La crisis financiera mundial, el estado y la democracia económica

Autores: Gabriel Real Ferrer , Paulo Márcio Cruz
Traducción: Cristina Sirvent Alonso
Resumen: Los problemas vividos en la actualidad, principalmente la grave situación financiera internacional, son una señal evidente de la insuficiencia del modelo teórico moderno. Tal vez supongan la propia crisis del Estado Constitucional Moderno. Algunos ejemplos recientes parecen mostrar esta crisis: el complejo de industrias mundiales de alimentos que arrasan simientes tradicionales acaban por crear una situación de desequilibrio alimentario en el planeta. Además de eso, hechos como la comercialización mundial del petróleo, el monopolio de la comunicación y la realidad virtual manipulable demuestran que la “internacionalización” del Poder Público de la modernidad probablemente cederá espacio para la transnacionalización de ese mismo Poder Público. Repensar, pues, la Democracia en este momento es fundamental, principalmente en su vertiente transnacional. Todo el mundo ajustado y afectado por la globalización, está cada vez más seguro de que el único poder legítimo es el poder decidido por la mayoría, que se constituye a partir de instrumentos democráticos efectivos.
Palabras-clave: Democracia, Transnacionalidad, Estado Constitucional Moderno, Estado Transnacional, Crisis Financiera.
Abstract: The problems the world is experiencing nowadays, particularly the serious global financial situation, are another clear sign of the inadequacy of the modern theoretical model. They might reflect a crisis in the Modern Constitutional State itself. Some recent examples, such as the complex of global food industries which has destroyed traditional seeds and has ended up creating a situation of food imbalance on the planet, the petroleum commercialized worldwide, the communications monopoly, and the manipulable virtual reality, demonstrate that the “internalization” of the Public Power of modernity will probably give way to a transnationalization of this same Public Power. Rethinking Democracy at this time, particularly in its transnational aspect, is essential. The whole “awakened” world, affected by globalization, is increasingly certain that the only legitimate power is that in which investiture is decided by the majority, based on effective democratic instruments.
Key words: Democracy, Transnationality, Modern Constitutional State, Transnational State, Financial Crisis.
Parte I – La(s) Crisi(s) – Consideraciones Introductorias
Mientras este artículo es escrito, el mundo del capitalismo globalizado es sacudido por una de las más grandes crisis financieras de la historia, hecho que merece una profunda reflexión. Es, probablemente, una comprobación de los riesgos apuntados por Ulrich Beck . Como el espacio público transnacional aún está en fase de construcción teórica, las naciones asisten perplejas a la derrocada del gran casino global montado por los Estados Unidos. Los países de Europa, que se afanan jugando en ese casino, se hunden junto con la pretendida credibilidad y solidez del sistema financiero norteamericano.
Los Estados Unidos y el mundo ciertamente saldrán diferentes de esta crisis, incluso en términos ideológicos, y se dotarán de mecanismos más rígidos de control financiero. No obstante, esas necesarias transformaciones probablemente no abordarán de manera consciente los problemas sino que se limitan a incorporar mecanismos que pretender dotar, de mayor seguridad, el sistema y sus operadores y olvidando, que en su raíz, se encuentra un modo de entender las relaciones económicas, basadas exclusivamente en el interés individual, alimentando un desaforado afán de lucro e ignorando totalmente el interés de la mayoría .
Aunque el “tsunami” financiero, de modo inmediato, haya afectado directamente a un buen número de operadores económicos que basaban su actividad y expectativas de beneficio en movimientos especulativos, es cierto que tal “ola” está alcanzando sectores esenciales de la economía real, lo que alteró de manera muy negativa el modo de vida y la posibilidad de desarrollo personal y social de centenares de millones de personas en el planeta. Entre otros efectos, la crisis financiera puede implicar 200 millones de personas desempleadas en todo el mundo hasta el final de 2009, conforme afirmó el director general de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), Juan Somavía, en una entrevista colectiva a la prensa.
