Las reformas en Argentina, sin hoja de ruta aún
Socióloga e investigadora superior del Conicet
Para comprender lo que nos pasa cobra actualidad una reflexión de Durkeim: “Las sociedades turbulentas en la superficie son con frecuencia las más rutinarias, porque las transformaciones demandan tiempo y reflexión, y exigen la continuidad del esfuerzo. Con frecuencia sucede que los movimientos de esa agitación cotidiana se anulan recíprocamente y el Estado queda, en lo esencial, sin cambios” La combinación de tiempo, reflexión y continuidad del esfuerzo, tomados en conjunto, remite a los principales desafíos de los cambios que el país necesita.
La pobreza y desigualdad que tenemos recortan la preferencia por políticas cuyos beneficios sean mayores en el largo que en el corto plazo. La persistencia del ideario nacional y popular que privilegia el presente, a riesgo de hipotecar el futuro, y de prácticas y mentalidades que defienden la noción de que el Poder tiene dueño, no rinde cuentas y reparte premios y castigos a su arbitrio, conspiran contra todo esfuerzo de reforma que tuerza el rumbo de recurrente fracasos.
Impulsar la deliberación democrática sobre las reformas debiera ser un objetivo de Cambiemos. Hay un ambiente intelectual poseedor de una masa crítica, pluralidad de puntos de vista y canales de expresión para producir una reflexión sobre las respuestas a los desafíos. Fue necesario elaborar un documento sobre el estado del Estado que recibió el nuevo gobierno para iluminar la dimensión de la crisis soterrada que dejó la administración de Cristina Kirchner. Empero, ese documento no alcanza para convencer a los ciudadanos de los sacrificios que deben hacer. Son pocos los que pueden responder a la pregunta de cómo es posible que sigamos sometidos a la alta inflación y la pobreza crezca pese a la promesa de una mayor estabilidad que hiciera el Presidente. En este escenario, el aumento de las tarifas de los servicios básicos detonó el malestar de la población que oscila entre la esperanza y la indignación. Poco ayudan las marchas y contramarchas del Gobierno sobre este tema. Su credibilidad se erosiona. Se precisa un debate sobre las reformas. Salimos de una década en la que la reflexión fue sustituida por la improvisación. La transferencia de ingresos y el reconocimiento de derechos a los excluidos deberán ir acompañados por la capacitación para el ejercicio pleno de la ciudadanía. Ni clientes, ni súbditos, ciudadanos plenos. Reformar la educación, la salud, la previsión social … es larga la lista de las cosas que se dejaron de hacer. Hay que explicarles con claridad a los argentinos la dimensión de la tarea a emprender si queremos un futuro de progreso para nuestros hijos. Esta hoja de ruta falta. Los ciudadanos tienen que saber a qué atenerse, qué esfuerzos se les exigirán y cómo esos requerimientos se adecuarán a sus posibilidades materiales de afrontarlos.
La continuidad en el esfuerzo es condición para quebrar la rutina que nos condenó a encarnar el mito de Sísifo. Argentina ha sido pródiga en revoluciones inconclusas y restauraciones fallidas. La riqueza conspiró contra la grandeza, como lo señaló Julio Irazusta. La idea de que en este país bendecido por la Providencia basta con tomar el timón del Estado para conducirlo a su destino de grandeza guió la vocación fundacional de experiencias civiles y militares cuyos desenlaces fueron el país fundido y quebrado.
Las reformas no son indoloras, contrarían intereses y aunque beneficien a muchos, se difuminan, mientras que perjudican a pocos en forma concentrada. Los afectados negativamente se movilizan contra las reformas, los beneficiarios no alcanzan a percibir los frutos que podrían recoger. En tiempos de reforma los gobernantes deben encontrar equilibrios entre objetivos aparentemente antagónicos: lograr la confianza de los inversores y la de los electores, conciliar técnica y política, concentración y descentralización, representación y participación.
La tensión entre la lógica de la reconstrucción estatal que coincide con programas de estabilización monetaria e implica procesos de reorganización fiscal y financiera, y la lógica del respeto a la división de poderes, la sujeción a mecanismos de control y nuevas instancias de participación directa que abran las puertas a múltiples demandas de la sociedad hacia el poder, está siempre presente. La mayor vulnerabilidad de la economía frente al cambio del escenario económico internacional y a la crisis brasileña completan el complejo rompecabezas para armar. Confiemos en que se puede, pero es necesario que los gobernantes den reiteradas y claras muestras de que están en el buen camino y que los ciudadanos contribuyamos a despejar de obstáculos ese camino.