Autor: Ladislau Dowbor
El conocimiento, la ciencia, la tecnología, es un bien común de la humanidad producto de un esfuerzo colectivo a lo largo de la historia. Pretender limitar su acceso para que una minoría consiga extraordinarios beneficios con la excusa de que el lucro estimula el progreso es inaceptable.
“If nature has made any one thing less susceptible than all others of exclusive property, it is the action of the thinking power called an idea”[2]
Thomas Jefferson, 1813
“The goal of copyright is to encourage the production of, and public access to, cultural works. It has done its job in encouraging production. Now it operates as a fence to discourage access.” [3]
James Boyle, The Public Domain
Resumen: El eje central de generación de valor se desplaza del contenido material hacia el contenido del conocimiento incorporado a los procesos productivos. Con eso se creó una batalla ideológica y económica en torno del derecho del acceso al conocimiento. El acceso libre y prácticamente gratuito al conocimiento y a la cultura que las nuevas tecnologías permiten es una bendición y no una amenaza. Constituye un vector fundamental de reducción de los desequilibrios sociales y de la generalización de las tecnologías necesarias a la protección ambiental del planeta. Intentar impedir el avance de este proceso, restringir el acceso al conocimiento y criminalizar a los que de él hacen uso no tiene el mínimo sentido. Tiene sentido sin estudiar nuevas reglas de juego capaces de asegurar un lugar bajo el sol a los diversos participantes del proceso. Vale la pena que prestemos atención al universo de transformaciones que se revela: son los trabajos de Lawrence Lessig sobre el futuro de las ideas, de James Boyle sobre la nueva articulación de los derechos, de Joseph Stiglitz sobre la fragilidad del sistema de patentes, de André Gorz sobre la economía de lo inmaterial, de Jeremy Rikin sobre la economía de la cultura, de Eric Raymond sobre la cultura de la conectividad, de Castells sobre la sociedad en red, de Toffler sobre tercera onda, de Pierre Lévy sobre la inteligencia colectiva, de Hazel Henderson sobre los procesos de colaboración y tantos otros innovadores. En estas propuestas, veremos que los cambios no están esperando que se diseñen utopías, otro mundo se está tornando viable.
Abstract: As the value of goods and services moves from material to knowledge content, the rules of the game are changing. Knowledge can be easily shared, for the benefit of all, and trying to prevent the natural curiosity we all feel in understanding how things happen, and the pleasure of creating and sharing cultural innovation, simply makes no sense. The different stakeholders of the creative process have a very legitimate right to earn their living, but certainly not by placing tollbooths at every step of innovation. We need more creativity in the rules of innovation. The present paper is an attempt to make good sense of the contributions of Manuel Castells on the network society, of Alvin Toffler on the megatrends of the knowledge society, of Lawrence Lessig on the future of ideas, of André Gorz on the creative economy, of Jeremy Rifkin on the era of access, of Eric Raymond on the connectivity culture, of Pierre Lévy on the concept of collective intelligence, of Joseph Stiglitz on the limitations of the patent system, of Hazel Henderson on the “Win-Win” collaborative process, of James Boyle on the rules of the new game, for it is a new game, and just looking for “pirates” and “criminals” is not helping.
1 – Los términos del debate
Es importante dejar claro desde el inicio que en la visión de este artículo, no vivimos tiempos normales, del “business as usual”. Vivimos el tiempo del caos climático, de la exclusión efectiva de cuatro mil millones de personas de lo que el Banco Mundial llama simpáticamente de “beneficios de la globalización”, de la fase final del petróleo y de la necesidad de transformación del paradigma energético-productivo, de una injusticia planetaria que se ha ido acumulando y agravando –mil millones de personas con hambre, un tercio de la población mundial aún cocinando con leña, diez millones de niños muriendo cada año de hambre, de falta de acceso a agua limpia y semejantes, de medio millón de madres que mueren anualmente durante el parto cuando técnicas baratas y elementales son conocidas, de 25 millones de personas que ya mueren de sida mientras las corporaciones discuten las ventajas de las patentes, esto sólo para mencionar algunos de nuestros dramas – y que las soluciones no pertenecen al pasado bucólico, pero sí al futuro denso en conocimiento y tecnologías que tenemos delante. Las tecnologías y el conocimiento en general deben servir antes que todo para construir respuestas a estos desafíos.
La cuestión del acceso al conocimiento es por lo tanto uno de los vectores básicos de la democratización de la economía y del reequilibrio planetario, se ha vuelto central. Reestablecer el equilibrio entre la remuneración de los intermediarios, las condiciones de creatividad de los que innovan, y la ampliación del acceso planetario a los resultados – objetivo estratégico de todo el proceso – es el desafío que tenemos que enfrentar.
Las nuevas tecnologías permiten que el conocimiento adquirido por la humanidad, bajo la forma de ciencia, obras de arte, música, filmes y otras manifestaciones de la economía creativa sea universalmente accesible, a costos virtualmente nulos. Se trata evidentemente de un inmenso bien para la humanidad, para el progreso educacional, científico y cultural de todos. Pero para los intermediarios del acceso a los bienes creativos que controlaban la base material da su disponibilidad, ha habido un cambio profundo. En vez de adecuarse a las nuevas tecnologías, se sienten amenazados, y buscan trabar el uso de las tecnologías de acceso, acusando a quien las usa de piratería, y hasta de falta de ética. Se generan así, dos dinámicas, una que busca aprovechar las tecnologías para generalizar el enriquecimiento cultural, y otra que busca a través de leyes, de la criminalización y del recurso al poder del Estado, impedir su expansión. La tecnología torna los bienes culturales cada vez más accesibles, mientras que las leyes, por la presión organizada de los intermediarios, evolucionan simétricamente para dificultar cada vez más el acceso.
El mundo corporativo está avanzando de manera dura y organizada: “En septiembre de 1995, la industria de contenidos, trabajando con el Departamento de Comercio de los Estados Unidos, comenzó a diseñar una estrategia para proteger un modelo de negocio frente a las tecnologías digitales. En 1997 y 1998, esta estrategia fue implementada a través de una serie de nuevas leyes destinadas a extender el tiempo de copyright de la obra, reforzar las penalidades criminales para los que infringen el copyright, y para castigar el uso de tecnologías que intentaban evitar las trabas digitales colocadas en el contenido digital”.[4] Hoy ya no podemos encender la radio o la TV sin oír denuncias de piratería y apelaciones a la “ética”.
El resultado práctico es conocido: solamente tenemos acceso digital a una obra 70 años después de la muerte del autor (por ejemplo después de 2050 para Paulo Freire). Lo que significa que el 90% de las obras del siglo pasado quedarán indisponibles para la investigación digital, esto cuando la realización de ganancias sobre el copyright se limita casi íntegramente a los 5 o cuanto mucho 10 años después de la publicación. Inmenso perjuicio social para pequeños lucros privados. La solución no es liquidar los derechos de propiedad intelectual, sino limitarlos a 5 años prorrogables por 5 más para el dueño de los derechos, en caso que crea que vale la pena. Gran parte de las obras se vuelven indisponibles porque no se consigue siquiera identificar al dueño de los derechos, esto para quien está dispuesto a pagar para reeditar.
El argumento presentado, es que se trata de proteger los derechos del pobre músico que está luchando para sobrevivir (“help struggling musicians”). La figura conmueve, pero una mirada al tamaño de las corporaciones que se esgrimen como defensores de los humildes tiende a cambiar el enfoque. Se trata, como lo califica uno de los juristas más importantes del área en los EUA, James Boyle, de proteger una renta de monopolio (monopoly rent). Y la culpa es jugada por encima de quien acceda y propaga cultura sin pagar. El autor, en realidad, poco tiene que ver con esta historia. Los derechos de autor son ampliamente asumidos por quien retiene el copyright o las patentes, y en este caso se trata casi siempre de intermediarios. La realidad es que al aplicar a la economía creativa leyes derivadas de la propiedad de bienes físicos, desequilibramos radicalmente el proceso de creación, que precisa de nuevas reglas de juego.
Diversas investigaciones en el mundo universitario muestran que la aplastante mayoría de los estudiantes recurre a formas de acceso a los bienes científicos y culturales que pueden ser consideradas ilegales. ¿Debemos criminalizar a la juventud?[5] Para una persona que descubre una linda música en Internet, enviarla a un amigo es la reacción más inmediata, porque la felicidad no se goza solo. ¿Vamos a criminalizar esto? Lessig constata una cosa obvia: una ley que parece estúpida no es respetada. Y llevar a los jóvenes a perder el respeto por la ley puede ser una cosa muy seria. En la realidad, debemos enfrentar este desfase creciente entre lo que las tecnologías permiten, y lo que la ley prohíbe. Probablemente, de manera menos ideológica, o menos histérica. El uso educativo y científico sin fines lucrativos debe ser liberado. El uso personal e interpersonal no comercial debe ser facilitado.
Según James Boyle, “la mayor parte de las grabaciones de sonido hechas hace más de cuarenta años atrás están comercialmente inaccesibles. Después de cincuenta años, apenas un minúsculo porcentaje aún está siendo comercializado. Es extremamente difícil encontrar a los dueños de los restantes. Pueden haber muerto, cerrado el negocio, o simplemente haberse desinteresado. Incluso si el compositor pudiera ser encontrado, el pago por medio de una asociación coleccionadora no es suficiente, y sin el consentimiento del dueño del copyright sobre la grabación musical la obra tiene que quedar en la biblioteca. Estas son las “obras huérfanas”, una categoría que probablemente constituye la mayor parte de los productos culturales del siglo XX. Mientras tanto, como ya fue mencionado, sin la autorización del dueño del copyright es ilegal copiar o redistribuir o ejecutar estas obras, incluso sobre una base sin fines lucrativos. El objetivo del copyright es de alentar la producción y acceso a obras culturales. Desempeñó su papel fortaleciendo la producción. Ahora opera como una barrera para impedir el acceso. Conforme pasan los años, continuamos cerrando hasta el 100 por ciento de nuestra cultura registrada de un determinado año para beneficiar un porcentaje cada vez menor – los ganadores en la lotería – en una política cultural grotescamente ineficiente”.[6]
En otro nivel, es curioso constatar la fragilidad de los argumentos según los cuales la libre disponibilidad de los libros impide su venta. Paulo Coelho, que recientemente pasó a poner en disponibilidad online íntegramente sus libros, gratuitamente, constató no la reducción sino el aumento de las ventas.[7] En un muy buen artículo, Cédric Biagini y Guillaume Carnino recuerdan que “el libro de papel, en su linealidad y finitud, en su materialidad y presencia, constituye un espacio silencioso que pone en jaque el culto de la velocidad y la pérdida de sentido crítico. Es un punto de anclaje, un objeto de registro para un pensamiento coherente y articulado, fuera de la red de los flujos incesantes de informaciones y de solicitudes: permanece siendo uno de los últimos puntos de resistencia.”[8] Una persona que gustó del libro tras la lectura de algunas páginas, probablemente se sentirá estimulada a comprarlo. Hay espacio para todos, sin monopolizar los frutos.
