Autor: F. Xavier Ruiz Collantes
Frente a procesos de concentración de poder sin límites que se están produciendo en diferentes sistemas y de diversas formas, la única respuesta es la democracia, la democracia de los ciudadanos. Una democracia radical, que defina un poder político y económico horizontal y equitativamente distribuido.
En las últimas tres décadas se han sucedido una serie de grandes cambios que están provocando una gigantesca transformación de los órdenes políticos y socio-económicos que se inauguraron a partir de la Segunda Guerra Mundial. Estos cambios han afectado y afectan a las grandes potencias internacionales y por ello son de ingente magnitud ya que implican repercusiones de gran calado en el escenario mundial. Por una parte, entre los llamados países comunistas se ha producido la enorme transformación de la República Popular China y la caída de la URSS y del bloque comunista en Europa; por otra parte, en los países centrales del capitalismo, tanto en Norteamérica como en Europa, en estos momentos se desarrolla una crisis económica y política solo comparable a la gran depresión de 1929, crisis en desarrollo y de la cual no se adivinan ni su salida ni sus consecuencias.
Entre los acontecimientos a los que nos hemos referido parece que no existe un nexo común, un factor que actúe en todos ellos, pero este factor puede rastrearse e identificarse: la tendencia de las élites dominantes, sea cual sea el sistema político o económico en el que actúan, a acaparar cada vez más poder, a monopolizar el poder.
Del poder revolucionario a la acumulación de grandes fortunas.
La ideología leninista que concebía a los partidos comunistas como una élite de revolucionarios dio lugar a Estados socialistas en donde el monopolio del poder político por parte de estos partidos, de sus aparatos y de sus dirigentes resultó una consecuencia inevitable. De esta forma, lejos de acercarse progresivamente al ideal igualitarista que oficialmente se proclamaba, en estos Estados se generaron castas dominantes cuyos privilegios derivaron de su control de los aparatos de los Estados. Ello ocurrió en las dos grandes potencias comunistas, tanto en la URSS como en China.
Pero el sistema de economía estatalizada, planificada y centralizada de los regímenes de partido comunista en la China y la URSS, no sólo no generaba el crecimiento que se suponía necesario para mantener el pulso geoestratégico entre las superpotencias, sino que además, especialmente, impedía que las castas dominantes tradujeran en acumulación de riqueza privada su posición de control dentro de estos Estados imperiales e imperialistas.
Deng Xiaoping, proclamó que “enriquecerse es glorioso” y dio paso en China al desarrollo económico fundamentado en el capitalismo más descarnado y a la posibilidad de que las castas dominantes generadas alrededor del Partido-Estado alcanzaran realmente la gloria de la riqueza y se constituyeran como una nueva y muy especial burguesía.
Las grandes fortunas florecen hoy en la China urbana de la costa este, pero mientras tanto los campesinos y, sobre todo, aquellos campesinos que han emigrado para trabajar en la industria de las regiones en crecimiento, viven en condiciones infrahumanas y sin el más mínimo rastro de derechos sociales. La transformación de China en la fábrica del mundo se basa en una masiva mano de obra hiperexplotada y en el dumping social sistemático. Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de 2010, aunque China es la segunda potencia económica mundial, su índice de desarrollo humano se encuentra al nivel de Gabón, en el número 89 del conjunto de países del planeta.
Por otro lado, se debe tener en cuenta que cuando la URSS se desmoronó, no fue a causa de un movimiento revolucionario irrefrenable de los ciudadanos, fenómeno que sí se dio en los países satélites de la Europa del este. En la URSS los movimientos de desmantelamiento del régimen comunista se produjeron fundamentalmente desde dentro del aparato del Estado y del propio partido Comunista. No puede olvidarse que Boris Yeltsin era un miembro destacado del Partido Comunista en Rusia o que gran parte de las élites de dirección del actual Estado ruso, como el propio Vladimir Putin, provienen de la antigua KGB. Por todo ello, no debe desdeñarse la idea de que existió en todo el proceso de implosión de la URSS un movimiento de las castas dominantes generadas alrededor del Estado y del PCUS para resituarse dentro de un modelo de economía capitalista que les permitiera una acumulación de poder económico sin barreras. Hoy, la sociedad rusa es una sociedad profundamente desigualitaria en la que han crecido algunas de las mayores fortunas que en el mundo existen y en donde perviven altos índices de pobreza entre grandes sectores de la población.
Del control de los mercados al control de las democracias liberales.
