Autor: Manuel Calbet
La gestión de las empresas en el sistema capitalista ha estado condicionada por lo que, en cada momento, se ha considerado esencial para su éxito. La relevancia que ha adquirido el análisis financiero en las últimas décadas ha tenido importantes consecuencias.
El capitalismo ha sido estudiado, en tanto que sistema económico, desde diferentes perspectivas. Sería interesante realizar un estudio detallado de los modelos de gestión empresarial, pues han dado forma al capitalismo, y han condicionado la manera de trabajar y vivir de las personas.
Este artículo propone como hipótesis un esquema, intentando señalar lo que se ha considerado a lo largo del siglo XX el elemento más importante para el buen funcionamiento de la empresa, y las consecuencias que se pueden derivar.
A principios de siglo se consideraba que las empresas eran, fundamentalmente, productoras de bienes, y por eso lo esencial era la eficiencia del proceso productivo. Los ingenieros de fábrica mandaban en la empresa. Una de las consecuencias fue la división minuciosa de la cadena de producción y la maquinización del trabajador. El incremento de productividad fue notable y en algunos casos el trabajador se benefició económicamente. El aumento de la capacidad adquisitiva incrementó los ámbitos de consumo y contribuyó a reforzar el sistema.
Más tarde, bien fuera porque la gestión de la eficiencia productiva se convirtiera en algo rutinario, o por el incremento del consumo y los consumidores, el centro de atención se desplazó a las ventas, y los directores de ventas tomaron el control de la empresa. Los vendedores pasaron a ser el personal mimado. Se desarrollaron técnicas de ventas, promociones y campañas, sistemas de incentivos a vendedores y facilidades de endeudamiento para que pudiera comprar hasta el cliente que no tenía dinero.
De ahí la transición fue suave hacia el dominio del marketing, que no deja de ser la apoteosis de las ventas. Basándose en estudios de mercado, el director de marketing dicta la variedad de la producción que se ha de realizar, cuándo y dónde ha de estar disponible, y fija los precios. Los desajustes entre las previsiones sobre el comportamiento del mercado y la realidad se suelen resolver con campañas publicitarias para convencer al cliente de que necesita y desea lo que le ofrecen, o forzando a la red de ventas a colocar los productos.
En los años 80 se empezaron a producir bruscos cambios. Los movimientos especulativos de capitales sobre materias primas, acciones, empresas o productos financieros generan grandes beneficios. Los fondos, de inversión o pensiones, alcanzan un tamaño considerable, y los agentes que los gestionan cobran suculentas comisiones por las operaciones, sin que les afecten las pérdidas que puedan ocasionar a sus clientes. En este sistema hay un dictador, que es el analista financiero, y una dictadura, la de los ratios. La bolsa se convierte en uno de los campos de batalla de esta guerra. Lo importante, se dice, es crear valor para el accionista y eso se evidencia con la subida del precio de las acciones. Un buen método es la mejora de los ratios, que lleva implícito un peligro: una cosa es analizar los ratios con sus condicionantes de entorno para diagnosticar el estado de una empresa, y otra muy distinta que la empresa trabaje exclusivamente para la mejora del ratio: con disminuir el divisor aumentamos el resultado si los efectos sobre el numerador se demoran en el tiempo. Así pues, es bienvenida toda reducción de personal, porque los efectos sobre la producción no son visibles de inmediato; y es bienvenida la reducción de inversiones, aunque la falta de mantenimiento produzca averías. Las ventas se han de mantener a base de tensionar al vendedor y agobiar al cliente, y las bajas de clientes se obstaculizan con procedimientos desesperantes.
En la búsqueda del beneficio, el bien ya no es lo que la empresa produce, sino la propia empresa, y si en el proceso de asalto, compra, troceo o venta es sacrificada la empresa pero se obtienen ganancias, todo ello se llevará a cabo. Es posible que una empresa compre a otra mucho mayor con un crédito cuya garantía son las propias acciones de la empresa comprada. ¿Qué pasa si baja el valor en bolsa? Que los accionistas pasivos de la empresa pequeña, de la grande y de los bancos financiadores pueden arruinarse, pero los directivos que han diseñado la operación ya han cobrado su parte.
Con la deriva financiera, la “financiarización” del capitalismo, existen en el sistema unos incentivos perversos para el conjunto de la economía. Uno de los efectos (y, por lo tanto, síntoma) es el aumento en la desigualdad de ingresos, con un reducido número de privilegiados y una bajada generalizada de los salarios reales.
Se ha discutido si las crisis periódicas son consustanciales al capitalismo. Curiosamente, cuando un periodo de bonanza alcanza los tres años surgen comentarios en el sentido de que el sistema ha encontrado la fórmula para evitar las crisis. Puede ser difícil saber si las crisis son parte del capitalismo y cuál es su frecuencia, pero muchos estarán de acuerdo en que ciertas prácticas, como la subordinación de la economía a los movimientos financieros, provocan necesariamente periodos de crisis.