En el caso de las músicas, los perjuicios son significativos pero limitados: las corporaciones calculan cuantos downloads gratuitos están siendo hechos, multiplican la cifra por el precio que cobran por los discos (absolutamente exorbitantes frente al costo de producción y promoción), imaginando que si no hubiese downloads toda esta gente compraría los discos. La cifra que resulta es imaginaria, pero suena bien en la propaganda que oímos todos los días.
En el caso de patentes, la cuestión es aún más lamentable, y cada vez se constata más, conforme veremos abajo, que el enmarañado de restricciones legales llegó a un nivel tal que atrapa más de lo que estimula la investigación. Un monopolio de 20 años sobre una idea podía ser concebido hace medio siglo , pero no en el ritmo moderno de innovación.
La verdad es que el contexto de la economía creativa cambió radicalmente, pues aunque haya costos en la producción de una obra creativa, una vez creada, esta obra puede tornarse en factor de enriquecimiento de toda la humanidad, ya que la disponibilidad es prácticamente gratuita. Cuando la disponibilidad exigía soporte material – el libro impreso, el disco, la cinta – era natural que fuese cobrado el costo incorporado. Sin la editora, sin la emisora de TV, las personas no sabrían de la creación. La disponibilidad y generalización del conocimiento se hacía gracias a ellas. Hoy, estas mismas corporaciones intentan evitar la disponibilidad, pues con la era digital, podemos apreciar un libro, una música, un film, sin precisar de soporte material. En vez de adaptarse a las nuevas tecnologías, y buscar otra forma de agregar valor, las mismas corporaciones buscan trabar su acceso, y criminalizar su uso.
La IBM, para dar un ejemplo de evolución, intentó impedir que se diseminase el “clon” (así era designado el PC “pirata”) a través de la tecnología propietaria microchannel, al final de los años 1980. Creyó que el patrón IBM sería la opción de todos, por el dominio que tenía del mercado. Pero vio que todos huían hacia los “clones”, para la libre creación tecnológica. La IBM asimiló la lección, y pasó a vender software. Con el software volviéndose un bien libre (la propia empresa hoy usa el Linux), pasó a vender servicios de arquitectura de información para empresas. Se adaptó. Trabar el avance tecnológico a través de monopolios no da buenos resultados, y no lo está dando en nuestro caso.
Lo que tenemos por delante, son menos apelaciones dramáticas a la ley y la ética, y más buen sentido en la redefinición de las reglas de juego que protejan al autor de innovaciones, los diversos intermediarios, y sobre todo el interés final de toda creación, que es el enriquecimiento cultural y científico de toda la población. El hecho de que bienes culturales y educacionales se volviesen casi gratuitos gracias a las nuevas tecnologías, no debe constituir un drama, y sí una inmensa oportunidad. En una era en que se destinan inmensos recursos para la educación en el mundo, intentar trabar el acceso no sólo no es legítimo, ni ético, sino que constituye un contrasentido.
2 – La sociedad del conocimiento
Para las grandes corporaciones, las nuevas tecnologías implican una pirámide más alta, con el poder central extendiendo dedos más comprimidos hacia los lugares más distantes, gracias al poder de conectividad para transmitir órdenes más lejos. Implican también una fuerte presencia planetaria de poder represivo buscando el control de la propiedad intelectual crecientemente apropiada por las propias empresas transnacionales. Las “tele-comunicaciones” corresponde una “tele-gestión”, gestión a distancia, global, que generó por ejemplo el poder descontrolado de los grandes intermediarios financieros. La corporación de la información y del conocimiento, que por definición trabaja con una materia prima no material, navega con confort en este ambiente. Vistas desde este ángulo, las nuevas tecnologías aparecen como una oportunidad mayor de control y de apropiación.
Observando desde otra perspectiva, las mismas tecnologías que favorecen la globalización pueden favorecer los espacios locales, las dimensiones participativas, una conectividad democrática. Para nosotros, usuarios no corporativos, estas tecnologías permiten una red más amplia y más horizontal, con cada localidad – incluso pequeña – recuperando su importancia al cruzar la especificidad de los intereses locales con el potencial de la colaboración planetaria. Dedos más largos de las mismas corporaciones no descentralizan nada, apenas significan que la misma mano tiene alcance mayor, que la manipulación se da en mayor escala. La apropiación local del potencial de conectividad representa una dinámica de democratización. La base tecnológica es la misma, la materialización política es inversa. Donde el choque, las denuncias de “piratería”, o hasta curiosas apelaciones hacia la “ética” y las fuerzas represivas del Estado, por parte de quien el Estado fue presentado como un estorbo y la falta de ética cosas practicadas por los otros.
La transformación en las tecnologías de la información y de la comunicación que abre las nuevas opciones, mientras tanto, está articulada con transformaciones tecnológicas más amplias, que están elevando el contenido del conocimiento de todos los procesos productivos, y reduciendo el peso relativo de los insumos materiales que otrora constituyan el factor principal de producción.
¿El conocimiento es un factor de producción? ¿Cómo se desenvuelve la teoría de lo que Castells llamó del “nuevo paradigma socio-técnico”? Castells introduce la categoría interesante de factores informativos de producción, lo que nos lleva a una cuestión básica: ¿el conocimiento se regula de manera adecuada a través de los mecanismos de mercado, como por ejemplo los bienes y servicios en el cuadro de una economía industrial? [9]
El desplazamiento del eje principal de formación del valor de las mercancías de capital fijo hacia el conocimiento nos obliga a una revisión en profundidad del propio concepto de modo de producción. André Gorz coloca el dedo en el punto preciso al considerar que “los medios de producción se tornaron apropiables y susceptibles de ser repartidos. El computador aparece como el instrumento universal, universalmente accesible, por medio del cual todos los saberes y todas las actividades pueden, en principio, ser compartidos”.[10]
Yochai Benkler destaca la idea de que en la sociedad de la información mucha más gente puede generar su espacio, de creación, no precisando de una “fábrica” para ser productiva: “La economía de la información articulada en red mejora las capacidades prácticas de los individuos en tres dimensiones: 1) mejora su capacidad de hacer más para y por sí mismos; 2) aumenta su capacidad de hacer más en conexiones sueltas con otros, sin sentirse avergonzados a organizar las relaciones a través de un sistema de precios o en los modelos jerárquicos tradicionales de organización social y económica; y 3) mejora la capacidad de los individuos de hacer más en organizaciones formales que operan fuera de la esfera del mercado.”[11]
La teoría que corresponde a la economía del conocimiento está apenas naciendo. Lawrence Lessig, en su The Future of Ideas, nos trae un análisis sistemático y equilibrado de este desafío mayor que hoy enfrentamos: la gestión de la información y del conocimiento, y la distribución equilibrada de los derechos. Enfocando de manera precisa como se desenvuelve la conectividad planetaria, el autor lleva cada cuestión – la de la apropiación de los medios físicos de transmisión, al del control de los códigos de acceso, al del gerenciamiento de los contenidos – a un nivel que permite una evaluación realista y la formulación de propuestas prácticas. El libro anterior de él, Code, ya marcó época. El The Future of Ideas es simplemente brillante en términos de riqueza de fuentes, de simplicidad de exposición, de ordenamiento de los argumentos en torno de las cuestiones clave.[12]
Andamos todos un tanto débiles en la comprensión de estas nuevas dinámicas, oscilando entre visiones tétricas del Gran Hermano, o una idílica visión de multiplicación de las fuentes y medios que llevarían a una democratización general del conocimiento. La realidad, como en tantas cuestiones, es que las simplificaciones no bastan, y que debemos hacer los deberes, estudiar lo que está aconteciendo.
Tomemos como punto de partida el hecho que hoy, cuando pagamos un producto, el 25% es para pagar el producto, y el 75% es para pagar la investigación, el diseño, las estrategias de marketing, la publicidad, los abogados, los contadores, las relaciones públicas, los llamados “intangibles”, y que Gorz clasifica en la amplia categoría de ‘lo inmaterial’. Es una cifra vaga pero razonable, y no es la precisión que nos interesa aquí. Nos interesa el hecho del valor agregado de un producto reside cada vez más en el conocimiento incorporado. O sea, el conocimiento, la información organizada, representan un factor de producción, un capital económico de primera línea. No basta, por lo tanto, referirse de manera tradicional a la tierra, capital y mano de obra como factores de producción. Formas más inteligentes de su integración y articulación, permitidas por las nuevas tecnologías, pasan a constituir el principal factor de valorización de los procesos productivos. ¿A qué parámetros teóricos pertenece el valor “conocimiento” incorporado en los productos?
