Un país que ya dejó de soñar su futuro

Un país que ya dejó de soñar su futuro

Liliana de Riz

Socióloga e investigadora superior del Conicet

Qué nos pasa a los argentinos que, para muchos, el futuro está en el retorno a un pasado idealizado, a los años dorados del primer peronismo? El mundo cambió, el país es otro, Argentina ya no es la sociedad urbano-industrial que incorporaba a las masas al mercado de trabajo mientras el Estado reconocía la legitimidad de su presencia política y creaba los mecanismos sociales para asegurar el bienestar social. La sociedad forjada por la revolución peronista quedó atrás, la pobreza es el rasgo distintivo de la sociedad que emergió de las ruinas de aquélla. Y sin embargo, la memoria de esa experiencia, evocada en los encendidos discursos presidenciales, habita todavía el imaginario colectivo. La nueva pareja peronista se identificó con el Estado y con la Nación y se empeñó en mantener viva la esperanza de una sociedad más igualitaria al precio de falsificar los datos de la realidad.

El crecimiento del empleo formal en la primera década del milenio no alcanzó para incluir a todos los pobres, viejos y nuevos, que los procesos de reconversión productiva y las políticas de austeridad de la década del noventa —y su desenlace, la gran crisis del 2001— arrojaron a la intemperie. La ralentización de la economía y los desequilibrios acumulados a lo largo de la gestión de Cristina Kirchner dejan hoy al descubierto que la proclamada inclusión social de este “modelo” quedó sometida a los ciclos de la economía. La denominada “nueva clase media”- que poco tiene de nueva- es el reflejo de la reducción de la pobreza, medidas ambas sobre la base de los niveles de ingreso fundamentalmente laboral, o de transferencias como las asignaciones o la jubilación. Sin embargo, si no se eleva la productividad para sostener el crecimiento y financiar la política social, el futuro de los que están en los escalones bajos de la pirámide social no será de ascenso social sino de regresión a la pobreza. La inflación y la caída del empleo ya achicaron el contingente de los provisoriamente incluidos y también aumentaron las penurias de los de más abajo.

La distribución progresiva del ingreso —con muy poco para muchos- y regresiva de la riqueza, con mucho para unos pocos, y sobre todo, para el poder de turno y sus amigos, ha continuado modelando una sociedad muy desigual que las cifras inventadas del INDEC no pueden ocultar. Dos tercios de la mitad superior de la escala social no pueden ahorrar, según las cifras del Barómetro de la Deuda Social de 2013.

Desorganización de la economía y del Estado, degradación de las instituciones y corrupción sistémica, son rasgos de la utopía regresiva construida por los Kirchner. Antes que “recuperar la patria”, los argentinos asistimos a la privatización del Estado en manos de un grupo en el poder, legitimado en elecciones que son un requisito necesario, pero no suficiente, para calificar de democrática su gestión. Un gobierno que destruye los controles, coloniza el poder judicial y descalifica a la oposición es un gobierno autoritario.

Acaso las esperanzas que despertó el retorno de la democracia en 1983 han sido sepultadas por la resignación ante tanta arbitrariedad. Las olas de indignación que convocan a marchar por las calles han sido movimientos espasmódicos, explosiones de sentimientos que no encuentran canales para darles argumentos y continuidad, y frenar tanto despropósito.

Con Raúl Alfonsín se instauró el Estado de Derecho que los militares habían arrasado, pero se frustró la promesa de una vida mejor para todos. Con Saúl Menem se logró la estabilidad de la economía al precio del crecimiento de la pobreza y la desigualdad. Tras el breve interregno de la Alianza, en medio del desbarajuste heredado por el endeudamiento irresponsable de la fiesta menemista y sin brújula, Néstor Kirchner trajo el asistencialismo generalizado en un contexto de bonanza que no previó que iba a llegar a su fin antes de que la economía diera el salto que se esperaba para no quedar expuesta, una vez más, a los azares de la fluctuación de los precios de las commodities. Los indicadores sociales mejoraron y recuperaron los niveles de antes de la recesión de fines de los 90, pero la riqueza sigue altamente concentrada.

Cristina Kirchner agrandó la fiesta del consumo, ufanándose de sacar a la gente de los partidos para llevarla a los supermercados, pero sigue sin tener respuestas para quien se pregunta cómo será el futuro de sus hijos. Quien la suceda enfrentará el desafío de encontrar una trayectoria hacia el futuro para dar las respuestas que este gobierno no tiene.

 

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