La Crisis del Estado del Bienestar Europeo

Fin de la tregua, la ofensiva es brutal
Autor: F. Xavier Ruiz Collantes
Recientemente Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, declaró en la revista The Wall Street Journal que la Europa Social se había acabado ¿Esta afirmación es la constatación de un fenómeno determinado por los designios azarosos de la economía y de la historia? No, por el contrario, es la explicitación de un plan, de un programa de acción sistemático con objetivos claramente definidos.
El Estado del Bienestar se desploma en Europa. En los países centrales del continente, lo hace lentamente y, a veces, de manera discontinua; en los países periféricos, especialmente en los mediterráneos, está ya ahora mismo en situación de caída libre.
Relatos para confundir sobre la crisis europea
Los relatos que mayoritariamente se construyen y difunden para explicar lo que ocurre no tienen la suficiente perspectiva y son demasiado coyunturales, no toman en cuenta factores que se mueven en niveles profundos de la historia y que poseen un carácter estructural y estratégico. En definitiva, son relatos que tienden a ocultar el alcance y el sentido de lo que sucede.
Se apunta, como causa necesaria y suficiente del desastre, a la Gran Recesión que se desencadenó a partir de la crisis financiera de 2008. Pero esta explicación es insostenible porque, si ello fuera así, cabría preguntarse por qué razón no se está produciendo el mismo grado de ruina devastadora en los Estados Unidos de Norteamérica donde precisamente se produjo el epicentro de la crisis. Se argumenta también que el problema es que la Unión Europea no posee unidad en su política económica. Pero en la Unión Europea existe una moneda única, un Banco Central y, de hecho, las directrices uniformes que se imparten desde el eje Bruselas-Berlín-París se aplican de manera inmisericorde en los diferentes países de la Unión y, además, con la amenaza de que si ello no se hiciera así existiría, en última instancia, el recurso de la intervención exterior ¡¿Qué mayores condiciones de unidad de acción se pueden pedir?! Por otro lado, puesto que se identifica a Ángela Merkel como la dirigente que define e impone las políticas sociales y económicas que se ponen en práctica en la Unión Europea, se especula sobre su miedo, típicamente alemán, a la deriva inflacionista y sobre su tendencia luterana a la austeridad ¡Cómo si el destino de un continente dependiera de tales contingencias! Incluso, en cada uno de los distintos países de la Unión las diferentes formaciones políticas, liberal-conservadoras y socialdemócratas, construyen relatos según los cuales la culpa es del contrincante político que no sabe gestionar la crisis. Y así se induce a los ciudadanos a culpar ahora a éste gobierno y después al que le sucede y a ir poniendo y quitando gobiernos porque al fin y al cabo parece que ninguno acierta a dar con las soluciones adecuadas para enmendar el rumbo y ello porque todos, con diferentes estilos, gobiernan en la misma dirección.
Hay, por fin, un relato que resulta más estructural y que conecta más claramente con lo que está ocurriendo, aquel que señala que el Estado del Bienestar no puede sostenerse en medio de una crisis económica que es más que coyuntural y en un entorno de economía globalizada. Pero la realidad no es que el Estado del Bienestar no sea sostenible, sino que simplemente se le pretende derruir hasta los cimientos. De hecho, por ejemplo, atajando, en los diferentes países de la Unión, el fraude fiscal de las grandes fortunas y de las grandes corporaciones, los Estados dispondrían de suficientes recursos para financiar el crecimiento económico y defender la Europa Social. Además, la afirmación de que el Estado del Bienestar es un lastre para superar la crisis económica no se corresponde con el hecho de que son precisamente los países europeos con un Estado del Bienestar más débil y enclenque, y no los países que disponen de un Estado del Bienestar más grande y sólido, aquellos en los cuales la crisis económica se ha cebado con mayor virulencia. Cabría también preguntarse, por ejemplo, ¿por qué, a pesar de que las políticas de recortes del Estado, de los servicios sociales públicos y de los derechos de los trabajadores, han demostrado ser inútiles e incluso contraproducentes para cortar la crisis económica y para iniciar la recuperación, se sigue insistiendo en ellas de una forma dogmática y agresiva? Contra la doctrina neoliberal, aceptada en el fondo por todos los partidos políticos del sistema, tanto liberales como socialdemócratas, se puede afirmar que el Estado del Bienestar sigue siendo viable, su problema es que se encuentra inerme y sin defensas frente a los ataques de sus enemigos ¿Por qué esto ocurre precisamente en Europa? Por la sencilla y obvia razón de que Europa es, salvo muy contadas excepciones, el único lugar del planeta en el que tal Estado del Bienestar existe de manera realmente efectiva y donde, en consecuencia, se concentra un inmenso entramado de servicios públicos susceptibles de ser privatizados para beneficio de las grandes corporaciones.