Según las estimativas de la OIT presentadas por Somavía, el número de desempleados podrá subir de 190 millones en 2007 para 210 millones a finales de 2009, e inclusive ser mayor si la crisis se agrava . No hay, por tanto, como no discutir con profundidad teórica esa crisis, especialmente en el ámbito del Derecho y de la Teoría del Estado y, en general, del Derecho Público, pues esa es la única perspectiva que permitirá que los intereses generales estén presentes en el nuevo orden que es preciso construir.
El mundo académico fue incapaz de prever esa crisis y debe, al menos, discutirla en la medida de su gravedad. Aunque sea una idea que aparece de modo recurrente cuando se discuten problemas globales , nunca estuvo tan evidente la necesidad de crearse un espacio regulador transnacional. En el que compete más específicamente a la problemática en discusión, un estado que someta el capital al interés de la mayoría de los habitantes del planeta.
Con el fin de lanzar luz sobre ese impase, la posibilidad de republicanización de la globalización debe ser, sin dudas, una cuestión céntrica del gran debate que se avecina y, por lo tanto, un óptimo comienzo de discusión. Pero es el papel de la Democracia el asunto que mejor representa las consecuencias posibles para esa crisis que transformó las bolsas de valores en pesadillas diarias para las instituciones financieras y para buena parte de los habitantes del planeta.
Así, las principales preguntas a las cuales se quiere ayudar a responder con el presente artículo son: ¿como será y que papel tendrá la Democracia Económica en el siglo XXI ?, ya que esta es una de las formas teóricas de Capitalismo Democrático. Se adelanta que los requisitos que pueden satisfacer un proyecto de democratización de las relaciones económicas presentan dos matices: primero, “diseño global” de la capacidad de persuadir a aquellas personas que reconozcan valor en las políticas de innovación (de identidad y de solidaridad). Segundo, prever beneficios materiales que los individuos puedan percibir inmediatamente o calcularlos con facilidad (incentivos materiales e individuales).
Los programas de Democracia Económica pueden, entonces, desarrollar la doble función de movilizar las pasiones y los intereses – los dos matices. En este sentido, es importante la investigación que realiza Domenico Nuti , que parte de la hipótesis de que las diferentes acepciones de Democracia Económica – corrección del funcionamiento espontáneo del mercado a través de políticas de intervención del Poder Público a partir de la constitución de instituciones reguladoras de Gobierno Transnacional y valorización de diferentes ámbitos de Democracia Micro-Económica – no son alternativas, sino instrumentos complementarios de la Democracia como valor. Las investigaciones del autor italiano concluyen que el proceso de Democracia Económica se desarrolla a través de una pluralidad de dimensiones, que van desde lo económico, pasando por lo social y llegando al fundamental factor ambiental.
Además de Domenico Nuti, otros autores apuntan, de modo general, que la Democracia Económica puede ser asociada a algunas dimensiones. Una de ellas estaría relacionada con la “superación de los modelos de industrialismo”. Según esta visión, los programas de Democracia Económica tendrán dificultades para alcanzar éxito si no fueran abiertos a la mayoría de los trabajadores y ciudadanos. Considerándose el modelo socialdemócrata sueco, que funciona como una especie de paradigma, la Democracia Económica debe ser considerada la tercera etapa en el desarrollo de la Democracia y deberá señalar la evolución desde las democracias política y social (que ya están razonablemente discutidas, pero no implantadas, principalmente en los países denominados emergentes, como Brasil) hasta la Democracia Económica. La cuestión está, pues, conectada a todas las tentativas para ampliar y calificar la ciudadanía . Está claro que un nuevo modelo de Poder Público, superados los conceptos clásicos de Soberanía, División de Poderes y Democracia Representativa, constituirá un fundamental medio de cultura para los proyectos de Democracia Económica.