La lógica económica del conocimiento es diferente del que rige para la producción física. El producto físico entregado por una persona deja de pertenecerle, en cambio un conocimiento pasado a otra persona continúa con ella, y puede estimular a la otra persona para generar más conocimientos e innovaciones. El conocimiento forma parte de lo que llamamos en economía bienes “no rivales”. En términos generales, por lo tanto, la sociedad del conocimiento se acomoda mal a la apropiación privada: envuelve un producto que, cuando es socializado, se multiplica. Es por eso, incluso, por lo que en los copyrights y patentes, solo se habla en propiedad temporal. Mientras tanto, el valor agregado al producto por el conocimiento incorporado sólo se transforma en precio, y consecuentemente en lucro mayor, cuando se impide la difusión de este conocimiento. Cuando un bien es abundante, sólo la escasez genera valor de venta. La batalla del siglo XX, centrada en la propiedad de los medios de producción, evoluciona hacia la batalla de la propiedad intelectual del siglo XXI.
En cierta manera, se crea una gran tensión entre la sociedad realmente existente cada vez más centrada en el conocimiento, y el sistema de leyes basado en productos materiales característicos del siglo pasado. Lo esencial aquí, es que el conocimiento, una vez desarrollado, es indefinidamente reproducible, y por lo tanto sólo se transforma en valor monetario cuando alguien se apropia de él, impidiendo que otros puedan tener acceso sin pagar un peaje, “derechos”. Para los que intentan controlar el acceso al conocimiento, este sólo adquiere valor de venta al crearse artificialmente, por medio de leyes y represión y no por mecanismos económicos, la escasez. Por simple naturaleza técnica del proceso, la aplicación a la era del conocimiento de las leyes de la reproducción de la era industrial traba el acceso. Curiosamente, las corporaciones demandan cada vez más la intervención del Estado para impedir la libre circulación de ideas y de creación artística. Los mismos intereses que llevaron a la corporación a globalizar el territorio para facilitar la circulación de bienes, llevan a fragmentar y a dificultar la circulación del conocimiento. Es sin duda libertad económica para la corporación, pero a costa de la libertad del usuario.
3- ¿Derechos de quién?
La cuestión central de como producimos, utilizamos y divulgamos el conocimiento envuelve un dilema: por un lado, es justo que quien se esforzó para desarrollar el conocimiento nuevo sea remunerado por su esfuerzo. Por otro lado, apropiarse de una idea como si fuese un producto material termina por matar el esfuerzo de innovación. Lessig nos trae el ejemplo de directores de cine en los Estados Unidos que hoy filman con abogados en el equipo: filmar una escena de calle donde aparece por acaso un outdoor puede llevar inmediatamente a que la empresa de publicidad exija compensaciones; filmar el cuarto de un adolescente exige un largo análisis jurídico, pues cada banderín, afiche o cuadro puede envolver uso indebido de imagen, generando otras respuestas. ¿La propiedad intelectual no tiene límites?
En una universidad americana, con la compra de las revistas científicas por grandes grupos económicos, un profesor que distribuye a sus alumnos copias de su propio artículo fue considerado culpado de piratería. Podría cuando mucho exigir de sus alumnos que compren la revista donde está su artículo. Todos conocen el absurdo intento de Amazon, de prohibir a otras empresas de utilizar el “one-click” para compras. Un racionamiento del buen sentido es que si el “one-click” es bueno, debe haber dado lucro a Amazon, que es la forma normal de una empresa se ve retribuida por una innovación, y no impidiendo a otras utilizar un proceso que ya era de dominio público. Estamos en realidad trabando la difusión del progreso, en vez de facilitarla.
Lessig parte de la visión – explícita en la Constitución americana – de que el esfuerzo de desarrollo del conocimiento debe ser remunerado, pero el conocimiento en sí no constituye una “propiedad” en el sentido común. Por ejemplo, numerosas patentes son propiedad de empresas que por alguna razón no tiene interés en utilizar o desenvolver el conocimiento correspondiente, quedando así un área congelada. En otros países, prevalece el principio de “use it or lose it”, por el que una persona o empresa no puede paralizar, a través de patentes o de copyrights, un área de conocimiento. El conocimiento tiene una función social. Mi auto no deja de ser mío si yo lo olvido en el garaje Pero las ideas son diferentes, no deben ser cerradas, o su desarrollo por otros no debe ser impedido. Esto es así porque el derecho de propiedad intelectual no está basado en el derecho de propiedad, sino en su potencial de estimular la creatividad futura.
Este argumento debe ser bien entendido, pues a pesar de que los profesionales del área tienen en general la claridad de la referencia jurídica diferenciando lo que los bienes intelectuales representan, en la argumentación se juega con la confusión de personas en cuanto a lo que es la propiedad intelectual. Un bien físico, mi bicicleta por ejemplo, es una propiedad que se justifica por el hecho de que yo lo he adquirido, no expira después de 20 años, no es condicionada. En el caso de los bienes intelectuales, la premisa básica es que se trata de bienes de dominio público, que deben circular hacia el enriquecimiento de la sociedad, y la figura de apropiación privada (vía copyrights o patentes) asegura apenas un derecho temporal, y sólo se justifica porque se consideró que conceder un título temporal de propiedad estimularía a las personas a producir innovaciones, y por lo tanto a enriquecer aún más a la sociedad en términos culturales y científicos. Todo el concepto de propiedad intelectual reposa por lo tanto no en el concepto de propiedad en sí – con lo cual se intenta inculcar un sentimiento de culpa en quien “hurta” una música al oírla en Internet – sino en la utilidad del control en términos de generar más riqueza cultural para todos. Hoy, con copyrights asegurados hasta 70 años después de la muerte del autor (en algunos casos hasta 90 años), y patentes de 20 años indefinidamente extendidos a través de apéndices, ¿este derecho está ayudando a producir y difundir cultura e innovaciones, o al contrario, está trabando el proceso? Esta es la cuestión central.
Según el jurista James Boyle, “más derechos de propiedad, incluso cuando se supone que ofrecen mayores incentivos, no necesariamente llevan a más y mejor producción e innovación – a veces justamente lo contrario es verdadero. Puede ser que derechos de propiedad intelectual restrinjan la innovación, al colocar múltiples trabas en el camino de innovaciones posteriores. Usando una buena inversión de la idea de la tragedia de los comunes, Heller e Eisenberg se refieren a estos efectos – los costos de transacción causados por una infinidad de derechos de propiedad sobre los necesarios componentes de alguna innovación posterior – como ‘la tragedia de los anti-comunes’”.[13]
Es importante recordar que el concepto de copyright nació para regular relaciones comerciales de empresas. Si una empresa imprime el libro, ¿cómo queda si otra empresa también lo imprime? “En el mundo de los años 1950, estas consideraciones tenían algún sentido – aunque podamos disentir de la definición de interés público. Muchos asumirían que el copyright no precisaba y probablemente no debía regular actos privados no comerciales. La persona que presta un libro a un amigo o lleva un capítulo para la clase es muy diferente de la empresa con máquinas impresoras que decide reproducir mil copias y venderlas. La máquina fotocopiadora y el VCR volvieron la distinción más confusa, y la computadora en red amenaza apagarla completamente. (…) En una sociedad en red, copiar no solamente es fácil, y una parte necesaria de la transmisión, del almacenamiento, del caching, y algunos hasta dirían de la lectura”.[14]
En la base de esta visión está el hecho de que el conocimiento no nace aislado. Toda innovación se apoya en millares de avances en otros períodos, en otros países, y con el creciente enmarañamiento jurídico se multiplican las áreas o los casos en que realizar una investigación envuelve tantas complicaciones jurídicas que las personas simplemente desisten, o la dejan para mega-empresas con sus amplios departamentos jurídicos. La innovación, el trabajo creativo, no es sólo un “output”, es también un “input” que parte de innumerables esfuerzos de personas y empresas diferentes. Precisa de un ambiente abierto de colaboración. La innovación es un proceso socialmente construido, y debe haber límites a su apropiación individual.
La empresa que desarrolla un proceso tiende a decir: este proceso es mío, durante los próximos 20 años nadie puede utilizar lo que yo desarrollé. Gar Alperovitz y Lew Daly hacen un excelente contrapunto a esta visión. ¿Cómo se desarrollan los procesos de innovación? Se trata de una amplia construcción social, de la creación de un ambiente denso en conocimiento e investigación, que envuelve todo nuestro sistema educativo, inmensas inversiones públicas, y un conjunto de infraestructuras que permiten que estos avances se generalicen, incluyendo desde la producción de electricidad, hasta los sistemas modernos de comunicación y así sucesivamente. O sea, el progreso productivo que verificamos constituye una gigantesca marea que levanta todos los barcos.
Levanta todos los barcos, pero la remuneración va hacia algunos propietarios, que colocan una cerca, y dicen tener derechos exclusivos, en lo ha sido llamado de nuevo “enclosure movement”. Las minorías que se apropian de una exorbitante porción de la riqueza generada por la sociedad, se presentan como “innovadores”, “capitales de la industria”, “emprendedores” y otros calificativos simpáticos, pero la realidad es que mientras crece de manera impresionante, durante el último siglo, el conocimiento acumulado y el nivel científico general de la sociedad, el porcentaje de ideas que estas élites acrecientan en el stock general es mínimo, en cuanto a su apropiación se volvió absolutamente gigantesca, porque colocan un peaje en el producto final que va al mercado.
La apropiación de los intangibles tanto se da en la mano de pocas corporaciones, en el nivel por ejemplo de los Estados Unidos, como de pocos países en el mundo. Este proceso está directamente ligado a las formas modernas de concentración de la renta. El 1% de familias más ricas de los Estados Unidos se apropia de más renta que los 120 millones en la base de la sociedad.[15] En el mundo, 97% de las patentes está en la mano de empresas de países ricos.
