Conceptualización, defensa y elogio de la política

Conceptualización, defensa y elogio de la política

Joan Prats (†)
Académico y Consultor Internacional

Pocos perciben que la política es una actividad humana esencial para mantener y desarrollar la libertad; una actividad específica que sólo surgió y fue conocida en las sociedades complejas con el fin de preservar la diversidad y libertad de los individuos y los grupos. Una creación de valor incalculable en la historia de la condición humana.
El actual desprestigio de la política tiende a ser un fenómeno universal. Las razones de ello son sin embargo muy diversas.
¿Por qué todos los dictadores del mundo han detestado la política? Se atribuye a Franco la frase «joven, haga como yo, no se meta en política». Salazar dijo «de­testo la política desde lo más hondo del corazón; todas esas promesas ruidosas e incoherentes, las demandas imposibles, el batiburrillo de ideas infundadas y planes poco prácticos … , el oportunismo al que no le importan la verdad ni la justicia, la vergonzosa búsqueda de la gloria inmerecida, las incontrolables pasiones desatadas, la explotación de los instintos más bajos, la distorsión de los hechos … , toda esa febril y estéril agitación». Castro declaraba en 1961 a un periodista «no somos políticos. Hicimos la revolución para echar a los políticos. Nuestra revolución es una revolución social».
Franco, Salazar, Hitler, Mussolini, Stalin, Castro o Pinochet, por encima de sus irreductibles diferencias coincidían en detestar la política: ninguno de ellos se consideraba político, ninguno hubiera definido sus afanes como política. Se consideraban por encima de ella. y sin embargo profesaban un apego casi obsceno al poder. Sirva este sencillo dato para comprender que la política, aunque incluye, es algo diferente a la mera búsqueda y ejercicio del poder. Todos los pueblos han conocido esta pasión, pero históricamente han sido pocos los capaces de contenerla y canalizarla por métodos políticos, es decir, pocos pueblos han sido en verdad sociedades políticas.
La política ha sido detestada también desde todas las ideologías totalitarias, es decir, desde todos los sistemas de ideas que creen haber descubierto el sentido de la historia y que en nombre de la plenitud de la raza, la armonía del Estado corporativo, la armonía social que se derivará de la superación de la lucha de clases o el nacimiento del hombre nuevo tras la eliminación de la explotación… creen que la misión histórica y hasta moral de los verdaderos progresistas consiste en conquistar -por los métodos que fuere- el poder del gobierno para construir de arriba abajo la sociedad conforme a los dogmas y objetivos de su ideología. Todos creen que las masas deben ser redirigidas hacia una armonía futura única. Todos son antipolíticos. Como máximo consideran la política como una actividad históricamente transitoria que desaparecerá con la desaparición de los conflictos y contradicciones sociales.
En nuestro tiempo se registra un fenómeno único en la historia: la democracia es el régimen político que merece mayor apoyo a nivel popular; pero la política democrática -la verdadera política-y las instituciones en que se produce -especialmente los partidos políticos y el Parlamento-acusan una sensible pérdida de confianza en casi todos los países. No hay, pues, desafección respecto de los ideales democráticos, pero sí respecto de las prácticas y las instituciones políticas en que han encarnado.
En muchos países se viven crisis de gobernabilidad que las instituciones y actores políticos no parecen capaces de superar.
La crisis de gobernabilidad se da también a nivel global: la política que fue capaz de generar libertad y bienestar en los Estados-nación industrializados se encuentra con enormes dificultades para generar desarrollo humano en las sociedades globalizadas.

Lo que está en juego en muchos países (yen muchos sistemas sociales) no es el buen gobierno sino la gobernabilidad misma. El riesgo ya no es el mal gobierno sino la ingobernabilidad y la amenaza que conlleva de anomia y desintegración social. El fantasma de la ingobernabilidad no evoca sólo la regresión autoritaria o la pérdida de eficacia y eficiencia sino el estado de naturaleza aludido en el Leviatán de Hobbes en 1651 en el cual la vida humana sin un Estado efectivo capaz de preservar el orden es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta».

Los problemas de gobernabilidad ya no se dan, además, sólo a escala nacional: hoy son desafíos de naturaleza internacional planteados por la problemática transición a la sociedad «info/global».

