Autor: Luis Ruano
Cuando las cosas funcionan mal lo normal es analizar las causas y buscar soluciones. Si se tiene realmente la intención de solucionar el problema o evitar que vuelva a producirse, es esencial que los protagonistas se planteen qué podían haber hecho mejor. Si, por el contrario, lo que se pretende es eludir responsabilidades, siempre se encontrará un sujeto ajeno al que cargarle todas las culpas. Ésta es la mejor manera de que el problema se reproduzca y se agrave.
Los políticos, y no les falta razón en eso, han acusado a financieros y especuladores de provocar el caos llevados de su avaricia. El monstruo se ha hecho verbo con el nombre de “Mercados”, y es necesario calmarle con mensajes tranquilizadores para que no siga su frenesí destructor. Ante lo cual podemos plantearnos dos interrogantes, uno teórico y otro práctico. El teórico: en el sistema capitalista el mercado es el instrumento para realizar una asignación eficiente de los recursos ¿cuestionan los políticos gobernantes la esencia del sistema capitalista? El práctico: ¿por qué, a la vez que se desviven por “enviar mensajes tranquilizadores a los mercados”, se dedican a alimentar al monstruo? Si no permitieran la existencia de circuitos opacos de capitales ni paraísos fiscales para refugiar el fraude, si se pusiera un rozamiento que dificultara el movimiento especulativo de capitales, la capacidad de ciertos agentes económicos para desequilibrar la economía en beneficio propio quedaría muy reducida.
¿Por qué no actúan? Simplemente porque no es su objetivo. La situación se mantiene porque interesa a determinados sectores del poder, y porque la progresiva deriva de los partidos políticos mayoritarios en Europa ha puesto las bases para unos mecanismos perversos. Con independencia de que muchas personas están en política con las mejores intenciones para construir una sociedad mejor, las estructuras de los partidos políticos se han dirigido a establecerse en el poder, subordinando a esta prioridad cualquier otra cuestión. Por otra parte, el factor humano, la seguridad económica personal ha disfrazado con frecuencia a los partidos en agencias de colocación profesional.
Las consecuencias han sido funestas:
– Incremento de gasto público debido a compromisos electorales de nuevos servicios o transferencias directas, hechos con el único objetivo de captar votos. Hay políticos que anuncian gastos de la Administración como si el dinero saliera de sus bolsillos, cuando deberían explicar el origen de los fondos, si aumenta la recaudación fiscal, o la tasa impositiva, o se suprimen otros gastos o aumenta la deuda.
– Inversiones improductivas y sobredimensionadas, con asistencia de autoridades en la inauguración y gran despliegue en medios, que también es electoralmente rentable, pero que deja la caja vacía y comprometida con los gastos de mantenimiento.
– Multiplicación de medios de comunicación al servicio del poder. En España es normal que las administraciones de todos los niveles (estatal, autonómico, provincial, comarcal, municipal) tengan sus medios de comunicación propios con cargo al erario público. El caso de las televisiones es especialmente significativo por el alto coste que suponen.
– Incremento de Administraciones y empresas dependientes de ellas, en número y en tamaño, porque son en sí mismas un centro de poder y a la vez un recurso práctico para la recolocación de políticos excedentarios. De aquí, además, se deriva un efecto negativo para la democracia interna de los partidos, pues no conviene indisponerse con quienes manejan los resortes de la distribución de cargos.
Todo ello supone un incremento irracional del gasto público que se disimula en los ciclos económicos expansivos, pero que es catastrófico en recesión. Los políticos siempre podrán encontrar otros culpables, porque los hay, pero deben asumir sus propias responsabilidades y enfrentarse a un auténtico proceso de refundación. No es cuestión de encontrar nuevos líderes, nuevas ideas que exponer a los votantes, sino nuevos principios y nuevos funcionamientos. Cuando los haya, llegarán los líderes y los votos.