Ya a otra dimensión está vinculada con las reformas y funcionamiento de las relaciones industriales. El proceso, muy probablemente, será multidisciplinar, y aquí, en el caso, economistas y administradores públicos y privados deben estar convencidos de la preeminencia del cambio, hasta para la propia supervivencia de la especie humana. En la mayoría de los países, existe una crisis crónica y desorientadora de los modelos clásicos del pluralismo y del neo-corporativismo. Las relaciones empresariales más eficaces son aquellas que combinan un buen grado de concentración con márgenes de descentralización, de regulación rigurosa con elementos de flexibilidad. El rol de empresas interesadas sólo podrá consolidarse si están presentes propuestas de aumento de calidad y la participación en sus resultados y en sus funciones de coordinación y administración.
Como se consigue percibir, es preciso ir hondo en las propuestas de reforma de los fundamentos del Capitalismo. Si no fuera controlado por la Sociedad, cualquier tipo de tentativa de desarrollo de modelos de Poder Público Transnacional será efímero, infructuoso. Y el único modo tal vez de convencer los centros de mando capitalistas es demostrar que el futuro de la humanidad y lo del propio capitalismo depende de ese cambio de concepción, haciendo converger Democracia, logro e interés social transnacional para el bien común.
Colocar ese tipo de cuestión poco tiempo después derrocado el mundo comunista puede sonar como provocación o una invitación dudosa a la predicción. Pero, aunque nadie dude que la caída del Muro de Berlín ha marcado el final de una época, se necesita conocer la época que terminó para poder medirse el verdadero alcance de este acontecimiento y sus repercusiones.
Los optimistas defienden que la época terminada comenzó en 1945. En nombre del combate por la Democracia, se había derrotado a Hitler. Y, no se puede olvidar, la derrota sólo se dio con la ayuda de Stalin, que cobró una cuenta bastante alta por eso: la servidumbre de mitad de Europa al comunismo. Cuarenta y cinco años más tarde la victoria fue completa. Parece que fue ganada la batalla de las ideas.
¿Quién hoy recurre la Lenin para cuestionar a Montesquieu? Eso pasó a ser cosa del pasado, pues la evolución de las ideas políticas había alcanzado su última fase, y la República Liberal, heredera del siglo XVIII y de la filosofía ilustrada, representaría la forma más perfecta de organización humana. La libertad burguesa había triunfado y se estaría cerca del fin de la historia, si es verdad que la historia, a pesar de todo, es la batalla de las ideas. Francis Fukuyama y su The end of history and the last man parecía tener razón .
Los pesimistas denunciaron esa interpretación, que juzgaron simplista e ingenua. El periodo que termina no comenzó en 1945, pero sí en 1917. El paréntesis ideológico de la revolución bolchevique estaba concluido y no se estaría asistiendo al final de la historia, pero sí al retorno de las naciones. Nuestra triunfante modernidad estaría amenazada por un retroceso histórico. Se estaría ofuscado por el siglo XIX.
Sobre el conocimiento que se tiene sobre esa interposición de épocas, ese artículo muestra una hipótesis mucho más amplia. El año de 1989 no cierra una época iniciada en 1917 o en 1945. Gracias a 1789 , 1989 concluye lo que se institucionalizó: la era del Estado Constitucional Moderno Soberano y endógeno. La era de la modernidad político-jurídica caracterizada por la “justificación del político”. Luego, el problema pasó a ser que el ámbito de lo “político” rebosó incuestionablemente los estrechos límites del Estado Constitucional Moderno, cambiando radicalmente.
Así, tras realizar una revisión histórica de ciertas alteraciones político-económicas, se hizo inevitable verificar la obsolescencia de las instituciones modernas y descubrir que, entre la era en que estamos entrando y las construcciones de la Época de las Ilustración hay más diferencias que entre ésta y la era patrimonial que la ha precedido. Sin embargo, aún será muy difícil admitir el agotamiento del Estado Constitucional Moderno, así como será difícil abandonar el barco a la deriva y semi-naufragado . El desafío se coloca, porque no se conoció más nada diferente de las categorías Democracia Representativa, Libertad, Igualdad y Política, las cuales aún definen los horizontes del pensamiento. Por otro lado, ya no hay seguridad en conocer significados de categorías cuya adhesión deriva más de un “acto reflejo” que de la reflexión, propiamente dicha.
