Razón y Fe
Economista
Lo más grave no es que la creencia se imponga a la razón, sino que la fe filtra la percepción de la realidad y orienta y condiciona el propio razonamiento.
Hace años los jesuitas editaban la revista Razón y Fe, título que expresaba claramente sus intenciones. Colaboraban intelectuales muy preparados, con el propósito de superar la presunta incompatibilidad entre el razonamiento y las creencias. En la línea de Teilhard de Chardin, que, abandonando la doctrina bíblica del creacionismo, durante tanto tiempo oficial en la Iglesia Católica, intentó conciliar la evidencia científica de la evolución con la participación divina, en forma de intervención germinal, impulso creativo y propósito finalista. Así los textos sagrados, esgrimidos por las autoridades religiosas como fundamento de la teología y de la ciencia, se convirtieron en metáforas moldeables a gusto del consumidor. Pero, si se lee la Biblia con un poco de detenimiento, resulta difícil compatibilizar sus relatos no solo con la ciencia actual sino con la propia moral. Basta con contemplar el comportamiento intransigente y de extrema violencia que muestra Jehová en el Pentateuco.
Pero la fe no es una cuestión exclusivamente religiosa, sino una característica intrínsecamente humana. Muchos poderes se han mantenido por la fe de sus súbditos, y por eso los gobiernos intentan condicionar la forma de pensar de los ciudadanos controlando dos elementos claves: los medios de comunicación y el sistema educativo.
En ocasiones, para poder acceder a ciertas prebendas, trabajar en la administración pública, o simplemente dedicarse a una actividad profesional o intelectual, es necesario no solo tener fe sino demostrarlo públicamente.
En un curioso libro titulado «Historia de la Biología», escrito por doctores y profesores universitarios de diversos países comunistas, publicado en la República Democrática de Alemania en 1985 y traducido al español unos años más tarde, podemos leer en el prólogo:
«Creemos que es la primera vez que se traduce al castellano una historia de la ciencia pensada y escrita desde esos supuestos [marxistas] expresados, además, desde un país del llamado socialismo real, con sus obligadas citasde Marx – Engels – Lenin…»
Y, más adelante, se descalifica a todo aquel que tenga otro criterio:
«Desideologizar, apartar o intentar apartar al hombre de ciencia y a la actividad científica en general del mundo del pensamiento y de sus conexión los mecanismos de producción… solo conduce a la conversión del científico y de su actividad en meros peones descerebrados, rutinarios…»
Así, en el libro se contabilizan 11 citas de Marx, 6 de Lenin y 17 de Engels. Es improbable que cualquiera de ellos se pudiera imaginar que sería citado con tal profusión en un manual de historia de la biología. Ya en el texto (pág. 200), podemos leer:
«Este trabajo [Principia Mathematica de Newton] mostró la posibilidad de explicación de todos los fenómenos naturales sin recurrir a Dios.»
Es decir, podemos hacer ciencia sin fe (religiosa), pero sin mi fe (comunista) no es auténtica ciencia.
Pero lo más grave no es que la creencia se imponga a la razón, sino que la fe filtra la percepción de la realidad y orienta y condiciona el propio razonamiento. Deja de lado la forma racional o científica de investigar los motivos, los hechos, las causas que puedan matizar o invalidar nuestras creencias, y en su lugar solo se buscan y valoran las que las alimentan y reafirman, descartando cualquier hecho que pueda ponerlas en duda.
Es posible que Internet haya ayudado al progresivo abandono de la reflexión. No leemos noticias sino titulares, los artículos de opinión son sustituidos por tertulianos con su papel asignado de antemano, resulta imposible concentrarse porque continuamente recibimos estímulos que nos distraen. La información fluye de forma rápida y unidireccional, sin posibilidad de crítica o diálogo. Ya no se distingue lo verdadero de lo falso, sino lo que interesa o no. Si la comida rápida es dañina para el estómago, la información rápida es veneno para el razonamiento. Internet ha dado la posibilidad de expresarse a todo el mundo, pero ha sido aprovechado por el poder para bombardearnos informativamente. En estas condiciones no es de extrañar que hayan coincidido en el tiempo el Brexit, Trump, el nuevo gobierno italiano, el conflicto catalán, el ascenso de las ultraderechas y la victoria de Bolsonaro.
Vivimos una época en que los ciudadanos participan y se posicionan en política de manera sentimental. Los profesionales de la política no exponen argumentos sino que apelan directamente a las pasiones. Y no buscan partidarios sino fieles.