Respecto a las democracias liberales de Norteamérica y Europa, siempre se sospechó que la mayoría de los gobiernos defendían prioritariamente los intereses de las grandes corporaciones empresariales. La famosa frase “Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos” de Charles Erwin Wilson, expresidente de GM y Secretario de la Defensa, bajo el mandato del presidente Dwight Eisenhower, ha resumido durante décadas una filosofía en torno a la defensa de los “intereses nacionales”. Sin embargo, en general, las élites dirigentes de las grandes empresas transnacionales no aparecían directamente decidiendo sobre las políticas generales de los Estados de democracia liberal, por el contrario, los políticos acababan ejerciendo una labor de mediación importante entre los intereses de los diversos sectores sociales. Ello ha contribuido a la pervivencia de estos sistemas económicos y políticos. Sin embargo, la desregulación progresiva de los mercados impulsada por las élites empresariales y los políticos neoliberales durante las últimas décadas, la abdicación de los gobiernos respecto al control de las políticas económicas más importantes a través de la creación de Bancos Centrales independientes del poder democráticamente constituido y la globalización en la circulación de los capitales, han acabado vaciando a los gobiernos de los estado-nación de todo poder efectivo en los sistemas de democracia liberal.
En la actualidad son directamente aquellos que manejan los capitales financieros a nivel global los que dictan de manera explícita y sin ninguna vergüenza las decisiones políticas que los gobiernos deben tomar sobre cuestiones económicas y sociales fundamentales. De tal manera que la legitimidad democrática de lo que los gobiernos deciden está ampliamente desacreditada entre los ciudadanos.
Viendo las políticas que se imponen en Europa hoy, parafraseando a Erwin Wilson, Angela Merkel podría decir: “todo lo que es bueno para el Deutsche Bank es bueno para Europa” y David Cameron: “todo lo que es bueno para la City financiera londinense es bueno para el Reino Unido”. Simplemente de ello se deriva el enfrentamiento de sus concepciones sobre el futuro de la Unión Europea. En 2008, cuando estalló la actual crisis económica del capitalismo central, Nicolas Sarkozy manifestó, arrogante e ingenuo, que había que refundar el capitalismo, pero como el capitalismo no se ha dejado refundar, ahora el presidente francés proclama, con la misma solemnidad, que hay que refundar Europa. Todo ello no es más que un síntoma de la claudicación de los poderes políticos frente a los poderes financieros.
Sin embargo, las grandes fortunas financieras no sólo imponen a los gobiernos europeos medidas de desmantelamiento de los servicios sociales públicos y de abaratamiento generalizado de la mano de obra a través de la presión de los créditos, de las primas de riesgo sobre las deudas soberanas, de las calificaciones y descalificaciones de las tres grandes agencias de rating ubicadas en Nueva York, etc., por el contrario, los poderes financieros, cada vez más, controlan directamente la acción de los gobiernos colocando a sus peones en los más altos cargos de los Estados.
Así, por ejemplo, en Europa, los gobiernos de los llamados tecnócratas, son fundamentalmente gobiernos de personajes ligados a los poderes financieros. Por ejemplo, Mario Monti, actual ministro italiano, asumió el cargo después de seis años asesorando a la empresa financiera norteamericana Goldman Sachs y ha colocado al frente de su equipo económico a Conrado Passera, máximo ejecutivo del banco Intesa Sanpaolo, y a Vittorio Grilli, ex directivo de Credit Suisse First Boston Group. Y esto es sólo el principio de una larga lista tanto en Europa como en Estados Unidos. Como mínimo en 14 de los 27 países de la Unión Europea ya se han situado al frente de los ministerios de economía, finanzas o del Banco Central a exbanqueros o gestores de fondos de inversión.
Hoy el poder financiero es hegemónico y las grandes corporaciones que lo encarnan han pasado decididamente a controlar de manera directa el poder político en las democracias liberales, porque en una época de agotamiento del modelo de crecimiento capitalista que conocemos ya el poder económico por sí sólo no es suficiente y únicamente se mantiene y acrecienta con el poder directo sobre los órganos de gobierno de los Estados.
Solo hay una respuesta: Democracia radical
Frente a procesos de concentración de poder sin límites que se están produciendo en diferentes sistemas y de diversas formas, la única respuesta es la democracia, la democracia de los ciudadanos. Una democracia radical, que defina un poder político y económico horizontal y equitativamente distribuido. Toda élite acaba siendo, inexorablemente el germen de una futura casta o clase dominante que tenderá a acumular todo el poder que le sea posible. Por ello, los movimientos de los indignados, sea en Madrid, en Barcelona, en Londres, en Nueva York o en Los Ángeles, conscientes de los perversos procesos de acumulación de poder, rechazan entre ellos mismos la aparición de líderes y de grupos dirigentes y ensayan nuevas formas de democracia radical. Porque la democracia radical es la única alternativa a la monopolización y privatización del poder sobre los bienes públicos sean estos económicos, sociales, políticos o culturales.