Como escribe Ferrajoli se vive hoy – y todos deben ser conscientes de ello – una crisis histórica no menos radical que la que aconteció con las revoluciones burguesas del Siglo XVII. La potencia destructiva de las armas nucleares, las agresiones cada vez más catastróficas contra el ambiente, el aumento de las desigualdades sociales, la explosión de los conflictos étnicos hacen con que el equilibrio planetario sea cada vez más precario, y, por lo tanto, que se haga más difícil la conservación de la paz. Y ahora la crisis financiera.
Se está llegando a la conclusión de que los herederos de la Era de las Luces son apopléticos: las leyes se convirtieron en recetas, el Derecho en método y el Estado Constitucional Moderno en meros espacios jurídicos incapaces de enfrentar los desafíos transnacionales. La gran cuestión a ser respondida es si eso es suficiente para asegurar el futuro de la Democracia. Se debe preguntar, hoy, como será la Democracia sin soberanía nacional. El gran edificio de la era moderna perdió sus cimientos y flota, libre de todas las amarras, abandonado a sí mismo, hecho papel que se lleva el viento, como escribe Ferrajoli.
Por otro lado, parece ser un error ver con temor el fin de esta era. Sería un enorme error ver el Estado Constitucional Moderno como un fin en sí mismo. La organización política heredada de la Edad de las Luces representa sólo un episodio de la historia humana, el medio que fue encontrado, en una correcta etapa de su desarrollo, para fundamentar la libertad en una orden política.
En el momento actual la Sociedad Mundial está carente de un “upgrade” civilizador. Las últimas generaciones humanas son deudoras de un efectivo nuevo avance del que se puede llamar de un mundo solidario y humanizado. La modernidad se caracterizó por un significativo avance, a pesar de ser un avance basado en el individualismo. El mundo actual es complejo demás para sus obsoletos paradigmas teóricos.
Se debe comprender que esta nueva era no debe ser combatida – sería trabajo inútil – y sí ser objeto de nuevas teorizaciones, que puedan conducir a la humanidad a su episodio siguiente, siempre con la perspectiva de una evolución positiva .
El ser humano, dueño de inteligencia y diferente de los otros animales, está en el planeta, probablemente, para probar que puede sobrevivir sin estar en el estado de naturaleza, que es posible vivir en una organización política democrática adscrita a los paradigmas de participación, de la política de tolerancia, de la distribución de la riqueza, de la utilización sustentable del medio ambiente, de la solidaridad y de la diversidad y del socialismo , no necesariamente en ese orden.
Para eso es preciso entender que el capitalismo “suelto” y “desteorizado” formó una tecno-estructura que es una red global que nada tiene a ver con el libre mercado, ya que éste está basado en un sistema mundial asentado sobre cinco monopolios : I – El monopolio de las finanzas, basado en el padrón dólar de Estados Unidos de América y en las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. El monopolio de las finanzas hace de la economía financiera especulativa un virus que está destrozando – o ya destrozó – las economías productivas, haciendo con que los trillones de dólares que circulan diariamente en los principales centros financieros superen en más de dos veces las reservas de los bancos céntricos de los países que componen la Organización para Cooperación y Desarrollo Económico – OCDE. Aún con el Euro, es importante decir, que esa realidad permanece prácticamente intacta; II – El monopolio tecnológico, que actúa, principalmente, sobre las patentes y derechos de propiedad, atentando gravemente contra la biodiversidad de las especies. El complejo de industrias mundiales de alimentos controla cada vez más las “variedades de alto rendimiento” y arrasa las culturas de semillas tradicionales; III – El monopolio energético, que actúa sobre los recursos naturales y, especialmente, sobre el petróleo, a través de su comercialización mundial y por medio de los países intermediarios. De esta manera, los precios del petróleo pueden ser controlados y el dinero utilizado en su compraventa, recuperado vía mercado financiero para inversiones en los países ricos; IV – El monopolio de la comunicación, que hace que, cada vez más, la realidad sea virtual y manipulable, ya que, a través de los medios de información, pueden convencer a todos de que la verdad es la verdad que les conviene; V – El monopolio militar, que, como fue demostrado en las guerras del Golfo y en la invasión de Irak, tiene relación intrínseca con los monopolios citados anteriormente, formando una estructura integrada. Por estos conflictos, se puede ejemplificar tanto la capacidad de violencia física como su relación con los monopolios de recursos naturales, comunicativos, tecnológicos y financieros, y sus lógicas relaciones internas.
