Autora: Liliana De Riz
I. Cambiar en democracia.
América latina vive años de crecimiento económico, reducción de los niveles de pobreza, menor vulnerabilidad ante los embates externos y mayor participación en las decisiones que afectan al orden mundial. La rotación en el poder, con la excepción de Cuba, se produce en forma pacífica, sin derramar sangre. Las democracias han resistido las crisis a través de soluciones para-constitucionales o parlamentarias. En la década del noventa, 14 presidentes no terminaron sus mandatos y en ningún caso intervinieron los militares. En la década de 2000, sólo Honduras fue la excepción. Que en América Central se respeten los resultados de las elecciones, se haya abandonado la lucha armada y la democracia sea un valor compartido, es una manifestación clara del progreso de la democracia en la región en el curso de los últimos años. Ya han transcurrido en promedio dos décadas de nuevas democracias que reflejan el sostenido respeto al resultado que arrojan las urnas –incluso Chávez cuando ha perdido, lo ha aceptado. Sin embargo, durante la última década y media creció una ola favorable a la reelección a la que se agregan los intentos de continuar o regresar al poder a través de familiares (esposas, hijos, hermanos) Como consecuencia de esta tendencia, la renovación de la dirigencia se ha estancado y la alternancia se ha vuelto un fenómeno menos frecuente.
¿Qué democracias tenemos? La democracia no se reduce a las elecciones. Las elecciones son condición necesaria, pero no suficiente, y en no pocos casos, se celebran elecciones poco competitivas en las que el fraude estructural se alimenta del uso abusivo de los recursos del estado por parte de los oficialismos de turno. La democracia representativa es una forma de organización política que cuenta con apenas dos siglos en la historia de la humanidad. Fue Tocqueville en su obra “La Democracia en América “(1855) quien instaló a la democracia en el debate académico e institucional y fue la Revolución de 1848 la encargada de la difusión del concepto estrechamente asociado a las idea de igualdad primero y de solidaridad, más tarde. Tocqueville ya había señalado que antes que un régimen, se trataba de una forma de vida y por tanto, suponía valores compartidos y condiciones de igualdad social para funcionar. La desigualdad y la carencia de una tradición democrática arraigada en la sociedad, conspiran contra la estabilidad de una democracia representativa en la región. La imagen positiva que arroja el crecimiento de las economías contrasta con la concentración del ingreso y de la propiedad. América Latina y el Caribe sigue siendo la región más desigual del mundo en términos de la distribución de ingresos y de activos como tierra, capital, salud, educación y tecnología. A pesar de los logros, todavía hay niveles inaceptables de desigualdad social
. La democracia como régimen político se expresa en los órdenes constitucionales mediante los cuales funciona y cuyo fin es producir la alternancia en el poder sin violencia, controlar a quienes ejercen el poder y, dar la voz al pueblo, entendiendo por esto, los procesos a través de los cuales los ciudadanos intervienen en las decisiones que afectan sus vidas. Uno de los ejes del debate actual es la construcción de mecanismos para lograr una democracia que eleve de manera organizada la participación popular en la vida republicana y rompa los impasses entre los poderes políticos. El otro eje gira alrededor de las políticas públicas destinadas a crear las condiciones para que los derechos y las libertades sean efectivos y contribuyan a reducir las desigualdades. El desafío consiste en encontrar las respuestas la pregunta de cómo cambiar en democracia un orden injusto. La democracia como forma de gobernar tiene que responder con eficacia a los problemas de la pobreza y la desigualdad, tiene que lograr el bienestar social de las mayorías postergadas porque los populismos crecen de la frustración de las expectativas acerca de que todos tendrán una oportunidad.
América latina tiene una tradición en la que el divorcio entre las libertades y el estado de bienestar intentó ser reconciliado en el plano de la política por los populismos y en el de la economía, por las variantes del desarrollismo. Las elecciones precedieron a la vigencia plena del estado de derecho y al respeto de las minorías, y la manipulación de las reglas de juego cuando los resultados de las urnas no satisfacían los intereses de los poderosos de turno, fue la regla en mucho de sus países. El liberalismo se implantó en sociedades no liberales y se impuso muchas veces a palos, como gusta decir Tulio Halperín Donghi. Los golpes militares buscaron legitimar el imperio de la fuerza invocando un futuro retorno a la democracia.
La tensión entre liberalismo y pluralismo por una parte, y desigualdad, jerarquías y privilegios por otra, está siempre presente. Los procedimientos ponen en marcha un conjunto de valores; son la maquinaria que necesita alimentarse de una cultura democrática enraizada en la sociedad y sustentada en la defensa del estado de derecho y de la igualdad social. Cuando no es así, el camino autoritario termina por imponerse y paulatinamente se acepta que las decisiones se tomen sin debate parlamentario, con procedimientos poco transparentes y personalistas. Autoritarismos con diversas modalidades engendraron regímenes que la literatura califica como híbridos, cuando no apela al recurso del oxímoron y nos habla de “autoritarismos competitivos” o “autoritarismos constitucionales” o de “democracia electoral”, plebiscitaria, delegativa, mayoritaria, etc. La utilización del término populismo se ha extendido tanto -reúne movimientos tan disímiles como los liderados por Vargas, Perón, Betancourt, Velasco Ibarra o Cárdenas- que es poco útil para el análisis comparativo, y no podría ser de otra manera, ya que sin sólidas semejanzas entre los elementos que se quiere comparar, las generalizaciones falaces son el resultado más probable, como lo advirtiera Stuart Mill.
Las nuevas experiencias que se definen como nacionales y populares en la región -más allá de la singularidad de los contextos nacionales y de la ecuación personal de sus liderazgos- tienen en común ciertos rasgos: en ellas revive la vieja antinomia entre la democracia formal y la democracia sustantiva. La democracia se opone a la justicia social y el respeto de la ley se subordina a los contenidos. Asistimos al reverdecer de una concepción de la democracia como gobierno de la mayoría que ignora que la democracia es respeto de las minorías, que la oposición no existe sólo para esperar que le llegue su turno de gobernar, que la negociación y el compromiso, antes que la decisión, el secreto y la sorpresa, son las claves de la vida en democracia. El buen orden político es el que logra contener el conflicto en el marco de las instituciones y evitar que se exprese por fuera y en contra de las mismas. En palabras de Eugene Debs al pueblo estadounidense: “Para poder cambiar el orden tan enormemente frágil y tan profundamente espúreo que impera en nuestras sociedades no hay que cultivar la tierra prometida, sino un terreno de diálogo y experimentación”. (citado en Birnbaum,2007)
La democracia representativa sigue siendo el único sistema legítimo para acceder al poder, pero el entusiasmo por ella ha decaído. El restablecimiento de la democracia trajo la promesa de una vida mejor para todos y dejó la frustración de muchos que viven sin esperanza y sin sentido de futuro. Sin embargo, como alerta Adam Przeworski, (Przeworski,2010) el desencanto con la democracia no debiera de ser tan ingenuo como lo fue la esperanza.
Los síntomas del desencanto son múltiples y varían según las regiones y países, pero la crisis de representación partidaria es un fenómeno generalizado. A esa crisis contribuye la fragmentación de los representados cuyo síntoma más claro es el creciente contingente de los excluidos del mundo laboral, pero es consecuencia, además, del impacto de la globalización que limita las decisiones emanadas de la voluntad popular y debilita las condiciones mismas de funcionamiento de la democracia.
Del desencanto se nutren en América Latina viejas ideologías revestidas de nuevas formas: neopopulismo, neoindigenismo, “socialismo del siglo XXI” que comparten un modo de ejercicio del poder basado en una peculiar concepción del mandato presidencial, un método para dirimir conflictos y el uso y abuso de los bienes públicos. Hay una creencia arraigada según la cual, el presidente es portador de una misión histórica que lo habilita a repartir premios y castigos sin rendir cuentas a nadie y a actuar como verdaderos mandamases. El método consiste en manipular las reglas para conservar el poder, reemplazar al debate por el monólogo excluyente y los atriles unánimes. La apelación a la unidad contra los enemigos- la oligarquía, el imperialismo- fabrica los apoyos.
La concepción de lo público habilita el uso de los recursos del estado como botín político para premiar lealtades en desmedro de la gestión estatal. Reina la confusión entre estado y gobierno y el estado pasa a ser el ámbito privilegiado de los negocios privados. Por último, la carencia de una visión sobre hacia dónde se va, cuál es el lugar en el mundo… Como dice un joven en Argentina: «Si se niegan a ver dónde estamos parados, jamás van a saber hacia dónde estamos yendo». La ausencia de estrategias de inserción a medio plazo, infraestructura y perfiles productivos diversificados que son la clave de países que prosperan, muestra gobiernos que reparan pero no reforman. Roto el consenso de Washington no ha habido aun reemplazo y esta falencia atraviesa a la región aunque algunos países buscan consensuar un proyecto colectivo y otros aun no pueden enfrentar ese vacío. La crisis económica mundial de 2008 echó por tierra el fundamentalismo de mercado y reintrodujo el rol del estado como agente regulador en un momento en que la región se encontró en mejores condiciones de enfrentar la crisis y con mayor participación en el futuro global. La presente crisis de la deuda en la eurozona amenaza con la debacle de la economía mundial y plantea nuevos desafíos a los países emergentes que exigen imaginación, responsabilidad y coordinación de sus liderazgos.