O sea, hay un inmenso enriquecimiento en la cima de la pirámide, basado no en lo que estas personas aportan, sino en el hecho de que se apropian de una acumulación históricamente construida durante sucesivas generaciones. Se trata de enriquecimiento sin los aportes productivos correspondientes. En la terminología del libro, Unjust Deserts, se trata de una apropiación no merecida (not deserved), y que está deformando cada vez más las dinámicas económicas y la funcionalidad de lo que hemos llamado de mercado.[16]
Para dar un ejemplo traído por Alperovitz y Daly, cuando Monsanto adquiere control exclusivo sobre determinado avance en el área de semillas, como si la innovación tecnológica fuese un aporte apenas de ella, olvida el proceso que sustentó estos avances. “Lo que ellos no precisan considerar – nunca – es la inmensa inversión colectiva que llevó a la ciencia de la genética de sus inicios aislados al punto en que la empresa toma su decisión. Todo el conocimiento biológico, estadístico y otro sin el cual ninguna de las semillas altamente productivas y resistentes a enfermedades podrían ser desarrolladas – y todas las publicaciones, investigaciones, educación, entrenamiento e instrumentos técnicos relacionados sin los cuales el aprendizaje y el conocimiento no podría haber sido comunicado y fomentado en cada estadio particular de desarrollo, y entonces repasado durante el tiempo apropiado, también en una fuerza de trabajo entrenada de técnicos y científicos – todo eso llega a la empresa sin gravamen, un regalo del pasado.” Al colocar un apéndice en el producto final, se cobra un peaje sobre el conjunto de los conocimientos anteriormente desarrollados.[17]
Es importante resaltar que no se trata aquí de criticar ni las tecnologías ni la justa remuneración de quien contribuye hacia su avance. Los técnicos en las más variadas áreas están desarrollando, en esta era de la revolución tecnológica, instrumentos impresionantes de progreso. Pero no sólo los técnicos ni los científicos ni los artistas que desarrollan las leyes que rigen la comercialización, la apropiación y uso de los aportes creativos: son grupos de presión, lobbies políticos, estudios de abogados, especialistas en marketing y otros negociadores que dictan reglas de juego sin mucha preocupación con la utilidad final en términos de sociedad o con la motivación de los creadores. Y estos intermediarios, al intentar maximizar los intereses de un pequeño grupo de actores, no están prestando un buen servicio.[18]
4 – La libertad de acceso
El problema se agrava drásticamente cuando, además de las ideas, pasan a ser controlados los vehículos de su transmisión. Cuando una productora de Hollywood controla no sólo la producción de contenidos (el film), sino también los diversos canales de distribución y hasta compra las salas de cine, el resultado es que la libertad de circulación de ideas se desequilibra radicalmente. Lessig constata que filmes extranjeros en los Estados Unidos, que representaban hace pocos años 10% de la recaudación, hoy representan 0,5%, generando una cultura peligrosamente aislada del mundo. Lo que está aconteciendo, con el control progresivo de los tres niveles – infraestructura física, códigos y contenidos – es que la libertad de circulación de las ideas, inclusive en Internet, se está restringiendo rápidamente. Grandes empresas no paran de estudiar nuestras computadoras, a través de los “spiders” o “bots”, para averiguar si mencionamos sin las debidas autorizaciones el nombre o un grupo de ideas protegidas.
Un texto de 1813 de Thomas Jefferson, es en este sentido muy elocuente: “Si hay una cosa en la naturaleza menos susceptible que cualquier otra de propiedad exclusiva, es la acción del poder del pensamiento que llamamos de idea…. Que las ideas deban expandirse libremente de una persona hacia otra, por todo el globo, para la mutua instrucción moral del hombre y el avance de su condición, parece haber sido particular y benévolamente diseñado por la naturaleza, cuando las hizo, como el fuego, capaces de expandirse por todo el espacio, sin reducir su densidad en ningún punto, y como el aire en el cual respiramos, nos movemos y existimos físicamente, incapaces de confinamiento, o de apropiación exclusiva. Las invenciones no pueden ser, por naturaleza, objeto de propiedad.”[19]
Una empresa que instala una de las infraestructuras importantes como es el cable de fibra óptica es la propietaria de este cable. ¿Pero ella puede dictar quien puede o quien no puede tener acceso para transmitir en este cable? Una empresa puede encontrar incentivo económico en hacer acuerdos con otras empresas, garantizando exclusividad, un tipo de corral de comunicación. La Disney batalló duramente, por ejemplo, para tener este tipo de exclusividad. La crudeza de las batallas empresariales en este plano abre poco espacio para el fin último de todo el proceso, tan bien expresado por Thomas Jefferson, que es la utilidad social de la circulación de las ideas. Un gobierno puede hasta privatizar el mantenimiento de una ruta, y autorizar el cobro de un peaje, pero asegura su carácter público, ninguna administradora puede impedir el libre acceso de cualquier persona a esta ruta. ¿Y en la infovía, como funciona? En muchas ciudades americanas, como Chicago, la intendencia está instalando cables públicos, para asegurar que los usuarios puedan recibir y transmitir lo que quieren, reduciendo la presión de empresas privadas para hacer acuerdos de acceso exclusivo para determinado tipo de clientes. En Canadá, el proceso se está generalizando, en reacción a los controles que las empresas están instalando. Como las rutas, las infovías deben constituir los llamados commons, espacios comunes que permiten que los espacios privados comuniquen, interactúen con libertad.
El análisis detallado del uso del espectro de ondas de radio y TV es en este sentido muy significativo. En la práctica, el gobierno americano concede frecuencias del espectro a gigantes de la comunicación, como lo hacemos en Brasil, eliminando virtualmente la posibilidad de cada comunidad tener sus medios de comunicación, cosa hoy técnicamente perfectamente posible y barata. Lo que nos repiten siempre, es que el espectro es limitado, y por lo tanto debe ser atribuido a algunos, y estos algunos naturalmente buscan monopolizar el acceso. En la práctica, generamos una patética “Berlusconi society”.
El primer hecho es que la emisión de corto alcance (low power radio service) es perfectamente posible, y no debería ser condenada como piratería. El segundo, más importante, es que la idea del espectro sea limitado es presentada como argumento por las empresas, pero sólo es cierto en la medida en que utilizan tecnologías que desperdician el espectro: como tienen el monopolio, no se interesan por ejemplo por el compartimiento de frecuencias (software defined radios) que permiten utilizar las ondas de la misma forma que en otros medios, aprovechando los “silencios” y subutilizaciones del espectro para asegurar diversas comunicaciones simultáneas, como hoy acontece en cualquier línea telefónica. Lessig es duro con ese impresionante desperdicio de una riqueza tan importante – es natural, no fue creada por nadie, tanto así que es concedida por licencia pública – que es el espectro electromagnético: “Polución es precisamente la manera como deberíamos considerar estas viejas formas de uso del espectro: torres grandes y estúpidas invaden el éter con emisiones poderosas, tornando inviable el florecimiento de usos en menor escala, menos ruidosos y más eficientes…La televisión comercial, por ejemplo, es un desperdiciador extraordinario del espectro; en la mayor parte de los contextos, el ideal sería transferirla del aire para cables.”[20]
Lessig es un pragmático. En el caso del espectro, por ejemplo, propone que se expanda en cada segmento del espectro una faja de libre acceso, equilibrando la apropiación privada. En varias áreas analizadas, busca soluciones que permitan a todos sobrevivir. Pero su preocupación es clara. En libre traducción, “la tecnología, con estas leyes, nos promete ahora un control casi perfecto sobre el contenido y su distribución. Y este control perfecto que amenaza el potencial de innovación que Internet promete”.[21]
5 – El costo del acceso
Rifkin analiza el mismo proceso desde otro punto de vista, poniendo en evidencia en particular el hecho de la economía del conocimiento de cambiar nuestra relación con el proceso económico en general. El argumento básico es que estamos pasando de una era en que había productores y compradores, a una era en que hay abastecedores y usuarios. La transformación es profunda. En la práctica, no compramos simplemente un teléfono (o la compra es simbólica), sino que pagamos todo el mes por el derecho de usarlo, de comunicarnos. Pagamos también para tener acceso a programas de televisión un poco más decentes. Ya no pagamos una consulta médica: pagamos mensualmente un plan para tener derecho de acceso a servicios de salud. Nuestra impresora cuesta una bagatela, lo importante es obligarnos a la compra regular del “toner” exclusivo. [22]
Los ejemplos son innumerables. Rifkin define esta tendencia como caracterizando «la era del acceso». En nuestro «A Reprodução Social» ya analizamos esta tendencia, que caracterizamos con el concepto de «capitalismo de peaje». Basta ver el monto de tarifas que pagamos para tener derecho a los servicios de un banco, o como los condominios de playa cierran el acceso a un pedazo de mar, y en la publicidad nos «ofrecen», como si las hubiesen creado, sus maravillosas olas. El acceso gratuito al mar no llena los bolsillos de nadie. Cerremos pues las playas.[23]
Así el capitalismo genera escasez, pues la escasez eleva los precios. En esta lógica del absurdo, cuanto menos disponibles sean los bienes, más valor potencial adquieren para quien los controla. Nada como contaminar los ríos para obligarnos a pagar por pescar, o inducirnos a comprar agua “producida”. Nada como impedir o dificultar nuestro acceso al Skype para obligarnos a gastar más en telefonía celular tradicional.
Con esto, van desapareciendo los espacios gratuitos, y quedamos cada vez más presos en la carrera por el aumento de nuestra renta mensual, sin la cual nos veremos privados de una serie de servicios esenciales, inclusive la participación en la cultura que nos envuelve. Vivir deja de ser un paseo, o una construcción que nos pertenece, para transformarse en una permanente carrera de peaje en peaje. Donde antes las personas tenían el placer de tocar un instrumento, hoy pagan el derecho de acceder a música. Donde antes jugaban un partido en la calle, hoy asisten a un espectáculo deportivo, comiendo bocadillos en el sofá, todo gracias al «pay-per-view«. Lo que estamos construyendo es un permanente “pay-per-life”.
