Autor: Manuel Calbet
Economista
¿Cuál puede ser nuestra actitud frente a una crisis?
Nuestra percepción de la crisis se basa fundamentalmente en dos factores, la forma en que nos afecta a nosotros y a nuestro entorno, y la manera en que es presentada por los medios de comunicación. La experiencia personal lleva muchas veces a realizar acciones de solidaridad y a expresar la indignación en protestas individuales y colectivas. Los medios de comunicación, que hace tiempo han convertido la crisis en noticia principal, relatan los hechos como un encuentro deportivo o confrontación bélica, donde el protagonista es un enemigo invisible que va ganando y cada día consigue nuevas victorias. Lo complementan con artículos y entrevistas de presuntos expertos que pontifican sin rubor sobre las decisiones que se han de tomar y las medidas a adoptar. Con lo cual el lector, oyente o espectador acaba preguntándose por qué los que tienen responsabilidad se equivocan siempre y sólo saben lo que hay que hacer los que no tienen responsabilidad.
Las causas de la crisis trascienden el ámbito económico, por lo tanto la búsqueda de la solución no podemos limitarla a la mejora de los índices económicos. Es más, si la economía mejorara sin haberse solucionado cuestiones más básicas podríamos empezar a anunciar la siguiente crisis.
Se acostumbra a tratar las diferencias entre los países del norte y del sur de Europa de forma simple y estereotipada. Para los noreuropeos, los sureños han vivido por encima de sus posibilidades, son incapaces de ajustarse a una disciplina y en los momentos difíciles exigen la ayuda exterior. Para los mediterráneos, los vecinos del norte son insolidarios, no quieren ayudar frente a los problemas causados por los especuladores, y cuando acuden al rescate imponen unas condiciones insoportables.
Max Weber exploró el sustrato sociológico de las diferencias entre la ética emprendedora protestante y la mística católica que confía en la Providencia divina. Y posiblemente en la interpretación católica del mundo y la conducta humana encontramos el origen de algunas ideas que han calado en la sociedad hasta ser compartidas de forma generalizada, con independencia de la religiosidad de las personas. Estas ideas tienen como característica que se dan por supuesto, no se discuten, son un punto de partida como los axiomas de Euclides, y quedan en el ámbito de lo inconsciente, de lo que se considera “natural”, es decir, obvio.
Un concepto capital en el catolicismo es la culpa. La eternidad prometida, sin la cual no habría religión, tiene en el Juicio Final la puerta de entrada discriminatoria, donde se decide quiénes son los justos que van al Paraíso, y cuáles los pecadores condenados al Infierno. El mecanismo culpa-castigo o culpa-arrepentimiento-premio, aunque parezca paradójico, aleja a las personas de una ética basada en la responsabilidad, pues no se necesita ninguna acción positiva, responsable, para darle valor a la existencia humana. Los diez mandamientos se convierten en una lista de prohibiciones. Esta forma de pensar provoca el individualismo frente a la acción comunitaria: no hay ningún motivo, ningún motor ético que lleve al compromiso social. Es cierto que hay muchas personas religiosas con un profundo compromiso social, pero no es exigido por la religión: el cielo se puede ganar encerrado toda la vida en celda, rezando ajeno a la sociedad.
Pero lo que el catolicismo mantuvo en el ámbito individual (repasa tus culpas, arrepiéntete, haz penitencia), en la sociedad de formación católica ha servido para eludir la propia responsabilidad y endosársela a los demás. Lo explico. Cuando algo en lo que intervienen varios actores sale mal, cuando surge algún problema, normalmente es debido a una concurrencia de causas, y lo elemental es que cada uno de los sujetos se planteara qué podía haber hecho para que el resultado fuera positivo. ¿Han visto ustedes algo de este estilo en los medios de comunicación sobre los graves problemas de la crisis? Al contrario, funciona un mecanismo muy sencillo: se señala un culpable, que posiblemente lo es, y se pide su castigo, eludiendo la responsabilidad propia en el desastre. Es justo y necesario culpar al poder económico y político por su actuación, pero sorprende que el fraude cotidiano en el pago de impuestos como el IVA o el cobro ilegal de prestaciones no generen el mismo rechazo en la sociedad. Es un claro síntoma de carencia de ética social.
El movimiento de los indignados ha sido un hito importante, sobre todo como un sentimiento de inconformidad con la manera de funcionar la economía y la política. Necesitamos una política democrática y una economía humana. Pero llegará a un callejón sin salida si se limita a señalar culpables y pedir su castigo. Es preciso añadir una ética de responsabilidad positiva y una práctica de iniciativas comunitarias. Solamente adoptando unas nuevas ideas de base de la sociedad, es decir, unos nuevos valores fundamentales, se conseguirá que cuando cambie el poder cambie la forma de ejercerlo.
Autor: Manuel Calbet
Economista