América Latina es heterogénea, hay una diversidad difícil de abarcar mediante fórmulas reduccionistas o dicotomías esquemáticas. No obstante, una primera distinción entre regímenes fundacionales y regímenes basados en la negociación y el compromiso es un buen punto de partida para ordenar el universo. Los regímenes fundacionales basados en la confrontación, apostaron a hacer tabla rasa del anterior sistema de representación a través de una Asamblea Constituyente, es el caso que inauguró Venezuela y siguieron luego Bolivia y Ecuador. Entre éstos y los regímenes de negociación y compromiso, encontramos democracias tributarias de un partido dominante en las que la alternancia política es una alternativa poco probable. Es el caso de la Argentina actual y lo fue el de la democracia en Paraguay antes del triunfo de la coalición opositora encabezada por el ex obispo Lugo y el de México durante las siete décadas de hegemonía priísta. No son regímenes fundacionales de confrontación ni democracias de negociación y compromiso.
Difícil es abarcar situaciones concretas ya que cada régimen asume rasgos parciales de los tipos antagónicos y los gobiernos, con frecuencia oscilan en sus orientaciones más o menos populistas, elitistas o socialdemócratas. El desafío consiste en construir sociedades democráticas con elecciones libres y competitivas, controles al ejercicio del poder, una ciudadanía activa y vigilante, y políticas públicas que ofrezcan respuestas originales a los problemas que afectan la vida de los ciudadanos de un país y del mundo, porque gran parte de los problemas como el narcotráfico, el crimen organizado, el terrorismo o el cambio climático, desbordan las fronteras nacionales. El momento actual tiene las características de un fin de época, podemos ver lo que termina, pero no alcanzamos a avizorar qué es lo que comienza. En tiempos de grandes crisis, la democracia suele ser un ideal menos atractivo, sus fundamentos se cuestionan y el terreno se torna fértil para el surgimiento de salvadores de la patria. Sin embargo, las respuestas a la crisis suponen el fortalecimiento y la profundización de las democracias. Contra la amenaza del autoritarismo se levanta la esperanza de que la demanda de construcción de ciudadanía, de integración social y de compromiso con las libertades sea el cemento con el que se construyan democracias representativas capaces de animar sociedades más justas para todos y más libres para cada uno.
II. Digresión sobre mujeres y política.
Una de las novedades que resultó de la celebración de elecciones regulares en la región, es el paulatino ascenso de las mujeres a cargos políticos, favorecidas por el impacto de la ley de cupos ya implantada en la mayoría de los países. El otro dato significativo, es la llegada de mujeres a la Presidencia de sus países. Michèlle Bachelet, en Chile, inauguró un ciclo que continúa Laura Chinchilla en Costa Rica, Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina y Dilma Rouseff, en Brasil. Es demasiado pronto para evaluar qué cambios traen aparejados los liderazgos de mujeres en los modos de ejercer la política. A la ecuación personal de sus liderazgos, se agrega la diversidad de sus respectivos contextos nacionales. En el camino al poder de todas ellas hay un gran hombre, y no podría ser de otra manera porque el mundo de la política es un mundo todavía dominado por hombres. Sin embargo, el transcurso del tiempo juega a favor de una política abierta a la participación de las mujeres en los cargos de mayor responsabilidad. A pesar de que todavía no podamos sacar conclusiones sobre una política de género, no puede abandonarse la esperanza de que los liderazgos femeninos aporten imaginación para encontrar respuestas a los desafíos y nuevas y más transparentes formas de ejercer el poder. Mientras tanto, es necesario prestar atención a los modos en que las líderes femeninas ejercen el poder.
Entre las actuales presidentas en América Latina, quiero destacar el caso de Cristina Fernández de Kirchner, pues se inscribe en la singularidad del movimiento político creado por Juan Domingo Perón hace más de seis décadas, y aun vigente en una de las muchas variantes con las que logró aggiornarse y sobrevivir al paso del tiempo. Este dato le confiere la singularidad de ser una mezcla de modernización y arcaísmo político.