El desplazamiento teórico es significativo. El propietario de medios de producción tenía la llave de la fábrica, bien físico que constituía una propiedad concreta: hoy es dueño de un proceso, y cobra por su utilización. A medida que los procesos se vuelven cada vez más densos en información y conocimiento, asumen mayor importancia la propiedad intelectual, las patentes y los copyrights. El conocimiento constituye un bien que no deja de pertenecer a alguien cuando lo pasa a otros, – y estamos en la era de la tecnología de la conectividad. Así su facilidad de diseminación se vuelve inmensa, y la apropiación privada genera trabas. Vemos así todo el peso de la constatación de Gorz vista arriba, de que “los medios de producción, se tornaron apropiables y susceptibles de ser repartidos”. En términos técnicos, el conocimiento es un bien cuyo consumo no reduce el stock. No es por casualidad que la negociación TRIPs (Trade Related Intellectual Property) constituye el principal debate en la Organización Mundial de Comercio, y está en el centro de las luchas por una sociedad libre. Donde en el siglo pasado la batalla era en torno de la propiedad de los bienes de producción, hoy se desplazó hacia el área de la economía de la creatividad.
6 – El acceso desigual
“La innovación, escribe Stiglitz, está en el corazón del éxito de una economía moderna. La cuestión es de cómo promoverla mejor. El mundo desarrollado modeló cuidadosamente leyes que dan a los innovadores un derecho exclusivo a sus innovaciones y las ganancias que de ellas fluyen. ¿Pero a qué precio? Hay un sentimiento creciente de algo está errado con el sistema que gobierna la propiedad intelectual. El recelo es que el interés en los lucros para las corporaciones ricas represente una sentencia de muerte para los muy pobres en el mundo en desarrollo.”[24]
Por ejemplo, explica Stiglitz, “esto es particularmente verdadero cuando patentes toman lo que era previamente de dominio público y lo ‘privatizan” – lo que los juristas de la Propiedad Intelectual han llamado, como vimos, de nuevo “enclosure movement”. Patentes sobre el arroz Basmati (que los indios creían conocer hace siglos), o sobre las propiedades curativas del turmeric (gengibre) constituyen buenos ejemplos”.
Según el autor, “los países en desarrollo son más pobres no sólo porque tienen menos recursos, sino porque hay un desfase en conocimiento. Por esto el acceso al conocimiento es tan importante. Pero al reforzar el control (stranglehold) sobre la propiedad intelectual, las reglas de PI (llamadas TRIPS) de acuerdo de Uruguay reducirán el acceso al conocimiento por parte de los países en desarrollo. El TRIPS impone un sistema que no fue diseñado de manera óptima para un país industrial avanzado, pero fue menos adecuado para un país pobre. Yo era miembro del Consejo Económico del presidente Clinton en la época en que la negociación del Uruguay Round se completaba. Nosotros y el Office of Science and Technology Policy nos oponíamos al TRIPS. Creíamos que era malo para la ciencia americana, malo para el mundo de la ciencia, malo para los países en desarrollo”.(Stiglitz, 2006)
La cuestión asumió una dimensión más dramática cuando, con el cambio climático mundial, se vuelve necesario asegurar al mundo entero acceso a las más avanzadas tecnologías que permitan sustituir prácticas intensivas en emisión de gases de efecto de invernadero. La recomendación del informe de las Naciones Unidas World Economic and Social Survey 2009, considera esencial, para reducir la presión de los desastres ambientales en el tercer mundo, buscar un “régimen equilibrado de propiedad intelectual para la transferencia de tecnologías”. Más allá de sugerir aprovecharse al máximo las “flexibilidades” existentes en el sistema, el Survey sugiere que “opciones como permitir que los países en desarrollo puedan excluir sectores críticos del control de patentes, como un “pool” global de tecnología para afrontar la transformación climática, merecen seria consideración, ya que estas opciones permiten tener seguridad y previsibilidad en el acceso a las tecnologías y más allá de eso estimularían a la tan necesaria investigación y desarrollo para una adaptación local y difusión que reduciría los costos de las tecnologías. Adicionalmente, modalidades de acceso a las tecnologías con financiamiento público para empresas de países en desarrollo precisan ser exploradas”.[25] Vemos aquí, en un informe de gran importancia internacional, explicitada la necesidad de ir más allá del proteccionismo de las patentes. Es igualmente curioso constatar que esto no significaría una traba, y si un estímulo a la “tan necesaria investigación y desarrollo”, más allá de una reducción de costos.
Es una toma de posición importante, en esta época en que es bueno respetar la propiedad intelectual, sin que las personas se den cuenta que estamos esencialmente respetando su monopolización y control por intermediarios. Precisamos de reglas más flexibles y más inteligentes, y sobre todo reducir los plazos absurdos de décadas que extrapolan radicalmente el tiempo necesario para una empresa recuperar sus inversiones en nuevas tecnologías. Cuanto patentar bienes naturales de países pobres para seguir cobrando royalties sobre producciones tradicionales, ya es simplemente extorsión. La piratería, en este caso, viene de arriba.[26]
Así la economía del conocimiento diseña una nueva división internacional del trabajo, entre los países que se concentran en los intangibles – finanzas internacionales, investigación y desarrollo, diseño, abogacía, contabilidad, publicidad, sistemas de control – y los que continúan con tareas centradas en la producción física. Donde antiguamente teníamos la producción de materias primas en un polo, y productos industriales en el otro, hoy pasamos a tener una división más fuertemente centrada en la división entre producción material y producción inmaterial.
Una lectura particularmente interesante sobre este tema es el libro de Chang, Apartando la Escalera, que muestra como los países hoy desarrollados se apropiaron de los conocimientos generados en cualquier parte del mundo, por medio de copia, robo o espionaje, sin preocuparse en la época con la propiedad intelectual. Utilizaron la escalera para subir, y ahora la patean para un lado, impidiendo otros de seguir su camino. ¿Lo que sería de Japón, o de Corea, si hubiesen sido obligados a cerrar púdicamente los ojos sobre las innovaciones en el resto del mundo, o a pagar todos los royalties? El libro de Chang es extremamente bien documentado, y muestra como antes de los asiáticos los Estados Unidos ya adoptaron las mismas prácticas con relación a Inglaterra, tal como Inglaterra las adoptó con relación a Holanda. El libre acceso de los países pobres al conocimiento, condición esencial de su progreso y del reequilibrio planetario, es hoy sistemáticamente trabado, cuando debería ser favorecido y subvencionado, para reducir las tragedias sociales y ambientales que aumentan.[27]
7 – La remuneración de los aportes
Como una piedra lanzada a un lago genera olas que se apartan, las nuevas tecnologías del conocimiento van desplazando formas tradicionales de organización social y económica en varias esferas. No es sólo el “creador” y su remuneración lo que está en juego, o el dueño del copyright o de la patente. La transformación en el contenido de la producción genera nuevas relaciones de producción y desplaza la cuestión de la remuneración del trabajo. Medir el trabajo por horas trabajadas, mecanismo tan central en nuestras sociedades, se vuelve en esta esfera de actividades, cada vez menos significativo. Así, la justa remuneración del esfuerzo se torna cada vez más compleja.
La contribución creativa con ideas innovadoras no va a depender del tiempo que pasamos sentados en la oficina. Gorz cita un informe del director de recursos humanos de la Daimler-Chrysler: la contribución de los “colaboradores”, como los llama gentilmente el director, “no será calculada por el número de horas de presencia, sino sobre la base de los objetivos alcanzados y de la calidad de los resultados. Ellos son emprendedores”.[28] Los trabajadores son así promovidos a emprendedores, y porqué no, según Gorz, a empresarios: “En el lugar de aquel que depende del salario, debe estar el empresario de la fuerza de trabajo, que provee su propia formación, perfeccionamiento, plan de salud, etc. ‘La persona es una empresa’. En lugar de la explotación entran la auto-explotación y la auto-co-comercialización del ‘Yo S/A’, que rinden lucros a las grandes empresas, que son los clientes del auto-empresario”.[29] Hoy quien trabaja en estas áreas frecuentemente lleva su laptop a casa, y continúa trabajando por la noche y los fines de semana. ¿Alguien paga esto?
El problema central es que en la era del conocimiento, la fragmentación de las tareas y del aislamiento artificial de los procesos productivos son contraproducentes. Tapscott, que estudia el problema en el área empresarial, da el ejemplo de la inutilidad de investigadores que trabajan cada uno con su pequeño stock de conocimiento: “Hace una década, la astronomía aún era sinónimo de grupos que mantenían datos exclusivos y publicaban resultados individuales. Ahora, está organizada en torno a grandes conjuntos de datos que son compartimentados, codificados y disponibles para toda la comunidad”. (Tapscott, 198) ¿De qué manera son remuneradas las innovaciones de este tipo?
El avance tecnológico no funciona en islas aisladas. En un área avanzada como la robótica, los investigadores se dieron cuenta de cuánto estaban invirtiendo, separadamente, para desarrollar los mismos sistemas, en vez de colocar en común lo ya adquirido, para avanzar de nuevo. “El sistema operacional de robots (Robot Operating System – ROS) es un conjunto de programas escritos en fuente abierta, cuyo objetivo es de servir de plataforma común para una amplia gama de investigaciones de robótica. Está siendo utilizado por equipos en la Universidad de Stanford en California, en MIT y en la Universidad Técnica de Munich, en Alemania, entre otros.” (Campbell, 2009). Si todos estuvieran esperando a ser remunerados por el fragmento de innovación que generan de forma asociativa, aún por encima con software libre, ¿donde estaríamos?
El “www” se volvió un elemento esencial de nuestra vida, una revolución, a través del libre acceso que se generaliza. Muchos piensan que fue inventado por los americanos, y raramente encontramos referencias al autor de esta autentica revolución en la conectividad planetaria, el británico Tim Berners-Lee, que desarrolló el sistema en el centro de investigaciones nucleares (CERN) en la frontera franco-suiza. Desconocemos igualmente que el sistema es regido por una organización no gubernamental, un consorcio sin fines lucrativos. Todo el mundo empresarial, además, se volvió más productivo gracias a este proceso asociativo. ¿Y si tuviésemos que pagar a cada vez que nos conectamos, informar la tarjeta de crédito, etc.? Es más, el W3C, como es llamado el consorcio que coordina nuestra conectividad planetaria, pide donaciones sin una mínima vergüenza, como cualquier ONG que quiere proteger el clima. Ya se calculó que Berners-Lee podría haber sido más rico que muchos magnates, pero prefirió ser más útil. ¿Como es remunerado? Consultorías, investigaciones, libros, ponencias – no faltan medios. Pero medios que no limitan la razón de ser del producto.[30]
La forma de elaboración, disponibilidad y apropiación del conocimiento online genera un terremoto organizacional por lo menos tan profundo como fue el surgimiento de las fábricas en la era de la revolución industrial. Para producir bienes materiales en masa tuvimos potentes máquinas agrupadas en unidades fabriles, jornada de 8 horas, trabajo asalariado, infraestructuras para transportar toneladas. En la economía del conocimiento ¿qué tenemos?
