¿Es Lula el futuro de Brasil?
Profesor de Historia de América. UNED (España)
El político, actualmente encarcelado, levanta pasiones de apoyo y de repulsión. ¿Es un candidato adecuado para entrar en la historia?
Durante su larga estancia en Brasil, donde se suicidó, Stefan Zweig hablaba del “país del futuro”. Todo indicaba que el presidente Lula da Silva finalmente había provocado el milagro temporal de convertir el mañana en hoy gracias a sus importantes logros sociales y económicos. Pero desde entonces las cosas han cambiado radicalmente y ya nada es lo que entonces parecía.
El milagro brasileño reposó en buena medida en la moderación de los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff. Esta moderación desapareció tras el impeachment contra Rousseff, un fenómeno acentuado tras las sucesivas sentencias contrarias a Lula. Desde la meliflua consigna de “Lulinha paz y amor”, con la que conquistó su segunda Presidencia, hasta su discurso previo a ser conducido a la cárcel, hay un largo camino. En esta última ocasión, en una vuelta al radicalismo de los 70, manifestó que “La muerte de un combatiente no para la revolución” y que “Mis ideas ya están en el aire y nadie las podrá encerrar. Ahora vosotros sois millones de Lulas”.
Se suele hablar de polarización para aludir a la coyuntura brasileña y es que Lula levanta pasiones en la ciudadanía. Con 36% de apoyo, es el candidato presidencial mejor valorado, pero también el más rechazado (40%). En acusaciones viscerales, o es víctima de una cacería política o es un contumaz ladrón y corrupto.
Para proteger a Lula el debate se ha centrado en la falta de pruebas sobre la propiedad del triplex de Guarujá, y, simultáneamente en la corrupción infinita, desde el presidente Temer para abajo, incluyendo a los principales líderes de todos los partidos nacionales. Su defensa olvida que en 2005 ya se vio implicado en el mensalão (compra de diputados) que llevó a la cárcel a destacados dirigentes del PT. O que si bien el Lava jato estalló durante el mandato de Rousseff, él no fue ajeno a su desarrollo.
Más grave todavía: fue responsable de extender por América Latina, incluso más allá, el esquema de corrupción diseñado por Marcelo Odebrecht. Le abrió al empresario las puertas de los palacios presidenciales y de los ministerios, permitiéndole firmar sustanciales contratos de obras públicas a cambio de comprar voluntades a diestra y siniestra. Todo valía para potenciar a los “gigantes nacionales”, las grandes empresas brasileñas capaces de competir en el mundo globalizado.
Pese a empeñarse en no potenciar a ningún posible sucesor, Lula impulsó grandes transformaciones en su país. También favoreció a los sectores populares al tiempo que aumentaba las ganancias de las élites económicas. A ese sueño debía referirse Lula, parafraseando a Luther King, antes de entregarse.
Pero, ¿era un sueño sostenible? ¿Tenía bases sólidas o era un proyecto sin futuro? Más allá de la animadversión mediática, las acusaciones en su contra tienen bastante fundamento. Su empeño por situarse por encima del bien y del mal, por equipararse con el futuro del Brasil o de transformarse en alguien sobrehumano no son buena carta de presentación para quien busca entrar en la historia.
Este artículo ha sido publicado en El Heraldo de México y se reproduce aquí con autorización del autor.