La llegada a la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, designada por su esposo y entonces presidente, fue una variante de reelección conyugal. La carrera política de la presidenta no se inauguró entonces, venía de más lejos y se había forjado en cargos electivos, como diputada primero y como senadora, después, a lo largo de los años de la democracia recuperada. Su desempeño como legisladora representando a la provincia varias veces gobernada por su esposo durante esos años, y como senadora por la provincia de Buenos Aires en años más recientes, también estuvo asociada al poder de su esposo. Desde sus comienzos, puede afirmarse que el suyo era un matrimonio político y no sólo civil o religioso. Lo singular del matrimonio de Cristina y Néstor Kirchner es que encarnan la pareja peronista, un ideal caro a la tradición de ese movimiento político.
En la creencia popular, esa pareja es la protagonista de un gran amor entre sí y por la patria, a la que ambos se consagran. Ellos evocan a Juan Perón y Eva Duarte y como aquéllos, también los dos fueron piezas clave de los gobiernos que encabezaron alternativamente. En éste, su segundo mandato, la presidenta encara una gestión dedicada a realizar los sueños de su esposo fallecido que son también sus sueños. Si Evita tenía como consigna “la vida por Perón”, Cristina pone todo su ser al servicio de una causa que no es otra que la de glorificar la memoria de Néstor Kirchner continuando la obra comenzada por él y con él. Néstor Kirchner dio la vida por ese ideal y Cristina da toda su energía para cumplir, ahora viuda, la misión que él dejó inconclusa. Esta “unión” no significa que sus acciones no hayan tenido autonomía en vida de su esposo, no se trata de una relación de subordinación. Como lo mostró cuando era legisladora y sigue haciéndolo como presidenta, su acción es personal y es autónoma. Hasta el último candidato en las recientes elecciones que la consagraron nuevamente presidenta con el 54% de los votos, pasó por el tamiz de su voluntad. Gobierna sola, pero como bien dijo Emilio de Ipola, lo hace bajo el aura de Néstor Kirchner, de una “iluminación general” que dio peso específico tanto a las iniciativas posteriores a su muerte, como a las del propio Néstor Kirchner.
El temperamento de Cristina evoca a Eva Perón, como ella, es indomable e inflexible. “Con la Eva que me siento identificada es la Eva Perón del rodete y el puño crispado frente al micrófono” declaró al diario El País de España Cristina Kirchner antes de asumir su primer mandato presidencial. (El País, 26 de julio de 2007) Durante su actuación como legisladora, su dedo en alto era una suerte de látigo furioso, implacable, cuya amenaza temieron muchos de sus pares.
Como Perón, ella es la sobreviviente de la pareja y como Eva, Néstor Kirchner vive después de su muerte en el imaginario peronista: “Junto a Chávez con la presencia de Kirchner” titula el diario Página 12 la nota sobre la recepción a la presidenta en Venezuela (Página 12, 2/12/2011) Las reiteradas apelaciones al más allá “desde donde Él- Néstor- nos mira “forman parte del culto idólatra y supersticioso sobre el que prevenía el cardenal Tardini desde el Vaticano, a propósito de las manifestaciones durante el velatorio de Eva Perón y lo registra la excelente biografía política de Eva realizada por Loris Zanatta (Zanatta,2011).
Como puede apreciarse, antes que una conquista de género- aunque esa dimensión no puede ignorarse- el significado más profundo reside en la pareja peronista rediviva: una pareja en la que la mujer, por más poderosa que sea, fundamenta su acción en la devoción política por su marido y consolida su poder rindiendo homenaje al compañero de toda su vida. Esa imagen se nutre de rasgos del peronismo clásico de los años 50, culturalmente arcaico, premoderno, que bien ilustra la senadora Beatriz Rojkes, designada vicepresidenta del Senado y por tanto segunda en la línea sucesoria actual. Esposa del gobernador de Tucumán José Alperovich, cuando le preguntaron si piensa suceder a su esposo en el cargo (sería un caso de reelección conyugal similar el abortado en Guatemala entre el presidente Álvaro Colon y su esposa, Sandra Torres), ella respondió: “Estaré donde José me pida” (La Nación, 1/12/ 2011), una respuesta digna de una esposa abnegada.
Bibliografía
Przeworski, Adam “La democracia y sus límites” EN: www.nexos.com.mx 17 de marzo de 2010
Birnbaum, Norman (2001) Después del Progreso: reformismo social estadounidense y socialismo europeo en el siglo XX .Tuskets Editores. Barcelona.
Zanatta,Loris (2011) Eva Perón. Una biografía Política. Buenos Aires: Sudamericana