El libro de Eric S. Raymond, The Cathedral and the Bazaar, es un pequeño clásico en su área, y presenta las formas concretas de organización, de la contribución espontánea y asociativa en red en la construcción de innovaciones en las tecnologías de la información. Es natural que los grandes grupos privados, cuyas ganancias están asociadas a la limitación del acceso al conocimiento – pues solamente su control estricto impide que se torne de libre utilización, y por lo tanto sin valor comercial – busquen la demonización de toda esta área de actividad. Así los hackers, comunidad asociada de innovaciones tecnológicas, son puestos en la misma bolsa que los crackers, los que implantan virus, buscan quebrar cuentas bancarias y así sucesivamente.
Aquí, se trata de explicitar la lógica de colaboración implícita en el avance tecnológico, partiendo de la visión de que innumerables ideas espontáneamente traídas hacia una construcción innovadora pueden constituir un proceso de producción diferenciado. En la base, está el concepto de externalidades positivas de las redes (positive network externalities) que permiten romper la separación entre el productor y el cliente, ya que el cliente se torna también colaborador del proceso (Raymond, 144) ¿Dónde está la amenaza? “Un hecho central que la distinción valor de uso y valor de cambio nos permite notar es que solamente el valor de cambio es amenazado por el desplazamiento de fuentes cerradas a fuentes abiertas (open source); no al valor de uso.” (Raymond, 129) Por el contrario, el valor de uso se refuerza, tanto por la generalización del acceso como por el hecho de que usuarios diferenciados pueden traer hacia el proceso de producción la visión de quien enfrenta efectivamente los innumerables y variados problemas que surgen.
Raymond marca bien este punto: los procesos ligados al conocimiento son procesos interactivos. La propia compra de un software es lo de menos, el proceso de apoyo, mantenimiento, servicios y actualización es lo que constituye lo esencial. “Si (como es generalmente aceptado) más del 75% de los costos del ciclo de vida de un proyecto típico de software está en el mantenimiento, la depuración y las extensiones, entonces la política general de cobrar un precio de compra elevado y tasas de soporte relativamente bajas o reducidas a cero deberá llevar a resultados que sirven mal a todas las partes”. Volvemos aquí al desplazamiento del punto de la cadena productiva donde se da la remuneración. E intentar cobrar en todos los puntos simplemente inviabiliza el proceso.[31]
Raymond, que estudia en particular los límites de los softwares de estante, trae con claridad este dilema de una economía del conocimiento la cual se intenta aplicar reglas de la manufactura. “En el mundo del código libre, se busca la mayor base posible de usuarios, para obtener lo máximo de retorno y un mercado secundario lo más vigoroso posible; en el código propietario se busca el máximo de compradores, pero el mínimo de usuarios. Por lo tanto la lógica del modelo de la fábrica recompensa mejor a los vendedores que producen bienes de estante – software que es suficientemente bien divulgado (marketed) para asegurar ventas pero en realidad inútil en la práctica. El otro lado de esta moneda es que la mayoría de los vendedores que siguen este modelo de fábrica no tendrá resultados en el largo plazo. Financiar indefinidamente despensas de soporte a partir de un precio fijo sólo es viable en un mercado que se expande a un ritmo suficiente para cubrir el soporte y los costos del ciclo de vida implicado en las ventas de ayer con las ventas mañana. Cuando el mercado se vuelve maduro y las ventas se reducen, la mayor parte de los vendedores no tendrán otra elección sino de cortar despensas tornándolos a sus productos huérfanos”. (Raymond, 120-121)
En otros términos, dice Raymond, “el software es predominantemente una industria de servicios que opera con la persistente pero infundada ilusión de ser una industria manufacturera”. No tiene mucho interés comprar una caja bonita con el software, caja que nos da la impresión de que estamos comprando una “cosa” tangible, cuando en realidad estamos comprando un producto que se desactualizará después de algunos meses. Y el sistema de acceso y apoyo que es central.
Estamos aquí en el centro de la discusión sobre las nuevas lógicas económicas y organizacionales que implica la transición hacia una economía del conocimiento. Otra moneda, por ejemplo, u otra forma de remuneración, aparece con frecuencia cada vez mayor: el reconocimiento por los pares, la reputación de competencia adquirida, que permite que las personas equilibren sus economías de otra forma. El propio gusto por la innovación, por descubrir nuevos mecanismos, por escribir una música bonita, tiende a ser en general un elemento motivador fundamental. No se imagina mucho a Pasteur reduciendo su curiosidad científica porque no podría patentar la vacuna.
De cualquier manera, hay un abanico de nuevas articulaciones en desarrollo, precisamos observarlas con tolerancia y tranquilidad, buscando soluciones en la línea del “win-win” y del equilibrio real de los intereses de los diversos agentes del proceso. La simplicidad del editor que publica y vende, y del consumidor que compra y lee, ya no corresponde al mundo moderno. Y la criminalización no resuelve nada. Precisamos asegurar el equilibrio de la remuneración en el caso del uso comercial, y la gratuidad del uso sin fines lucrativos. El propio mundo empresarial está descubriendo esto.
8 – El potencial empresarial
Wikinomics significa economía de la colaboración, por simple asociación de ideas: todos conocen el proceso asociativo que dio lugar al Wikipedia, enciclopedia construida por medio de colaboración libre y gratuita de innumerables personas, por el simple placer de hacer una cosa útil. Decimos aquí “simples placer”, pero se trata de una inmensa y subestimada motivación. Juntando economics y wikipedia, surge wikinomics, libro que explora como el mundo empresarial está descubriendo que la colaboración puede ser más provechosa que la competencia.[32]
“Estamos cambiando de locales de trabajo cerrados y jerárquicos, con relaciones de empleo rígidas, para redes de capital humano progresivamente más auto-organizadas, distribuidas y de colaboración, que obtienen conocimiento y recursos de dentro y de afuera de la empresa”. (Tapscott, 292). Por detrás del desplazamiento de esta visión está evidentemente un hecho mayor que está sacudiendo a nuestra sociedad de forma profunda y aún mal delineada: la conectividad, el hecho de que cualquier persona pueda comunicarse con cualquier otra en cualquier parte del planeta. O sea, cuanto más colaboramos y compartimos nuestro conocimiento, más ricos nos volvemos todos. Los lucros de los intermediarios y la remuneración de los innovadores deben ser confrontados con este potencial.
En la selva de registros, copyrights y patentes resuenan gritos contra las violaciones de la propiedad intelectual, contra la piratería, contra la monstruosa conspiración que constituiría el hecho de que personas hicieran cosas útiles por placer, de forma asociada, y con resultados técnicamente superiores. Para los que quieren colocar peajes en cada acción de nuestra cotidianeidad, una sociedad donde las personas colaboran es una ofensa.
El aporte importante del libro de Don Tapscott y de Anthony Williams es mostrar que las empresas, en vez de querer aplicar a los bien inmateriales reglas de juego que se refieren a bienes manufacturados, como en el siglo pasado, tendrán mejor futuro aprendiendo a colaborar, adoptando reglas de juego innovadoras.
“Habiendo madurado rápidamente en los últimos tres años, esas armas de colaboración en masa permiten que los funcionarios interactúen y creen con más personas en más regiones del mundo usando un conjunto de capacidades más versátil, teniendo menos trastornos y sintiendo más placer que con cualquier otra generación de tecnologías para el local de trabajo. Ellos también pueden actuar globalmente – atravesando silos organizacionales y conectándose con clientes, parejas, proveedores y otros participantes que agregan valor al ecosistema de la empresa. Y más: la naturaleza cada vez más abierta de esas herramientas significa que esa nueva infraestructura para colaboración esté accesible a una base mucho más amplia de personas y empresas – en verdad tan amplia que existen poquísimas barreras para que las organizaciones las adopten a despecho de sus posturas”.(Tapscott, 300)
Aquí también se constata que la obsesión por encerrar y controlar todo genera más costos de lo que promueve ideas, por la obstrucción burocrática de la investigación abierta y asociativa, que es como se crean ideas. Esto se verifica en las más variadas áreas, inclusive en los sectores industriales tradicionales, donde el contenido de tecnología se está ampliando, exigiendo más procesos asociativos. “En cuanto las patentes proliferaban, los presupuestos de I+D crecían hasta alcanzar niveles ineficientes, y empresas de biotecnología, industrias farmacéuticas, universidades, entidades gubernamentales de asistencia médica y el sistema jurídico se estaban metiendo en luchas caras y nocivas por los beneficios económicos de esas patentes.” (Tapscott, 205)
En el caso de la industria farmacéutica, a pesar de algunos avances como en el caso de la británica GlaxoSmithKline, la situación continúa trágica, y hablar de ética de la propiedad intelectual e invertir todo lo que podemos entender como valores. La organización Médicos sin Frontera pidió la creación de un fondo común de patentes de medicamentos contra el HIV/Aids, que permitiera que los propios países pudieran producir los medicamentos. Según Margaret Chan, directora de la OMS, “por lo menos cinco millones de personas con HIV no reciben tratamiento necesario”. El problema involucra a Abbot Laboratories, Boehringer Ingelheim, Bristol-Meyers Squibb, Johnson & Johnson, VGilead Sciences, GlaxoSmithKline, Merck & Co., Pfizer y Sequoia Pharmaceuticals. Ya murieron 25 millones de personas de Aids.[33]
La realidad es que el conocimiento constituye una gran riqueza, y como su diseminación se volvió virtualmente gratuita, liberar el acceso aumenta el stock de riqueza de todos. La era del conocimiento lleva naturalmente hacia la economía de la colaboración y esta aumenta las oportunidades de democratización de una economía que hoy anda trabada por los sistemas cada vez más complejos e inútiles de cobranza de peajes. Tapscott y Williams analizan un conjunto de experiencias, de como esto está siendo aplicado en el área empresarial de forma creativa. Es un avance, muestra que hay cada vez más espacio para vida inteligente. No es ni interesante ni viable simplemente eliminar los sistemas actuales de cobros de derechos sobre la economía creativa. Pero la progresiva reducción y simplificación de esta selva de cobranzas debe ser emprendida, liberando el inmenso potencial creativo latente en la sociedad.
