Nuevos males, viejas realidades.
Presidente AIGOB
El Covid se ha extendido de forma global, pero no todos tienen los mismos recursos para hacerle frente.
Sobrevivir al miedo hoy. Más que nunca nuestras sociedades más abiertas, más interconectadas, complejas, viven tiempos inciertos, mucho más que otros, pero desde la gestación de la vida a la muerte ningún ser humano ha podido librarse de la incertidumbre y el miedo, aunque afortunadamente la evolución nos ha equipado para superar tensiones, nos ha equipado desigualmente, genéticamente no estamos igualmente preparados para enfrentar la incertidumbre y el miedo. Esta afirmación se hace más evidente en momentos en que la pandemia por el COVID-19 en todas sus versiones se ha extendido a nivel global y nos ha generado la evidencia de nuestra condición sin certezas, sin seguridades, sin previsión, hemos ido construyendo la interacción con los demás en tiempos complejos y difíciles, superando e intentando alcanzar un desarrollo posible, pero esa confianza en nosotros mismos que es el recurso básico para gestionar las incertidumbres y los miedos inevitables nos han llevado a enfrentar la realidad de la desigualdad: la pandemia no es la misma en un país desarrollado y en un país intentando desarrollarse.
La búsqueda de seguridad es inherentemente humana y puede degenerar en delirio cuando, incapaces de gestionar la inevitable incertidumbre, perseguimos certezas absolutas de cualquier orden (religioso, político o cultural), que no son sino ilusiones para aliviar nuestras almas más atormentadas y afligidas. Hoy en Bolivia la realidad de una situación estremecedora ante la pandemia, desnudando las carencias de un Estado sin estado, de una institucionalidad carente de mínimos y la informalidad campeando por las calles parecían ilusiones delirantes buscando seguridades. De pronto el mercado informal de un comercio de alimento diario, de un comercio precario, se convertía en un mercado de soluciones breves, urgentes y urgidas al rescate, para que miles de ciudadanos sin acceso posible a atención médica en una infraestructura sanitaria luego de una cuarentena rígida, donde el silencio se hizo dueño de las ciudades y solamente las redes sociales tejían y destejían verdades y falsedades, apareció un mundo que siempre había estado ahí, la informalidad que reconoció en su tiempo Hernando de Soto, afloraba de la mano de las pequeñas soluciones naturales, medicinales y cuando en otros países se dotaba de equipos de bioseguridad para centros de salud, hospitales o personal sanitario, el mercado informal hizo surgir trajes de bioseguridad para todos los bolsillos, vendedores de esquina ofreciendo kits de bioseguridad, mascarillas o barbijos de todos los formatos, remedios accesibles y recetas que iban y venían mediante whats app, fb y la tecnología de por medio. En medio de este maremágnum de informalidad brindando soluciones las noticias anunciaban el colapso de hospitales y la precariedad una vez más hacía evidente la tremenda falencia de recursos en servicios mínimos de salud. Inevitablemente, los héroes son y serán los profesionales de salud en este casi campo de guerra, médicos, enfermeras, personal hospitalario.
Mientras tanto, las noticias alentadoras sobre protocolos y nuevas medicinas, amén de vacunas posibles y efectivas, llenaban portadas digitales y nos contaban que el mundo desarrollado estaba allí, allende nuestras fronteras. ¡Cuán lejos de esta tierra!
Pero estas soluciones esperanzadoras se orientan mayoritariamente hacia los países desarrollados y alcanzarán sólo a minorías de los países pobres. La globalización tecnológica, acompañada de los avances de la ciencia, aventaban la promesa de una universalización de soluciones y respuestas a la pandemia, impulsada principalmente por las fuerzas de los mercados globales. Pero hay realidades viejas no previstas, no ha cambiado el mapa mundial de actores y desigualdad. Se ha dado paso a una nueva era de incertidumbres y vulnerabilidades.