Autora: Adela Ros
Las tecnologías de la información y de la comunicación están muy presentes en la vida de las personas migrantes en este principio de siglo XXI. Las redes de comunicación e información que las tecnologías facilitan se han convertido en un recurso fundamental en cualquier aventura migratoria. Las migraciones actuales deben ser entendidas e interpretadas en el nuevo contexto de dichas redes o, siguiendo la teoría de Manuel Castells, en la nueva era de la sociedad red. En este contexto pierde importancia el proceso de desplazamiento físico en sí mismo y ganan relevancia social, política y económica el hecho de poder transmitir ideas, emociones, recursos, imágenes o datos desde cualquier lugar del mundo y en cualquier momento. Ser migrante no implica una desconexión del origen ni de las relaciones personales existentes allí. La co-presencia en el entorno de las familias transnacionales es un buen ejemplo. Millones de madres ejercen dicho rol ya desde la distancia. La conectividad suple la distancia física, aunque no la haga desaparecer. Las personas que migran se convierten cada vez más en alguien que está presente de alguna forma, que ayuda de manera regular y cotidiana a los que permanecen en el lugar de origen, alguien que tiene información sobre lo que ocurre en distintos lugares del mundo, alguien que valora por igual las mejores condiciones de transmisión que las condiciones de vida o de trabajo. Alguien que se mueve como mejor opción de vida para aportar más a los suyos. Es por ello que, cada vez más, resulta fundamental conocer cómo y bajo qué condiciones se produce el encuentro entre la población migrante y las tecnologías de la información y de la comunicación. Para muchos migrantes, el éxito o el fracaso de su proyecto dependerá de su capacidad de utilizar los recursos que las redes tecnológicas ofrecen.
Generalmente se asimila el concepto de exclusión digital a un nuevo tipo de desigualdad que sufren grupos sociales excluidos en la sociedad en general. Desde esta lógica, la población migrante sería uno de los grupos que quedaría en situación de desventaja en la nueva sociedad digitalizada. Desde esta perspectiva se ponen en marcha iniciativas de inclusión digital para la población inmigrante. Sin embargo, la realidad resulta más compleja. Muchas de las investigaciones que se han venido realizando en los últimos años en el terreno de las tecnologías y las migración demuestran que incluso aquellas personas más desfavorecidas, con dificultades mayores, en situación de irregularidad jurídica, utilizan y se benefician de los móviles, la videoconferencia, o los envíos de dinero automáticos. Y no sólo eso, en muchos casos se puede observar cómo la lógica de la conectividad (en cualquier lugar-en cualquier momento), de la simultaneidad (el no-tiempo), de la co-presencia (el no-espacio), de la autonomía (espacio de comunicación como espacio social, más allá de instituciones y fronteras), y de la acción colectiva en red resulta muy frecuente en muchos grupos de migrantes cuya situación social no es, precisamente, idílica. Sin embargo, éstos han entendido, valorado y hecho suya toda la nueva lógica o paradigma de organización social. Los migrantes actuales son buenos exponentes de la vida en la sociedad red: sus vidas dependen de que las conexiones e interconexiones no fallen. Y ahí ponen grandes esfuerzos.
Lo primero que hacen muchos migrantes cuando llegan a un lugar de destino es comprar un nuevo móvil. En muchos casos, se verán obligados a mantener varios a la vez. También la conexión a Internet se asegura pronto, bien sea con equipamiento propio bien –muy frecuentemente—utilizando los recursos existentes alrededor de uso compartido como locutorios y telecentros. Además, van a ser muy pronto objeto de campañas diseñadas expresamente para ellos por parte de compañías de telefonía móvil y de empresas remesadoras. Intentarán muy pronto saber cómo extraer el máximo beneficio de las diferentes tecnologías a su alcance y las combinarán con cada vez mayor soltura. Intentarán aprender en cualquier entorno, con gran motivación, cómo usar mejor Internet, cómo abrir una cuenta de correo, cómo enviar fotos, cómo usar la webcam. Saben que cada tecnología les ofrece alguna ventaja. Valorarán su vivienda y hasta su trabajo por la capacidad que les ofrezca de acceder a Internet o a la comunicación telefónica. Invertirán una parte muy importante de sus ingresos en comunicación. Se intentarán asegurar de que sus comunicaciones no fallen, ni aquí ni allí. Equiparán tecnológicamente a sus familias en origen para que éstas puedan ser buenas emisoras y receptoras.