La construcción de una economía que gracias a las nuevas tecnologías pueda funcionar en tiempo real y a escala planetaria, pero dejando amplios territorios marginados y profundizando las desigualdades, aunque reduzca la pobreza, va a resultar forzosamente problemática … Si la economía se globaliza, no hay tendencia equivalente en la política. Lo que determina la situación del globo ante el nuevo milenio es la oposición entre globalidad económica y división política (Hobsbawm: 1999, 3).[i]

Aunque tras la caída del comunismo por un momento pareció que la gobernabilidad global iba a ser más fácil debido al aparente incontenible avance de la democracia liberal, estamos sin embargo ante una situación muy inestable por varias razones: (1) porque la mayoría de los Estados nominalmente democráticos carecen todavía de bases sociales, institucionales y de cultura política para consolidar una democracia estable; (2) porque la incapacidad de muchos Estados para generar desarrollo en el nuevo paradigma tecno/global genera pérdidas graves de legitimidad que se traducen en desgobierno, fraccionamientos y conflictos internos, regresiones autoritarias, fundamentalismos, economía criminal y corrupción, violencia, inseguridad y amenaza a las libertades, resentimiento antihegemónico, guerras de baja intensidad y terrorismo …[ii](3) porque las potencias hegemonizadoras de la globalización no parecen dispuestas a asumir los costes generados por éstas para los países que tienen menores capacidades para adaptarse a las nuevas exigencias del desarrollo, limitando los llamados «bienes públicos globales» al aseguramiento de las condiciones para el funcionamiento eficaz del libre comercio, sin incluir cuestiones decisivas de sostenibilidad del desarrollo, de reducción radical de la pobreza y las desigualdades, de derechos humanos o de construcción de democracias de calidad[iii].

Y con todo, una de las condiciones para que podamos construir gobernabilidad democrática nacional y gobernanza democrática global es que recuperemos la conciencia y la confianza en la política como una excelente y civilizadora actividad humana. La política no nos permite ir en pos de ningún ideal absoluto que resolverá de una vez y para siempre las ansiedades humanas. Ninguna política conseguirá devolvernos al lecho materno.
La política es una gran malentendida. Muchas veces se la conceptualiza como un mal necesario. Rara vez se le aprecia como algo con vida y carácter propio. No es religión, ética, derecho, ciencia, historia ni economía; no lo resuelve todo ni está presente en todo, y no es ninguna doctrina política concreta, ya sea conservadora, liberal, socialista, comunista o nacionalista, aunque pueda contener elementos de casi todo lo anterior. La política es política.
El mundo está lleno de hombres y mujeres que aspiran al poder y que tienen en común el rechazo de la política. Proliferan en estos tiempos. En realidad se apoyan oportunistamente en la desafección de la política derivada de la brecha existente entre los nuevos desafíos y las viejas instituciones y capacidades políticas. Estos contextos históricos son propios para extender la visión de la política como confusa, contradictoria, auto destructiva, estacionaria, poco patriótica, ineficaz, contemporizadora, fraudulenta, conspirativa, corrupta… La lucha por el poder se llena de tipos cuya primera declaración es «yo no soy político». Pretenden gobernar no desde la política sino en el mejor de los casos desde el éxito en otros oficios que por sí resultan incapaces de prejuzgar el éxito político. Pretenden gobernar por métodos no políticos y si lo consiguen caen casi inevitablemente en el autoritarismo.
Pocos perciben que la política es una actividad humana esencial para mantener y desarrollar la libertad; una actividad específica que sólo surgió y fue conocida en las sociedades complejas con el fin de preservar la diversidad y libertad de los individuos y los grupos. Una creación de valor incalculable en la historia de la condición humana.
Aristóteles fue el primer en comprender y defender la política, la acción humana necesaria para la conservación y mejora de la polis. Para eso comenzó criticando el proyecto de Platón de igualar la polis eliminando su diversidad. Este concepto uniformista de unidad le pareció destructor de la libertad en la polis. Para Aristóteles la política sólo podía existir en Estados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miembros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición únicos. La política es el resultado de la aceptación de la existencia simultánea de grupos diferentes y, por tanto, de diferentes intereses y tradiciones, dentro de una unidad territorial sujeta a un gobierno común. La política es la respuesta plausible al problema de la gobernabilidad de una estructura social compleja y diversa.
Pero la solución al problema del orden puede darse también por la vía de la tiranía o de la oligarquía que en beneficio del tirano o los oligarcas destruyen, intimidan o coaccionan a todos los demás grupos o a la mayoría. Estos sistemas no son sistemas políticos.
El sistema político de gobierno comienza con la afirmación del valor de la libertad puesto que el orden en la diversidad entraña cierta tolerancia de verdades divergentes y el reconocimiento de que el gobierno es posible y mejor cuando los intereses rivales se disputan en un foro abierto. El sistema político de gobierno consiste en escuchar a esos otros grupos a fin de conciliarlos en la medida de lo posible y en ofrecerles categoría legal, protección y medios de expresión claros y razonablemente seguros, todo lo cual debe permitir que esos otros grupos puedan hablar y hablen con libertad. Además, la política debería acercar a esos grupos entre sí, de manera que cada uno de ellos y el conjunto de todos puedan hacer una contribución real al objetivo general de la gobernación: el mantenimiento del orden y el progreso según valores y criterios que deben ser políticamente disputados.
La política puede ser definida como la actividad mediante la cual se concilian intereses divergentes dentro de una unidad de gobierno determinada, otorgándoles una parcela de poder proporcional a su importancia para el bienestar y la supervivencia del conjunto de la comunidad. Un sistema político es un tipo de gobierno en el que la política logra garantizar una estabilidad y un orden razonables. La política no está vinculada a ninguna doctrina o ideología en particular. Las ideas y doctrinas políticas son tentativas de encontrar soluciones concretas y factibles al perpetuo y cambiante problema de la conciliación. La política es una manera de gobernar sociedades plurales sin violencia innecesaria.
La política merece grandes elogios. Es una preocupación de seres libres y su existencia es una prueba de libertad. La política merece ser elogiada como «ciencia de las ciencias» como la llamó Aristóteles y no simplemente aceptada como un mal necesario. La política es creadora de civilización.
La política es a veces conservadora: preserva los beneficios mínimos del orden establecido; otras es liberal: se compone de libertades concretas y requiere tolerancia; otras es socialista: provee las condiciones para el cambio social consciente que permita a los grupos participar sobre una base equitativa en la prosperidad y la supervivencia de la comunidad, y otras es republicana: tiende a crear las condiciones para que todo ser humano quede exento de la dominación arbitraria de otro y disponga de las capacidades básicas para desarrollar su modo de vida, participando positivamente en la vida de la polis. La preponderancia de uno u otro elemento varía según el momento, el lugar y las circunstancias, pero todos ellos deben estar presentes en alguna proporción.
Lejos de ser un mal necesario la política es un bien práctico. En las sociedades con pluralidad de intereses divergentes y distintos puntos de vista morales la conciliación siempre es preferible a la coerción. El gobierno pacífico siempre es mejor que el violento. Y la ética política existe como campo ético independiente y justificable en sí mismo. La actividad política es en efecto un tipo de actividad moral; es una actividad libre, creativa, flexible, agradable y humana; no pretende ser capaz de solucionar todos los problemas ni hacernos a todos felices, pero puede prestar algún tipo de ayuda en casi todo. La política se envilece cuando se insensibiliza ante el sufrimiento humano. Cuando la política permite que los dirigentes se consideren por encima del bien y del mal y adopten comportamientos no sujetos a las reglas de comportamiento exigibles de los ciudadanos corrientes, la política se envilece.
La política exige el gobierno constitucional y el imperio de ley. El desarrollo de las garantías constitucionales es la clave de la libertad. La política exige la democracia constitucional. Pero no se olvide que ninguna constitución puede ser mejor que los hombres y mujeres que la pongan en práctica. La política merece elogios por sus procedimientos. El sistema de conciliación política puede ser muy frustrante pero garantiza que no se tomen decisiones hasta que todas las objeciones y quejas de peso hayan sido oídas. Los procedimientos obligan a que no se formulen pretensiones que objetivamente no se pueden hacer valer. Los procedimientos obligan a que los grandes planes de los gobiernos deban explicarse y debatirse en público y abren la puerta a su rectificación.
La política es la actividad humana orientada a preservar la libertad y a conciliar los intereses en las sociedades diversas y complejas con el fin de asegurar su supervivencia y desarrollo; éste es su valor meta; la política no es la aplicación rígida de ningún sistema de verdades, principios o soluciones técnicas; un sistema es político cuando crea los espacios institucionales donde todos podemos exponer, defender y conciliar nuestras verdades. Pero el fin de la política siempre es el mismo: la supervivencia y el progreso. La política no es defensa del status quo; la política es dinámica: sólo pueden sobrevivir las sociedades que saben progresar. Para eso hace falta una política de calidad, capaz de reconocer y ajustarse a los cambios exigidos por la supervivencia y el desarrollo en cada momento.
Crick trae al caso un texto de Lincoln, muy citado para expresar que las verdades personales o de la particular doctrina política de cada uno de nosotros siempre deben sacrificarse al fin que justifica la política. Fijando la postura del Partido Republicano respecto a la esclavitud afirmó en un discurso el 15 de octubre de 1858
«Vuelvo a repetir que si hay alguno entre nosotros que no crea que la institución de la esclavitud es un error en cualquiera de los aspectos que he mencionado, se ha equivocado de lugar y no debería estar con nosotros. Y si hay alguno entre nosotros que sienta tanta impaciencia por deshacer ese error que no desee tener en cuenta su implantación entre nosotros y las dificultades que entraña eliminarla de repente de manera satisfactoria, o las obligaciones constitucionales que la rodean, se ha equivocado de lugar y no debería estar entre nosotros. Renunciamos a adherirnos a sus actuaciones prácticas».
Cuando no estamos dispuestos a recorrer este tipo de caminos estamos abandonando la política. Podemos entonces elegir entre dejarnos guiar por un autócrata benevolente que promete acabar con la esclavitud mañana mismo o por quedarnos sin hacer nada para no mancharnos las manos con concesiones o equivocaciones. Pero el político siempre necesita tiempo pues sólo el tiempo puede conciliar la ética absoluta con la ética de la responsabilidad. Cierto que los hipócritas y los enemigos de las reformas siempre usan el tiempo como excusa para el inmovilismo. El político usa el tiempo para impulsar las reformas. El moralista hipócrita se conforma con grandes leyes reformistas que deja inaplicadas.
La política es una cuestión de relaciones prácticas y no de acciones derivadas de altos principios. Los objetivos políticos no se derivan de principios doctrinarios sino de la contribución a la supervivencia y el progreso de la polis. Nuevamente el referente de Lincoln puede ser de utilidad. En uno de los momentos más difíciles de guerra de secesión, un militante abolicionista instó a Lincoln a comprometerse con la manumisión inmediata como cuestión de principio. La respuesta es uno de los mejores textos sobre qué es y qué no es la política:
«Mi objetivo primordial en esta lucha no es defender ni destruir la esclavitud, sino proteger a la Unión. Si pudiera proteger la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría; si pudiera hacerlo liberando a todos los esclavos lo haría, y si pudiera hacerlo liberando a algunos y dejando a otros como están, también lo haría. Lo que hago en relación con la esclavitud y la raza de color lo hago porque creo que contribuye a proteger la Unión, y lo que evito hacer lo evito porque no creo que ayude a proteger la Unión… He expresado mis objetivos de acuerdo con lo que considero que es mi deber oficial y con ello no pretendo modificar el deseo personal que he expresado con frecuencia de que todos los hombres, en todas partes, puedan ser libres».
Lincoln ponía la salvaguarda de la Unión, el orden político mismo, por encima de todo lo demás, no porque no le preocupara el sufrimiento y la exclusión de la población negra, sino porque sólo si volvía a existir la Unión, sólo si volvía a existir un orden político común para el Norte y el Sur podrían abordarse esos problemas. La primera responsabilidad del dirigente de un país es proteger al Estado en beneficio de los que habrán de seguirle.
El orgullo tiende a ser un vicio muy frecuente en los políticos y en todos los que se dedican a la vida pública. No era el caso de Lincoln al que sin embargo no faltaba autoridad. El verdadero político no puede permitirse el orgullo. Vive en un mundo público de calumnias, distorsiones e insultos. Con frecuencia debe soportar el desdén al ser tildado de amaña dar y oportunista así como la burla de los intelectuales por carecer de ideas brillantes. El buen político debe aprender a tragarse el orgullo. Como observó Lincoln «no tengo tiempo para malgastar la mitad de mi vida en peleas. En cuanto un hombre deja de atacarme, no vuelvo a recordar el pasado contra él». Y advirtió a uno de sus generales «no quiero que haga nada por venganza, haga todo por seguridad futura». Si un político siente orgullo ha de ser de su habilidad para la conciliación y deberá ser orgullo contenido y no soberbia que es el convencimiento de estar por encima de los demás lo que rebaja al que lo siente por debajo del común.
La conciliación es mejor que la violencia, pero no siempre es posible. La diversidad es mejor que el uniformismo, pero no siempre es viable. Hay dos grandes enemigos de la política: (1) la indiferencia hacia el sufrimiento humano que desacredita a los sistemas políticos que son incapaces o temerosos de extender las libertades y la política a toda la población; (2) la búsqueda pasional de certezas absolutas en asuntos políticos que siempre acaba desdeñando las virtudes políticas de la prudencia, la conciliación, los acuerdos intermedios, la variedad, la adaptabilidad y la vivacidad a favor de una pseudociencia del gobierno que tiene visos de ética absoluta o de una ideología o visión del mundo supeditada a la economía o a la raza.
La política es sólo una de las posibles formas de ejercicio del poder, claramente superior a todas las otras. Como remarcó sencilla y brillantemente Crick, en la política encontramos la creativa dialéctica de los opuestos: es la prudencia temeraria, la unidad diversa, la conciliación armada, el artificio natural, la contemporización creativa y el juego del que depende la civilización libre; el conservador reformista, el creyente escéptico y el moralista plural; sus cualidades son la sobriedad vivaz, la simplicidad compleja, la elegancia descuidada, las buenas maneras groseras y la eterna inmediatez; es conflicto hecho debate, y nos impone una misión humana a escala humana.
Los que la denuestan tienen buenas razones que generalmente proceden de su rechazo de la responsabilidad y la incertidumbre que acompaña a la libertad. Los griegos los llamaron «idiotas», es decir, ausentes de la ciudad, de su suerte incierta, ajenos a las virtudes republicanas, únicas que como subrayara el gran Maquiavelo nos hacen capaces de sobrevivir al infortunio y de aprovechar la fortuna en beneficio de la supervivencia y desarrollo de la polis.
Quede para otro momento la exposición de las instituciones y las políticas republicanas así como el sistema específico de valores democráticos a que deben responder. Baste con señalar que el político republicano hoy se configura ante todo como un articulador democrático de las interacciones entre gobiernos, sector privado y sociedad civil. La gobernanza del republicanismo cívico es exigente: la interacción no puede posponer ni rebajar a ninguno de los interesados en la decisión pública de que se trate. Su misión es conseguir equilibrio entre los actores y saber crear el espacio deliberativo necesario para resituar los intereses propios y alumbrar el interés general.
 
[i]Hobsbawm, Eric, El Mundo frente al Milenio, conferencia pronunciada el 25 de noviembre de 1998, en http://www.geocities.com
 
[ii]Desde finales de los 80 los Estados Unidos han elaborado la doctrina que llaman de «conflictos de baja intensidad, que ya no supone la «gran guerra», sino una intervención directa en solitario o con los aliados. Las nuevas amenazas son las insurgencias, el terrorismo y el narcotráfico, lo que significa, en palabras del Sr. R. Cheney cuando era Secretario de Defensa «confiar más que antes en fuerzas con alta movilidad, preparadas para la acción inmediata y -en la jerga del Pentágono-«with solid power-proving capabilities», es decir, con capacidad de intervención militar decisiva a larga distancia. A este esquema han respondido las últimas intervenciones en la guerra del Golfo, Somalia, Bosnia, Afganistán…
 
[iii] Puede, por ejemplo, consultarse la importancia y la limitación a la vez de la agenda de gobernabilidad global del G-8, vid. www.g7.utoronto.calg7