Autor: Joan Prats
Académico y Consultor Internacional.
Hemos reunido en este artículo dos pequeños artículos del libro de Joan Prats “Por una izquierda democrática” que nos han parecido muy entrelazados y muy actuales debido a la actualidad política de América latina, y la necesidad de renovar a la izquierda en América y Europa. El primero «los orígenes del totalitarismo” es una sintética y brillante exposición sobre los factores que explican y caracterizan el auge y consolidación de los totalitarismos de tipo populista, y el segundo es la presentación del libro. En él Joan sienta de manera muy clara y sintética las características de la nueva izquierda democrática, justamente la que mejor opción política puede combatir estos movimientos, a la vez que es capaz de proporcionar un horizonte de racionalidad y esperanza a las clases más populares. Joan, que tengamos noticia, nunca vinculó estos dos escritos, pero a nosotros nos han parecido muy complementarios, y como siempre de gran calado intelectual. Ustedes juzgarán.
Los Orígenes del Totalitarismo
Hace 60 años, en 1947, Hannah Arendt, tras la durísima experiencia del holocausto y la segunda guerra mundial, nos dejó una de las reflexiones más lúcidas sobre uno de los mayores horrores del siglo XX: la gestación y las consecuencias de los totalitarismos.
Ni los liberales irresponsables y corruptos de entonces ni quienes lucharon contra ellos a principios del siglo XX pudieron prever las consecuencias de sus actos, a saber: el Estado fascista, nacional-socialista o estalinista. Los antiliberales pretendían sólo una revolución social y cultural, pero los supuestos de su crítica se revelaron falsos y la práctica acabó engendrando el monstruo de las masas encuadradas y movilizadas totalitariamente.
Hoy que los nuevos populistas latinoamericanos develan que sólo hicieron un uso instrumental de la democracia y que su proyecto de poder se desarrollará «a como dé lugar», conviene recordar algunas de las lecciones de Arendt.
Los populismos sólo pueden mantenerse en el poder poniendo en movimiento a las multitudes encuadradas totalitariamente y éstas a su vez impulsan a los populistas inevitablemente hacia el autoritarismo o el totalitarismo. Las multitudes o masas en movimiento no tienen nada que ver con los movimientos sociales de una comunidad pluralista y respetuosa de la libertad de sus miembros. Los miembros de los movimientos populistas no son ciudadanos sino masas o multitudes.
Los populismos como los totalitarismos sólo pueden mantenerse en el poder mientras estén en marcha y pongan en movimiento a todo lo que hay en torno a ellos. Sin el apoyo de las masas los populistas no podrían dominar autoritariamente sobre territorios y poblaciones diversas importantes, ni superar graves crisis internas y externas, ni sortear los peligros de las luchas partidistas.
El líder populista autoritario o totalitario se considera a sí mismo como el funcionario o servidor de las masas que conduce. Líder y multitud son interdependientes. Sin el líder las masas serían una horda amorfa; sin las masas el líder es una entidad inexistente. Hitler lo dijo dirigiéndose a las S. A.: «Todo lo que sois me lo debéis a mí. Todo lo que soy sólo a vosotros os lo debo».
Para comprender al populismo autoritario hay que comprender el concepto y la dinámica de las masas. Los movimientos populistas autoritarios organizan a las masas, no a las clases ni a los ciudadanos con opiniones e intereses sobre la gobernación de los asuntos públicos. Los populismos autoritarios sólo pueden prosperar allí donde existen masas que por una razón u otra han adquirido el apetito del poder político. Masa o multitud se refiere a personas que no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en la gobernación municipal o en las organizaciones profesionales y los sindicatos.
El populismo en el poder no se apoya en las organizaciones e instituciones políticas sino en la fuerza de este tipo de movimientos. El activismo de los movimientos facilita a la multitud el escape a la rutina diaria de miseria, mansedumbre, frustración y resentimiento. En el activismo los que individualmente poco o nada valen encuentran su identidad de engranaje al servicio de algo heroico o criminal. Acceden a la historia al precio de la destrucción.
Durante las etapas liberales económicamente exitosas no importa a casi nadie que la inmensa mayoría del pueblo permanezca al margen de los partidos políticos, es decir, las elites políticas liberales no se comprometen en el desarrollo de una ciudadanía que se sienta personalmente responsable de la gobernación del país. Pero cuando las crisis económicas desestructuran a la sociedad y se llevan consigo todo el tejido de hilos visibles e invisibles que ligan al pueblo con el cuerpo político, entonces todo cambia.