El Estado del Bienestar, un pacto social roto
Entender por qué en Europa surgió y se desarrolló durante décadas un “capitalismo social” es un punto de partida fundamental para entender los motivos por los cuales tal modelo está en declive.
El periodo revolucionario que empieza a finales del siglo XIX en Europa liderado por el proletariado industrial, que tiene su punto culminante en la revolución soviética de 1917 y que se enquista como una “guerra fría” entre bloques después de la Segunda Guerra Mundial, tiene su clausura definitiva en la década de los años ochenta del siglo pasado. Esta clausura fue causada por diferentes factores entre los cuales cabe destacar: el declive y final caída del bloque soviético; la fragmentación de las clases trabajadoras en sectores con intereses en ocasiones contrapuestos, fragmentación derivada de las nuevas formas de producción y del crecimiento de sectores sociales encuadrados en una mayoritaria “clase media”; la globalización y la deslocalización de los procesos de producción industrial; la institucionalización y asimilación de los partidos y sindicatos obreros de carácter socialdemócrata y el descrédito de los partidos y sindicatos comunistas fruto del fiasco histórico del modelo soviético; la desaparición de cualquier formulación de alternativa al capitalismo tanto en el plano socio-político y programático como en el puramente intelectual.
El origen del Estado del Bienestar europeo fue fruto de una determinada correlación de fuerzas entre clases sociales antagónicas y entre bloques económicos, políticos y militares enfrentados. El final de la Segunda Guerra Mundial y el escenario geoestratégico que generaron sus consecuencias hicieron que Europa se convirtiera en la frontera central de la confrontación, una confrontación entre modelos económicos y una confrontación entre imperios. Para el capitalismo mundial y para la superpotencia norteamericana era necesario cohesionar y pacificar social y políticamente los países que constituían su propio frente en la contienda. Para ello, ante la fortaleza de los movimientos obreros y anticapitalistas en la Europa occidental de posguerra dentro de un proceso de conflicto, fue obligado ofrecer un acuerdo, un pacto entre las clases sociales, un pacto mediante el cual la paz interna de los países del frente central debería mantenerse a cambio de un modelo de “capitalismo social” que atendiera las necesidades y las aspiraciones de las clases trabajadoras.
El Estado del Bienestar, contra lo que se cree habitualmente, no fue producto de la llegada de los partidos socialdemócratas a los gobiernos europeos. En países tan relevantes como Alemania, Francia o Italia, por ejemplo, el Estado del Bienestar fue construido prioritariamente por gobiernos cristianodemócratas o conservadores. De la misma forma, a partir de la década de los ochenta, gobiernos socialdemócratas en países como por ejemplo Alemania -gobiernos de Gerhard Schroeder y de coalición con Ángela Merkel- , el Reino Unido -gobiernos de Tony Blair y Gordon Brown-, Italia -gobiernos presididos por Bettino Craxi-, etc., han contribuido también a ir desmantelando poco a poco y bajo diferentes tipos de argumentos los logros alcanzados en décadas anteriores. De hecho esta historia demuestra que las tendencias de fondo, definidas por las correlaciones reales de fuerzas en los ámbitos socioeconómicos y geoestratégicos, definen un guión central en el que las alternancias de los diferentes partidos en los gobiernos no suponen más que meras variaciones insubstanciales en las que se recrea la fantasía de la democracia de corte liberal.
