarea, tengámoslo muy en cuenta, de horizonte temporal largo. Se necesitan políticas públicas basadas en la cooperación o coproducción pública y privada y en el compromiso ciudadano orientadas a cumplir objetivos relacionados con los derechos humanos y sociales. Es por ello por lo que la experiencia de “l’Acord Ciutadà para una Barcelona Inclusiva” que agrupa al ayuntamiento de esta ciudad y más de 700 entidades sociales que comparten una estrategia común que articula recursos tanto de la administración como de las entidades sociales, y con más de 14 redes de coproducción de proyectos de estructura flexible y asimétrica es un buen referente de las políticas públicas creadoras de capital social positivo. Esta es una experiencia que tiene un horizonte superior a 20 años.

La inversión para generar capital social para construir el bien común es a largo plazo, pero vale la pena.


[1] Para una excelente y sintéticas definiciones del concepto capital social. Ver la presentación de Joan Subirats al libro de Putnam, R.D. Para que la democracia funcione (Madrid, CIS, 2011)

[2] Ver entre muchos la pionera investigación de R. D. Putnam anteriormente citada.

[3] Mintzberg, H. La sociedad frente a las grandes corporaciones (Madrid, ed. Libros de cabecera, 2015)

[4]    Gambeta, D. (ed) Trust. Making and breaking Cooperative Relations (Oxford, ed, Blackwell, 1988)

[5] Ostrom, E. El gobierno de los bienes comunes. (México, FCE, 2000)

[6] Stoker, G. “El trabajo en red en el gobierno local” en VVAA Redes, territorio y gobierno (Barcelona, ed. Diputación de Barcelona, 2002)

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