La masificación del pueblo produce la ruptura del sistema de partidos políticos que pierden el apoyo tácito de la población hecha multitud. La desestructuración del sistema de clases transforma las dormidas mayorías existentes detrás de los partidos en masas desorganizadas y desestructuradas de furiosos unidos por su odio al statu quo y la convicción de que los dirigentes tradicionales eran corruptos y estúpidos. Cuando los movimientos populistas autoritarios invaden el Congreso con su desprecio por las formas parlamentarias parecen inconsecuentes, pero en realidad conectan y abonan el sentimiento popular de que las mayorías parlamentarias eran espurias.
Las libertades democráticas tienen sentido y funcionan allí donde se reconoce el valor del pluralismo. Pero en poblaciones rurales inmensas como la de Rusia pre-revolucionaria o en las condiciones de desestructuración social de la Alemania pre-hitleriana (o como sucede con las multitudes de El Alto o las laderas de La Paz), las libertades democráticas eran escasamente relevantes.
Las masas no aprecian el individualismo ni el pluralismo. Incluso pueden despreciarlo como ideal burgués -hoy neoliberal- de dominación. Casi inevitablemente se orientarán, antes como ahora, al reencuentro y revalorización de lo «comunitario», de ideales de sencillez y abnegación, de renuncia a la propia individualidad, asumiendo valores pre-liberales del tipo «vivir bien», sin los tormentos de una libertad inaccesible.
Durante el siglo XIX hasta hoy se ha desarrollado un conflicto intenso entre el «bourgeois» y el «citoyen», entre el hombre que juzgaba y utilizaba todas las instituciones públicas por la medida de sus intereses privados y el ciudadano responsable que se sentía preocupado por los asuntos públicos como tales; en otras palabras, entre el liberalismo y la democracia. Pero este conflicto tenía y tiene sentido dentro de sociedades mínimamente estructuradas. Cuando las sociedades se desestructuran y se hacen multitudes y éstas pueden dominar geopolíticamente como El Alto sobre La Paz, el liberalismo aparece como una actitud hipócrita y sarcástica frente al bien común y el republicanismo como un humanismo pequeño burgués impotente.
Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados que exigen una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable. Aunque inicialmente se use la palabrería de la autonomía del movimiento, el líder tenderá a la dominación plena del mismo. La lealtad total es la base psicológica de la dominación total. El miembro del movimiento deriva su sentido de tener un lugar en el mundo por su pertenencia al movimiento. El movimiento no toma sentido a partir de su posición en el sistema de producción. La lealtad total exige que el movimiento esté desprovisto de contenido concreto. Los programas que vayan más allá de las «cuestiones ideológicas de importancia durante siglos» son un obstáculo. Los sindicatos diversos existen para encuadrar y controlar a sus miembros al servicio del proceso y del proyecto, no para realizar intereses particulares.
Los movimientos totalitarios ejercen siempre una fascinación sobre importantes sectores intelectuales, especialmente sobre los que estuvieron al margen del sistema de clases antes de su quiebra. El hecho de que antes de iniciarse sus carreras políticas sus vidas fueran un fracaso y que estuvieran censurados por los jefes de los viejos partidos, constituyó el factor más fuerte de su atractivo. Individualmente encarnaban la suerte de las masas de su tiempo y era hasta cierto punto lógico su deseo de sacrificarlo todo al movimiento. Por lo demás, la repulsión hacia una sociedad completamente penetrada por la perspectiva ideológica y las normas morales burguesas generaron su deseo de ver la ruina de todo ese mundo de falsa seguridad, falsa cultura y falsa vida. La destrucción sin mitigación, el caos y la ruina asumieron para ellos la dignidad de valores supremos. Los instintos antihumanistas, antiindividualistas, antiliberales y anticulturales acompañaron el elogio de la violencia, el poder y la crueldad.
Pero las élites intelectuales siempre fueron una de las primeras víctimas del monstruo que contribuyeron a crear: el totalitarismo en e! poder no permite ninguna actividad que no sea enteramente previsible; sustituye invariablemente a todos los talentos de primera fila, sean cuales fueren sus simpatías, por aquellos fanáticos y chiflados cuya falta de inteligencia y creatividad sigue siendo la mejor garantía de su lealtad. Cuando el monstruo cae, la organización de las multitudes se esfuma con una rapidez asombrosa y los intelectuales del proceso descubren que sólo lo fueron de la nada.