El Estado del Bienestar tampoco fue una fase adulta de un capitalismo que conforme se iba desarrollando e iba madurando se convertía en más social, compasivo y humano. Ni siquiera el Estado del Bienestar fue producto de una burguesía europea supuestamente más culta, más tolerante y más generosa que la del resto del planeta.
El Estado del Bienestar y el capitalismo social fue el resultado de una correlación de fuerzas políticas, socioeconómicas y geoestratégicas, un producto del miedo y de los pactos de no agresión a los que el miedo condujo. Una vez que la correlación equilibrada de fuerzas que existió durante décadas se rompió a favor de las élites económicas, éstas han roto también el pacto que fundó el Estado del Bienestar y han puesto en marcha un proceso para redefinir en Europa el modelo socioeconómico y el modelo de Estado. Las élites económicas y sociales han dado la tregua por concluida y han dado por acabado definitivamente el pacto y, por ello, la agresión al Estado del Bienestar es hoy brutal. Pero no se puede hablar de que se haya entablado una batalla, por el contrario de momento sólo se trata de una despiadada masacre. Las clases trabajadoras y las clases medias, cada vez más empobrecidas, asisten atónitas y desorientadas a un ataque que no entienden y al que no saben cómo responder. Sus respuestas, hasta el momento, son desarticuladas y poco significativas porque, desgraciadamente, durante las últimas décadas se han ido desarmando ideológica, organizativa y políticamente, creyendo que el modelo en el que vivían era un estado eterno de las cosas y una forma natural del capitalismo en Europa. Aún así, los resultados de las últimas elecciones en Grecia, en donde los partidos del sistema, conservador y socialdemócrata, sufrieron una clamorosa derrota, deben ser interpretados como un primer grito de protesta electoral en una nación sometida a los dictados de los ajustes y al empobrecimiento generalizado de la mayoría de la población.
Una lógica implacable, un futuro incierto
Este nuevo periodo histórico de desmantelamiento de los servicios sociales y de desregulación del mercado laboral comenzó ya en los años 80 del siglo XX en el área anglosajona con las “revoluciones conservadoras” de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher y ha seguido de forma paulatina pero constante en otros muchos países europeos. Finalmente, la crisis financiera generada por la desregulación de los mercados que el propio modelo neoliberal ha propiciado, se está aprovechando para dar al modelo social europeo un golpe definitivo en los países de la periferia del continente, allí donde el Estado del Bienestar ha sido siempre más precario, y para debilitarlo lo más posible en los países centrales de la Unión.
Por el momento, para que este proceso, que parece inexorable, se ralentice, sólo existe la posibilidad de que las élites económicas y sus terminales políticas lleguen a la conclusión de que las medidas de ajustes y de recortes económicos y sociales que están imponiendo, para derruir el Estado del Bienestar, y la depresión económica devastadora que generan, no sólo acabarán con el actual modelo social, sino también con la viabilidad de cualquier otro modelo socioeconómico que quieran imponer para el futuro de nuestro viejo continente. Sólo la toma de conciencia de este hecho puede moderar hoy el ataque ciego al Estado del Bienestar y alargar en algo los plazos para su desmantelamiento. De esta conciencia comienzan a vislumbrarse algunos signos, pues ya hay voces dentro de los núcleos del poder económico y político que se alzan para advertir del peligro que supone el encefalograma plano de la economía europea, especialmente en los países periféricos. En este sentido se deben entender las propuestas de François Hollande en la reciente campaña presidencial francesa. Aunque, desgraciadamente, la historia demuestra que, cuando la vía parece libre por derrota del adversario, la pasión de la codicia y la lógica que la impulsa no suele disponer de ningún tipo de freno racionalizador.
F. Xavier Ruiz Collantes
Decano de la Facultad de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *