Capacitarnos para sobrevivir el miedo
Francesc Vicent, alter ego de Joan Prats al que atribuía sus pensamientos más humanista, escribió este artículo en el año 2009, aunque bien pudiéramos pensar que fuera a propósito de acontecimientos muy actuales.
Sobrevivir como individuos y como especie
Los humanos no estamos capacitados para sobrevivir en cualquier tipo de circunstancias sino sólo en las que nos ha tocado vivir. No somos temporalmente intercambiables. Los humanos de hoy no podríamos superar las condiciones de supervivencia de los de hace o de los de dentro de unas generaciones, y viceversa. Estamos equipados genéticamente para sobrevivir a muy largo plazo, pero no como individuos sino como especie. Como individuos sólo podemos aspirar a tener vidas largas, sanas y autónomas que “valgan la pena” dentro de nuestras circunstancias. Sobre la base genética de cada cual podemos desarrollar aprendizajes individuales y sociales que nos ayuden a sobrevivir en los tiempos y circunstancias más adversas. La evolución nos equipó para ello.
Pero los humanos, además de individuos, somos miembros de una especie con la que nos encontramos genéticamente conectados. Como individuos morimos, pero nuestros genes sobreviven en nuestros descendientes, aunque en combinaciones nuevas que forjan individuos únicos mucho mejor adaptados para continuar la odisea de la vida de lo que lo estarían nuestros simples clones. El goce entrañable que experimentamos al contemplar la descendencia familiar tiene un claro y hondo fundamento biológico. Como lo tiene la celebración de todo nacimiento que es siempre una promesa de continuidad y de renovación humana. Muchos de los temores sobre el futuro de la humanidad son temores de viejos que no expresan sino la incapacidad de los más mayores para sobrevivir en el mundo que se viene. Nuestros descendientes nunca son como nosotros y están mejor preparados e ilusionados para abordar el futuro. En sociedades abiertas y dinámicas el saber de los ancianos tiene un lugar, pero la acción y su dirección deberían abrirse al impulso de cuarentones constantemente renovados.
Genes y personalidad para sobrevivir el miedo
Pero, entretanto la humanidad sigue su curso ¿qué hacemos usted y yo en este aquí y ahora frente a la incertidumbre y los miedos desatados? El “conócete a ti mismo” es la primera regla. También puede ayudar el orteguiano “yo soy yo y mi circunstancia”. Seguramente, en las circunstancias actuales, el Oráculo de Delfos nos ordenaría un test genético pues es en nuestros genes donde radica entre un 30 y un 50 por 100, según autores, de nuestra capacidad para vivir la incertidumbre y superar los miedos y adversidades. Sabemos que los hermanos gemelos separados de sus padres al nacer y educados en entornos económico-culturales muy diferentes revelan sin embargo actitudes ante la vida muy similares registrando niveles de satisfacción o insatisfacción muy próximos.
Igualmente, revelador resulta considerar a los niños que han crecido en entornos familiares y sociales de alto riesgo y, sin embargo, han resultado física y emocionalmente sanos y fuertes. Todos ellos registran tres rasgos de personalidad que les han ayudado a protegerse de las presiones estresantes del medio: la valoración positiva de sí mismos, la disposición optimista y un talante sociable y comunicativo. Miguel de Unamuno, en 1913, escribía en Del Sentimiento Trágico de la Vida que “no son nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas sino nuestro talante optimista o pesimista el que hace nuestras ideas. Para vivir razonablemente el presente necesitamos tener un sentido esperanzado del futuro pues cuanto más incierto y sombría se nos aparece el porvenir y el de nuestros hijos más vulnerables resultamos a la angustia que corroe la confianza en nosotros mismos y en el mundo. La desconfianza tiende a ponernos en una alerta y vigilancia constante que no nos deja relajarnos, interfiere nuestra capacidad de relación, debilita nuestro sistema inmunológico, nos causa trastornos digestivos, hipertensión, dolores varios, ansiedad, irritabilidad, mal humor, insomnio, tristeza, aislamiento, pensamientos negativos, dificultad para concentrarnos, en suma, nos impide gozar de la vida o nos impulsa a acudir al sucedáneo espurio de las drogas varias.
Necesitamos creer que controlamos razonablemente nuestras vidas para alimentar la confianza en nosotros mismos y enfrentarnos más positiva y decididamente a los problemas. Por eso nos alegramos mucho más de lo que alcanzamos por nuestras propias acciones que de lo que nos llega independientemente de nuestras expectativas y esfuerzos. Queremos ser los forjadores de nuestros propios destinos y, por ello, las personas sanas valoran la libertad y prefieren hacer lo que les gusta a poseer lo que desean. Las personas que piensan que hagan lo que hagan nada cambiará tienden a la depresión y la apatía. Todos los regímenes totalitarios tratan de multiplicar este tipo de personas mediante el terror y el miedo segando así la hierba bajo los pies de la posible oposición. El ‘nada se puede hacer’ fomenta en nosotros un estado de vulnerabilidad emocional constante que constriñe el horizonte de nuestras aspiraciones.
Falacias para la desesperanza. Algunos antídotos
Es cierto que no controlamos nuestros genes ni la familia ni el país ni el tiempo en que crecemos, pero la suerte no está echada: podemos aprender a moldear nuestra manera de ser para hacernos más sensatos frente a las incertidumbres, miedos y adversidades. Porque lo sensato no es lamentarnos de la vida sin considerar sus bienes sino celebrarla tras haber avaluado sus males. No hay falacia mayor que considerar que hemos venido al mundo a sufrir, que la vida es un valle de lágrimas. Charles Darwin ya fue terminante al respecto (Autobiografía, 1876): “A mi juicio la felicidad predomina… si la mayoría de los miembros de una especie sufriese mucho, no se propagarían… Por regla general todos los seres vivientes han evolucionado para estar contentos”.
Otra falacia que nos lleva derechos a la desesperanza y se retroalimenta con ella es que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’, que vivimos en los peores momentos de la historia y que el futuro se vislumbra aún peor. Pero todos los agoreros del destino siniestro de la humanidad han errado rotundamente. La mayoría nos sentimos bien en la vida, ‘a pesar de todo’. Y aunque es verdad que, en nuestro tiempo, como en todos los de cambio profundo, se han incrementado los sentimientos de inseguridad, desasosiego e indefensión, podríamos exclamar con Mercedes Sosa ¿Quién dijo que todo está perdido si venimos a ofrecer el corazón? ¿Cómo hacerlo? No desmoralizándonos, ni resignándonos, ni negándonos, ni ignorando nuestras posibilidades de mejorar las circunstancias esclavizadoras del presente.
Renazcamos ofreciendo el corazón
Lo que nos imaginamos casi siempre suele ser peor que la realidad. Nuestras angustias suelen proceder más de los temores imaginarios que de las amenazas reales. Para tener firmes los pies en el suelo hay que aprender a poner en perspectiva las circunstancias que nos conmueven. Muchos medios y sus informadores y analistas son prisioneros de sus intereses y temores obsesivos, presentan los hechos con rencor, negatividad o desde el ejercicio abyecto del poder de propaganda totalitaria, sin menor reparo por el uso de las mentiras más groseras. La realidad promisoria no emergerá si no aprendemos a poner las informaciones en perspectiva y, si lo conseguimos, mejorará nuestra actitud y equilibrio emocional.
“En el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su alborada y se refresca” (Jalil Gibran). Por mucha aflicción que los tiempos traigan no debemos prescindir de alguna rutina para disfrutar momentos placenteros. Y como ‘la existencia solitaria es una prisión insoportable’, en tiempos de incertidumbre hemos de tender a superar el aislamiento y practicar más que nunca diversas formas de convivencia solidaria pues ello es lo que puede aumentar nuestra confianza y eliminar muchos de nuestros temores. Agruparnos y fusionarnos emocionalmente nos ayuda a soportar mejor las amenazas y desgracias. Hablarnos cálidamente, rebajando nuestros mecanismos de defensa, disminuye los sentimientos de incertidumbre y miedo que forman la trama de nuestras pesadillas.
Cultivar el humor es fundamental en cualquier circunstancia. Víctor E Frankl en su conmovedor libro El Hombre en Busca de Sentido, 1946, relata que “…en el campo de concentración había sentido del humor. El humor es una de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia…” El sentido del humor permite apreciar las contradicciones y las ironías de la vida, alivia el miedo y la inseguridad, nos alegra la vida y probablemente la prolonga. Intentemos la risa, sobre todo de nosotros mismos y del dramatismo de nuestras situaciones, pues ese don de la naturaleza libera tensiones, descarga ansiedades y temores y ayuda superar situaciones estresantes.
Movámonos. Segreguemos serotonina en el cerebro que tiene un probado efecto antidepresivo y agudizante de las funciones intelectuales. La huida al alcohol, las drogas u otros placebos más o menos tradicionales no hará sino rebajar los niveles de autoestima y mantenernos en la afligida vivencia del temor sin esperanza. Porque, al final, hermanos, no hay redención sin compromiso. ¿Para qué servirá todo esto si no es para construir renacidos, sobre bases nuevas, la fuerza colectiva capaz de superar las fuerzas del miedo que hoy nos oprimen? Como dice el antiguo proverbio chino ‘independientemente del peligro, en el corazón de toda crisis se esconde una gran oportunidad. Abundantes beneficios esperan a quienes descubren en secreto de la oportunidad en la crisis’ ¿Aún no la ven, hermanos? No busquen atrás. No hay vuelta al pasado. Renazcan, porque nuevas han de ser las gentes, las ideas y las armas que rompan los espejismos populistas y los miedos que polucionan.