Por una Izquierda Democrática
Este texto pretende ser una contribución a la izquierda democrática que al parecer del autor necesita Bolivia. ¿Por qué escritos para la izquierda y no simplemente para los demócratas? Sencillamente porque Bolivia es un agregado societal tan desigual e injusto que nadie que no se comprometa con un programa de cambios orientados desde la igualdad merece credibilidad política. Y esto es básicamente la definición de la izquierda. Pero ¿por qué una izquierda democrática? Sencillamente porque las izquierdas hoy hegemónicas en Bolivia están permitiendo que el país se deslice hacia nuevas formas, quizás más sutiles, tutelares, suaves y metódicas de despotismo.
Recordaba Tocqueville que las ventajas del despotismo se ven rápidamente aunque a la larga producen el desastre mientras que las ventajas de la libertad tardan en verse aunque a la larga producen muchas más reformas y avances que el despotismo. La mayoría de los países latinoamericanos han construido democracias de baja intensidad, controladas por elites instaladas en un equilibrio institucional que no ha permitido los drásticos cambios hacia la eficiencia y la equidad que los pueblos requieren. Al frente de estas «demoblandas» se han instalado a menudo demócratas «by default», que han confundido la democracia con sus apariencias y han renunciado a impulsar las complejas y conflictivas transformaciones exigidas en los niveles político, económico y cultural.
Cuando estas «demoblandas» han entrado en crisis de régimen político precisamente por su incapacidad o por el agotamiento de su capacidad reformista, se han creado las oportunidades para la emergencia de nuevos actores -movimientos sociales- y emprendedores políticos populistas que, como siempre han hecho los populistas, han invocado directamente al pueblo, a las grandes mayorías desafectas, para producir una revolución, es decir, un cambio en las estructuras de poder, de propiedad y de la simbología o identidad. La apelación directa al pueblo constituyente por los populistas se presenta como el recurso necesario para romper los bloqueos que las instituciones patrimonializadas por las elites oponen a los cambios necesarios. El populismo plantea no la continuidad reformista sino la ruptura institucional. La Asamblea Constituyente es el medio para conseguirlo. El precio pagado es la gran polarización social que generan entre el verdadero pueblo, que sólo es el que les apoya, todos los demás, a los que se ve integrando una larga lista de equivocados o malvados oligarcas y proimperialistas que hay que combatir incesantemente, sin pudor ni que tiemble el pulso.
Cuando el régimen populista llega a imponerse, su deriva autoritaria resulta imparable por la propia lógica de su discurso y de su práctica política. Si pueden mantener la hegemonía por métodos electorales mejor; pero las elecciones se acompañarán de una serie de medidas que aseguren que todo el poder se concentra en el Ejecutivo y en la persona de su presidente. Y la oposición será objeto de vigilancia atenta y de todo tipo de amedrentamientos. La economía se estatizará y el Estado se patrimonializará por la nueva elite política populista. Las políticas sociales tendrán un sesgo asistencialista y clientelar. La burocracia estatal se considerará patrimonio de los adictos al nuevo régimen, se disminuirá o anulará el poder Judicial, se controlará la jurisdicción constitucional, se «flexibilizarán» los controles de la gestión pública, se facilitará en definitiva la discrecionalidad en el manejo de los fondos públicos, se constreñirá al empresariado que no se sume al proceso y se premiará al que lo haga, no habrá desarrollo productivo sino un florecimiento de las actividades económicas informales, ilegales y hasta criminales. Se desarrollará una publicidad permanente y sin precedente en todos los medios de comunicación que se intentará controlar. Se demonizará el «imperialismo» como la mano obscura que está detrás de todos los males reales o imaginados …
Pero ha sido la incapacidad reformista de las viejas elites la que ha pavimentado el camino de los nuevos populismos y de su deriva despótica. Si excepcionamos a los países latinoamericanos con mayor fortaleza institucional (Chile, Uruguay, Brasil, Costa Rica) el resto se halla ya en la deriva populista o en riesgo de caer en ella. ¿Por qué en la mayoría de países es el populismo la alternativa exitosa y no una alternativa de izquierda democrática? En primer lugar, hay que considerar que la vieja derecha política no tiene credibilidad reformista, se resiste a morir, persiste en sus liderazgos oxidados y, fuera del poder, no tiene capacidad movilizadora.
Por otra parte, las multitudes empobrecidas, vejadas, sin reconocimiento ni oportunidades nunca aspiran espontáneamente a la libertad sino a ciertos beneficios sociales mínimos y a cierto reconocimiento y dignidad que los populismos parecen brindarles en contraste con el clasismo y el menosprecio de las viejas elites, a las que quizás puedan devolverles el rencor acumulado.