El espacio territorial que ocupan los migrantes, sea donde sea, aquí o allá, cada vez se asemeja más: son espacios llenos de puentes de interconexión. Los locutorios, las empresas de remesas y las agencias de viajes pueden estar ya tan presentes como las tiendas de alimentación o los bares. De hecho, caminando por ciudades europeas, es fácil identificar cuándo una se encuentra en un barrio de migrantes cuando se empiezan a ver tarifas de precios de llamadas internacionales en los escaparates. Además, esa lista, puede ser utilizada como un buen instrumento estadístico alternativo que refleja la realidad migratoria de cada lugar.
El caso de los trabajadores migrantes resulta muy útil para entender cómo se está produciendo la expansión de las tecnologías de la información y de la comunicación entre los sectores de población desfavoridos. Los procesos encontrados no son simples y requieren mucha más atención e investigación. Existe un fuerte componente de comercialización de las tecnologías, muy evidente en el caso de los teléfonos móviles. Éstos llegan a todos los sectores sociales y a prácticamente todos los rincones del planeta. Lo mismo ocurre con el acceso a Internet, que ha encontrado en los populares locutorios y telecentros una puerta abierta. Existen intereses de las grandes corporaciones pero también del pequeño empresariado –a veces de origen migrante—de llevar las tecnologías a todo el mundo. Pero además, la verdadera “mundialización por abajo”, utilizando el concepto de Tarrius, se produce cuando además se da una necesidad. La necesidad de conexión no es patrimonio único de una élite global. Los trabajadores chinos que emigran del campo a la ciudad, las familias transnacionales filipinas que tienen una parte de sus miembros cuidando de otros en Europa y Estados Unidos, los trabajadores agrícolas temporales africanos, las mujeres bolivianas que han decidido ser ellas las que emigran ahora, todos ellos necesitan conectividad. Sin una buena capacidad de conexión, su proyecto migratorio sería, simplemente, inviable.
Sin embargo, la extensión de la sociedad red entre los sectores más desfavorecidos se realiza con muchas dificultades. Ya se puede identificar un tipo de tecnología y de entorno tecnológico creado para los menos favorecidos. Se trata de una tecnología obsoleta, con infraestructuras tecnológicas limitadas, en instituciones informales que ofrecen condiciones muy pobres en cuanto a privacidad y calidad, precios abusivos, e info-habilidades muy parciales que en muchos casos impiden conseguir un beneficio amplio. En este entorno, la comunicación de los migrantes no siempre es fácil y a menudo implica un gran desgaste emocional.
Estamos todavía lejos de colocar la capacidad y la necesidad del migrante por estar en las redes de comunicación e información en el centro del debate y del análisis de las migraciones. Existe temor, sin duda. El migrante en red rompe esquemas y abre interrogantes. Lo coloca en un espacio nuevo que no es ni aquí ni allí. Y eso inquieta, aquí y allí. Atraviesa fronteras reales e imaginarias. Tiene capacidad de movilización que, aunque no haya creado conflicto social explícito, se maneja desde el silencio implícito. Las instituciones locales se hacen preguntas y, en general, no se sabe cómo abordar el hecho de que la figura del migrante desarraigado que quiere reconstruir su vida con un referente único y ver cumplido así su sueño europeo es cada vez más difícil de encontrar.
Pero el miedo a la migración en red no es el único factor que explica la falta de reconocimiento y valoración de cómo los migrantes están usando las tecnologías. Sufrimos una dificultad congénita a la hora de aceptar las aportaciones que el migrante hace en la sociedad. Nos resulta más fácil imponer modelos y definir por dónde tienen que pasar lo que quieran integrarse. Por ello, somos incapaces de reconocer una oportunidad que tenemos en las sociedades plurales gracias a la necesidad vivida por los migrantes en relación a las tecnologías digitales. En lugar de valorar su capacidad de aprendizaje informal, ofrecemos cursos de alfabetización digital donde se da por hecho que no sabe nada y se le ofrece una visión tan sólo utilitarista y competitiva de los que la tecnología ofrece. En vez de aprovechar los locutorios como espacios a apropiación de las tecnologías para introducir algún tipo de dinamización-formación y de puente entre el sector privado y el público, diseñamos toda una red de puntos de acceso con una visión de arriba abajo y muy poco adaptados a la realidad. No sorprende, en ese entorno, que, en un momento de crisis económica, muchos se planteen: ¿Se pueden mantener toda estas infraestructuras infrautilizadas? ¿Por qué el locutorio está lleno y el centro de acceso público vacío?