9 – La universalización del acceso
No basta tener el “derecho” al acceso, precisamos de las infraestructuras que lo materialicen. El Wi-Fi y la tecnología que permite, habiendo un punto emisor, acceder a Internet sin cable en cualquier punto de la casa, de la oficina, del aeropuerto, o de la ciudad. Significa trabajo o distracción confortable en el sofá con la lap-top, sin estar preso de los cables. El ambiente se impregna en cierta forma de la señal banda ancha de Internet. En los últimos años se multiplican las ciudades Wi-Fi, o sea, ciudades donde una persona puede sentarse en cualquier parque y trabajar a voluntad. Es la versión computador, digamoslo así, del teléfono celular, cubriendo todo un espacio urbano.
Hay actualmente una grupo de ciudades que instalan retransmisores de forma que todo el espacio urbano esté cubierto por la señal. Llaman eso de “municipal mesh Wi-fi networking”. Según el artículo Paul Marks, “las redes públicas Wi-fi tendrán también impacto en el set-up Wi-fi en residencias, escuelas, librerías y cafés…Sistemas que abarcan toda una ciudad ligan un conjunto de puntos Wi-fi para formar una red (“mesh”) donde las señales de radio recibidos en un punto saltan de una antena a otra hasta encontrar a alguien que está conectado en la net”.
Actualmente, la tecnología que permite conectividad de todo el espacio urbano es barata. Por ejemplo, en la ciudad de Filadelfia, en los EUA, “cerca de 4000 postes en los 320 kilómetros cuadrados de la ciudad tendrán antenas Wi-fi que cubrirán la ciudad con señal, banda ancha sin cable. La promesa es de un acceso a Internet de 1-megabit/segundo por menos de 10 dólares por mes, comparado con 45 dólares para la conexión con cable de hoy.” La ciudad de Taipei en Taiwán, en China, está generalizando el sistema con una tasa general de 12 dólares por mes.
Hay dificultades, según el artículo, en términos de interoperabilidad y fijación de patrones, y sobre todo de la resistencia de las principales empresas de telecomunicaciones que buscan impedir el sistema. “El Wi-fi municipal en los Estados Unidos está encontrando oposición de los mayores grupos de telecomunicaciones, como la Verizon, BellSouth e Cox Communications…Ya consiguieron adoptar legislación en 12 estados que torna ilegal montar una red sin cable en una ciudad que competiría con la empresa de telecomunicación local”.
El impacto de asegurarse la inclusión digital es bastante evidente, sobre todo con la perspectiva ahora bien real de acceso a computadoras básicas baratas (100 dólares). La ciudad de Filadelfia, en su proyecto de inclusión digital, está organizando la conexión para los 1,4 millones de personas que viven debajo de la línea de pobreza. Con el costo relativamente bajo – 12 dólares por mes y el precio de un librito – y los inmensos aumentos de productividad sistémica territorial que la conectividad permite, más allá del aprovechamiento escolar evidente, se trata de un eje fundamental de avance de la productividad sistémica del territorio.
En Brasil la tecnología se expande rápidamente a partir del ejemplo pionero de Piraí, en el Estado do Río de Janeiro, ya con varios años de funcionamiento. Todos se tornan más productivos, desde el comerciante que compra y vende mejor, hasta la escuela que pasa a usar Internet con una laptop por niño. La generalización del acceso a banda ancha está dándose en Brasil en toda la red de escuelas públicas, como también en Uruguay y en otros países. El libre acceso al conocimiento puede volverse en uno de los principales vectores de reducción de la desigualdad del planeta. ¿Vale la pena impedir este proceso para mantener la renta de algunos intermediarios? [34]
El derecho de la comunidad a tener sus propios medios de comunicación es esencial. Estamos evolucionando, como bien describe Lessig, de la civilización “read only”, de recepción pasiva de contenidos para una civilización. R-W, o “Read-Write”, en que cualquier grupo o individuo puede poner contenidos en Internet, corregir contenidos de la Wikipedia, comentar artículos publicados, comunicar el efecto inesperado de un medicamento a los productores. La comunicación pasó a ser interactiva., y la propia gran media, que a través de la ABERT (Asociación Brasilera de Emisoras de Radio y TV) combate cualquier intento de democratización del acceso, criminalizando a las radios comunitarias, tendrá que comenzar a pensar su futuro de manera creativa.
Lia Ribeiro Dias realiza un duro comentario a propósito de “Los medios del pueblo”, que vale la pena transcribir en parte: “No se sabe ni su tamaño ni su alcance, pero los medios populares vienen ganando musculatura. Son diarios, revistas, videos y radios producidos por equipos de comunidades de baja renta o de las periferias de las grandes ciudades. En lugar de personajes de los medios convencionales, generalmente retratadas por lo que no tienen y no por lo que son, las comunidades rescatan su identidad, creando sus propios canales de expresión Al auto-expresarse, al pasar de ser público-objetivo para convertirse en público participante, la comunidad se apropia de su representación, gana en auto-estima y conquista poder”. (Dias, 2006)
“El fenómeno de comunicación comunitaria, que ya provocó el surgimiento de escuelas de comunicación popular en varios estados, conquista adeptos especialmente entre los jóvenes. Son ellos los reporteros, los editores, los locutores, los productores de video, los fotógrafos. Una legión de nuevos autores, que no para de crecer y que es la prueba viva de que la legislación que reserva a periodistas diplomados el desempeño de esas funciones es anacrónica, antidemocrática, hiere el derecho de expresión y, es aplicada, impide el empoderamiento de las comunidades.“[35]
Estamos todos acostumbrados a que los medios sean asunto de gente grande, y de preferencia, enorme. La media comunitaria parece asunto menor. En la era del “R-W” interactivo, las transformaciones son profundas. La generación del software libre constituye otra tendencia que busca evitar que los sistemas de información queden presos a un monopolio planetario, aunque aquí la pelea sea cada vez más dura.
En el área de la lucha por el derecho a la comunicación, aún estamos dando los primeros pasos. Tal como la IBM en la era de los ordenadores los gigantes de los medios quieren impedir que surja una libertad efectiva de comunicaciones en las comunidades. En términos técnicos, es bastante absurdo, pues de la misma forma como hubo un abaratamiento radical de los micro-computadores que permitió que se tornasen un aparato doméstico, montar una emisora es hoy muy simple y barato. No se justifica ya la mega-empresa que termina por controlar contenidos. Cada escuela, cada comunidad debería tener su radio o TV comunitaria, ayudando a la comunidad a organizarse. Intentar impedir esta democratización forma parte de las viejas tradiciones centralizadoras.
Este es el tema de la Conferencia Nacional de la Cultura, cuyo tema abarca precisamente los derechos aquí discutidos: Según el texto base de la CNC, las transformaciones traídas por las nuevas tecnologías, que facilitan la reproducción de textos, sonidos e imágenes, tornan necesaria la «renovación del derecho de autor», para que el se torne compatible» con el derecho a la participación en la vida cultural, para que la libertad de acceso y la exclusividad de utilización de las obras – principios, respectivamente, da sociedad de la información y del derecho de autor – puedan coexistir y equilibrar los intereses públicos y particulares involucrados».[36]
10 – El absurdo universitario
En nuestra área universitaria, en vez de encerrar nuestros conocimientos imitando los comportamientos sobrepasados de la empresa privada, tenemos que tornarnos vectores de multiplicación y diseminación del conocimiento. Analizando las ventajas de tener disponibles artículos gratuitamente online, Tapscott y Williams citan Paul Camp: “Lo que nosotros queremos es información válida, analizada por peering. ¿Qué importa si eso aconteció porque un editor mandó el artículo para ser analizado por alguien o si fue analizado vía e-mail por una comunidad de personas interesadas en aquel asunto, en respuesta a su publicación preliminar en el arXiv? El resultado es el mismo.” (Tapscott, 199).
¿Cómo queda en esto nuestra prehistórica cultura de fotocopiarse un capítulo del libro, sirviendo de base para el trabajo científico de los alumnos, en las grandes universidades del país? El equipo de la USP-Este que trabaja con propiedad intelectual (GPOPAI – Grupo de Investigaciones en Políticas Públicas de Acceso a Información) hace un cálculo básico: por ciclo lectivo, los alumnos deberían gastar 3800 reales en libros, y el 80% vienen de familias de renta inferior a 5 salarios mínimos, lo que significa que los libros simplemente no son adquiridos. Además, el 30% de los libros no son reeditados, y tampoco pueden ser fotocopiados. Las editoras gustan de best-sellers, y no se interesan por long-sellers. (Craveiro, 2008). No editan, ni dejan usar, pues se quedan con los derechos de autor. Lo correcto sería que los copyrights de las editoras caducasen automáticamente al quedar los libros agotados y no reeditados por más de cinco años.
No se trata aquí apenas del derecho de acceso a los volúmenes. Es vital el acceso rápido y práctico, el “aquí y ahora” que las tecnologías permiten, y que los alumnos no entienden que no puedan utilizar. Más importante aún con la disponibilidad en medios digitales, abrir la perspectiva de cruce innovador de conocimientos, factor esencial en el aprendizaje de cualquier ciencia. Una persona puede cotejar análisis estadísticos de desempleo con análisis de impacto psicológico sobre la juventud, y verificar cómo los procesos inciden en la criminalidad y así sucesivamente, juntando autores de diferentes áreas científicas y de diferentes visiones políticas. La fantástica posibilidad de descubrir relaciones en las dinámicas estudiadas exige que los materiales estén disponibles, online y gratuitos, pues el lucro está en el avance científico de la sociedad, y marginalmente en la remuneración del autor o del intermediario.