La izquierda democrática latinoamericana se encuentra en una contradicción: por un lado tiene que reconocer la necesidad de algunas de las reformas que impulsan los populistas y, por otro, sabe que el proceso de liberación populista tiene vuelo corto, cae en el despotismo personalista de un líder desinstitucionalizador, es incompatible con la revolución productiva, se basa en la redistribución discrecional y asistencialista de la renta de los recursos naturales y, por todo ello, es incapaz de asegurar a largo plazo las reformas necesarias para que surjan las condiciones económicas y sociales de una verdadera república de ciudadano/as.
Las oportunidades de la izquierda democrática se abrirán con el proceso de reflexión crítica y de aprendizaje que vayan haciendo los pueblos a través de sus liderazgos de referencia. No podemos saber cuánto tiempo tomará. Pero este proceso ya se ha iniciado. En Bolivia, la gran ilusión en la revolución democrática y cultural prometida que se expresó el18 de diciembre de 2005 se va marchitando lenta pero irremisiblemente. Enfrente sigue en pié una derecha tradicional bronca e incompetente que en los hechos constituye el mejor apoyo del proceso populista. Hay desde luego verdaderos demócratas no derechistas en la oposición política y en la diversidad de gentes que, a la vista del juego de fuerzas, aún están apoyando al evismo. Son la fuente de la que deberá nutrirse una nueva izquierda democrática boliviana. A ellas y ellos va dedicado este libro que es una compilación sistematizada de trabajos desarrollados entre 2004 y 2009, años decisivos no sólo para Bolivia sino para la dialéctica democracia-populismos en América Latina y para las contradicciones entre gobernanza neoliberal y democracia en el mundo.
La pretensión del autor sólo es la de aportar elementos para la configuración ideológica, programática y de práctica política de esta necesaria izquierda democrática boliviana. Se trata desde luego de una contribución modesta. La gran tarea de construcción de esta izquierda será nacional y genuinamente boliviana. Se encuentra en las capacidades y responsabilidades de este pueblo boliviano que el autor ama tanto como respeta íntegramente en su soberanía. Buena parte de los trabajos que se aportan proceden de publicaciones previas en Nueva Crónica y Buen Gobierno, a cuyo consejo editorial me honro en pertenecer.
Decía Kant que cada tiempo tiene que repensar libremente los problemas de humanidad que le son propios. Personalmente creo que la izquierda democrática no puede construirse en este mundo tan nuevo con las categorías, personas y prácticas políticas del pasado. Nuevos son los tiempos y nuevas deben ser las personas y los saberes que los protagonicen. Se requieren dosis ingentes de compromiso, dedicación, buen hacer, paciencia y generosidad para construir lo nuevo: una Bolivia plenamente emancipada, es decir, una república de ciudadanía plena, capaz de integrar en el reconocimiento y respeto mutuo su maravillosa diversidad, de disponer de instituciones capaces de canalizar los inevitables conflictos, de ir generando una cultura de igualdad, libertad y reconocimiento.
Han pasado los líderes que protagonizaron la democracia pactada. También pasarán el evismo y su actual oposición. Quedará Bolivia, mal que les pese a los que pretenden o viven bajo el temor de su desintegración. Su gente, cada vez más situada en el mundo, irá aprendiendo el valor de la libertad y se irá comprometiendo en la generación de las condiciones de su emergencia y sostenibilidad. El pueblo quizás no es del todo sabio aún ¿cómo podría serlo tras tanta exclusión y abandono? Pero llegará a serlo, aprenderá y distinguirá. Nada podrá ni debe hacerse sin él ni su creciente sabiduría. El despotismo populista no puede ser sustituido por ningún despotismo ilustrado. La izquierda democrática debe ser uno de los grandes catalizadores de este proceso de aprendizaje y cambio cultural que sólo tendrá impacto transformador cuando llegue a enraizarse profunda y ampliamente en la gente.
Componiendo este libro siempre he tenido en mente el trabajo comprometido y el ejemplo de José Antonio Quiroga. Es él quien lo ha inspirado y posibilitado. Quiero expresarle toda mi amistad, reconocimiento y compromiso con su tarea editorial y cultural. Ya través de él a todos los hermanos y hermanas bolivianas que me han permitido conversar, dialogar, a veces discutir severamente, a lo largo de estos años y, con todo ello, ir forjando lazos, pequeñas esperanzas de una humanidad posible, fundamento de una ciudadanía universal, que, por primera vez en la historia, ya no es el sueño de filósofos morales sino un proyecto viable e indispensable para nuestra supervivencia.
Autor: Joan Prats
Académico y Consultor Internacional.