Esto llevó el MIT – Massachussetts Institute of Technology – a cambiar radicalmente de postura, y hacer disponible el conjunto de sus cursos en su totalidad, gratuitamente, online, en el llamado Open Course Ware (OCW), tornando “open course” el análogo de “open source” que es el sistema “fuente abierta” de Linux. La iniciativa del MIT, como principal centro de investigación de los EUA, abre camino para que la universidad en general opte por el patrón Creative Commons, asegurando así la gratuidad del uso no comercial de la producción científica.[37]
Permítanme presentar aquí mi experiencia personal, como poseedor de un sitio que trabaja con derechos en la línea del Creative Commons. Cuando presenté en una reunión del Comité Gestor de Internet en Brasil la forma como dispongo mis textos gratuitamente online, un colega comentó conmigo después de la reunión: pero su ejemplo no es sustentable, pues usted no gana dinero con esto. Pregúntele cuanto ganaba publicando artículos científicos en revistas universitarias, la forma más avanzada de enterrar nuestra producción científica. No comento aquí su respuesta. El hecho de publicar gratuitamente nunca trabó mi gusto de investigar, por el contrario, me hace sentir más libre. Y por lo menos, las personas leen lo que escribo, comentan, critican, y en cualquier parte del mundo, pues Internet es planetaria, mientras que la biblioteca es local. Y como leen, soy más conocido, hago ponencias, y equilibro mi presupuesto de forma indirecta. Además, ya gano como profesor universitario. No preciso ganar dinero con todo lo que hago. Y las editoras están comenzando a darse cuenta de que la divulgación online apenas aumenta las ventas, pues leer en la red también cansa.[38]
Según Peter Eckersley, «Cuando la tecnología ha hecho posible una nueva abundancia de conocimiento, políticos, abogados, corporaciones y administraciones universitarias se han vuelto cada vez más decididos a preservar a su escasez». La lógica es explicitada con un ejemplo: «El agua es abundante y esencial; los diamantes son raros e inútiles. Pero los diamantes son mucho más caros que el agua porque son mucho más escasos. Las personas que están en el negocio de vender información tienen buena razones para querer un futuro donde el conocimiento sea valorado como diamantes, y no como agua. Aquí, los gigantes farmacéuticos, Hollywood, Microsoft, y hasta el The Wall Street Journal hablan con la misma voz: ‘Continúan expandiéndose las leyes de copyrights y de patentes para que nuestros productos continúen caros e lucrativos.’ Y pagan lobbistas en el mundo entero para asegurar que este mensaje llegue a los gobiernos». (Eckersley, 2009)
Particularmente absurda es la dificultad de acceder a conocimientos desarrollados con dinero público: «Consideren al movimiento del libre acceso (open access movement) que hace campaña para que los artículos científicos sean de libre acceso hacia el público, que es quien al final pagó por la investigación con sus impuestos. Históricamente, la mayor parte de los textos científicos quedó confinada a publicaciones caras y esencialmente disponibles apenas para personas con ligazones universitarias. Algunos editores resistieron al movimiento de libre acceso, pero la tendencia es contraria. En marzo de este año, por ejemplo, el congreso americano tornó permanente la exigencia de que toda investigación financiada por el Instituto Nacional de Salud sea abiertamente accesible, y otros países están siguiendo el ejemplo. Es seguro prever que dentro de una década o dos, la literatura científica estará online, libre y disponible para investigación.» (Eckersley, 2009)
Como otros investigadores interesados en el enriquecimiento científico y cultural generalizado, Eckersley no sugiere la ausencia de remuneración a quien produce ciencia, pero sí su desplazamiento: «Los que publican las revistas [científicas] continuarán siendo remunerados, pero en un punto diferente de la cadena» (Journal publishers will still be paid, but at a different point in the chain). Vale la pena explorar esta visión. Vimos arriba el ejemplo de la IBM, que supo reconvertirse, o sea, pasó a ganar dinero «en un punto diferente de la cadena». Intentar impedir el avance de los medios modernos de divulgación no tiene mucho sentido, y los grandes intermediarios, tanto casas editoras como grandes sellos de música precisan pensar de qué manera pueden contribuir mejor en el nuevo cuadro de referencia tecnológico, en vez de recurrir continuamente al Estado y a la policía para garantizar su renta de intermediación.
En realidad, en lugar de confinarlo a una guerra ideológica, tenemos que buscar las nuevas reglas económicas que permitan equilibrar el interés mayor que es el avance científico-cultural de la sociedad; en segundo lugar el de los autores que crean e innovan; y en tercer lugar los intermediarios que producen apenas el soporte físico y tienden a enarbolarse en «propietarios». El soporte físico es importante, los libros y discos continuarán vendiéndose, pero no precisan exigir monopolio ni llamar a la policía, y mucho menos intentar dificultar el acceso a tecnologías que hoy son universales.
Un proceso abierto
Lo que estamos intentando diseñar aquí, no es un conjunto cerrado de respuestas, sino el abanico de cuestiones teóricas que nos desafían, y que resultan directamente de esta amplia evolución a lo que llamamos de economía de conocimiento. El eje de apropiación de plusvalía se desplaza del control de la fábrica hacia el control de la propiedad intelectual, cambian las relaciones de producción, se altera el contenido y la remuneración en los intercambios internacionales. Y una sociedad moderna es compleja, las relaciones económicas exigen soluciones más flexibles y diferenciadas. Son ejes de reflexión que exigen nuevos instrumentos de análisis, y los autores citados arriba están abriendo espacios que vale la pena acompañar.
No son visiones extremistas las que encontramos en los trabajos de Lawrence Lessig sobre el futuro de las ideas, de James Boyle sobre la dimensión jurídica, de André Gorz sobre la economía de lo inmaterial, de Jeremy Rikin sobre la economía de la cultura, de Eric Raymond sobre la cultura de la conectividad, de Joseph Stiglitz sobre los límites del sistema de patentes, de Manuel Castells sobre la sociedad en red, de Alvin Toffler sobre tercera onda, de Pierre Lévy sobre la inteligencia colectiva, de Hazel Henderson sobre los procesos asociativos. Son visiones de buen sentido, y muchos investigadores, autores y editores se están reajustando. Las nuevas dinámicas están en curso, y ocupando espacios en la línea del frente tecnológico, no en la línea de la defensa de dinámicas desactualizadas. Instituciones de investigación como el MIT, autores científicos como Lester Brown, editoras como la Fundación Perseu Abramo, autores de música como Gilberto Gil, hasta escritores de gran éxito comercial como Paulo Coelho – están apuntando hacia un universo más equilibrado. No se trata de utopías, y sí de cambios en curso, y los que sepan readecuarse van a encontrar su lugar.
En términos económicos, en la era de la información, los costos de transacción de los sistemas propietarios son generalmente más elevados – tiempo, dinero, complicaciones burocráticas, pérdida de potencial asociativo, esterilización del efecto red – que los provechos. Y el lucro de los grupos que controlan el acceso al conocimiento y a la cultura, aunque grande, es muy pequeño en relación a las pérdidas que resultan del freno de los procesos creativos y del uso de las innovaciones en el planeta. Y frente a los dramas que hoy exigen democratización del conocimiento para reducir la desigualdad, generalización de las tecnologías limpias para reducir el impacto climático, autorización de producción descentralizada de medicamentos para afrontar tragedias que envuelven decenas de millones de personas y otras tensiones, colocar peajes en todo para maximizar los lucros es una irresponsabilidad. El libre acceso es económicamente más viable y productivo, y resultará en más y no menos, actividades creativas.
Brasil en este plano enfrenta una situación peculiar, pues heredó una desigualdad que marginalizó a gran parte de su población, y la economía del conocimiento y sus potencialidades quedaron esencialmente limitadas a un tercio de la población. En un país donde el sector informal de la economía representa la mitad de la población económicamente activa. No podemos darnos el lujo de no aprovechar al máximo el inmenso potencial que las nuevas tecnologías presentan. Y hoy, para no estar excluido, el nivel de conocimiento precisa ser mucho más amplio de que la alfabetización por la que batallaba Paulo Freire. La Pedagogía del Oprimido, hoy, tiene expresión digital.[39]
El desafío de la democratización de la economía adquiere aquí una dimensión importante, pues el acceso al conocimiento, como nuevo factor de producción, puede volverse un vector privilegiado de inclusión productiva de la masa que fue perjudicada en su acceso a las oportunidades sociales. Como vimos, una vez producido, el conocimiento puede ser divulgado y multiplicado con costos extremamente limitados. Contrariamente al caso de los bienes físicos, quien repasa el conocimiento no lo pierde. El derecho de acceso al conocimiento se vuelve así un eje de la democratización económica de nuestras sociedades.
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Ladislau Dowbor, es doctor en Ciencias Económicas por la Escuela Central de Planeamiento y Estadística de Varsovia, profesor titular de la PUC de São Paulo y consultor de diversas agencias de las Naciones Unidas. Y autor de “Democracia Económica”, “La Reproducción Social: propuestas para una gestión descentralizada”, “El Mosaico Partido: la economía más allá de las ecuaciones”, “Tecnologías del Conocimiento: los Desafíos de la Educación”, todos por la editora Vozes, además de “¿Qué pasa con el Trabajo?” (Ed. Senac) y co-organizador de la recopilación “Economía Social en Brasil“(ed. Senac) Sus numerosos trabajos sobre planeamiento económico y social están disponibles en el sitio http://dowbor.org – Contacto ladislau@dowbor.org
[12] The Future of Ideas: the Fate of the Commons in a Connected World – Random House, New York, 2001, 340 p.