Caso que no se pueda, teórica y prácticamente, ajustar el Poder Público de modo que pueda actuar para impedir que esta tecno-estructura mundial concentre riqueza y amenace la propia vida en el planeta, el futuro estará amenazado. Como apunta Tomas Villasante , la “internalización” del Poder Público de la modernidad probablemente cederá paso al proceso de transnacionalización del Poder Público. De lo contrario, la debilidad del Estado Constitucional Moderno podrá conducir a la civilización a peligrosas posiciones de enfrentamiento y autodestrucción.
Se está viviendo una acelerada etapa de transición a nuevas formas de organización, en escala planetaria. Es importante tener conciencia de que, en la configuración del nuevo orden mundial, la Democracia deberá desempeñar un papel más importante que el Estado Constitucional Moderno, aunque, algunas veces, parezca ser el contrario.
Ese nuevo papel prevé que la globalización del mercado y de las tecnologías de la información debe estar acompañada de una globalización política y social, en la cual los valores democráticos tengan un claro protagonismo. Esta es la única vía, si la intención es tratar de una globalización que beneficie a todos y que no sea meramente cuantitativa, pero principalmente cualitativa. Una globalización que sea asumida como una nueva manera de estar en el mundo y que implique, por lo tanto, nuevo estilo de vida. Un estilo para todos, como comunión de civilizaciones y no la colisión de ellas, como explica Samuel Huntington .
La globalización sólo tendrá sentido y será verdaderamente universal si fuera capaz de estructurar y crear un conjunto de relaciones de un nuevo tipo. Un mundo globalizado presupone nuevas relaciones de interdependencia, nuevas necesidades y, por qué no, nuevos problemas. Presupone aún nuevos sujetos capaces de hacer frente a los desafíos globales. La reconstrucción de la Sociedad post Estado Constitucional Moderno pasa por la rehabilitación de lo político, de lo social y de lo cultural contra la hegemonía de la razón económica . Eso implica una redefinición o, más exactamente, un redescubrimiento del bien común, de un sobrevivir juntos y de un nuevo sentido para la aventura de vivir.
Es posible que se encuentre en este entendimiento una utopía. Tampoco se está pensando que tratar de un asunto con esta capacidad para generar polémica será fácil. Pero lo que es correcto es que no se puede continuar por más tiempo en esa “racionalidad irracional” en que está sumergido el mundo actual. Se está delante de una singular oportunidad histórica: configurar un Poder Público que pueda ser aplicado al local, al regional y al mundial, que sea sensible al ser humano y propenso a incluir todas las personas a un mínimo de bienestar.
Urge percibir que la ausencia de lo político está permitiendo que las grandes corporaciones multinacionales lleven a cabo, en la práctica, una auténtica toma del poder, un verdadero control del mundo al margen de la política. Bajo el velo de una pretendida racionalidad económica y por detrás de una apariencia formal de apoliticidad, se está desarrollando, en la práctica, con extraordinaria fuerza, un nuevo tipo de política, que puede ser calificada como “parapolítica”. Esa actividad “parapolítica”, generada a partir de los centros financieros, está permitiendo que las corporaciones globales ocupen los centros materiales vitales de la Sociedad, de forma imperceptible, sin revolución, sin cambios en la ley ni en las constituciones, a través del simple desarrollo de la vida cotidiana. En consecuencia, los ciudadanos están siendo abocados a un mundo de redes anónimas, en el cual las empresas multinacionales se transforman en el modelo de conducta.
La nueva utopía prevé, por otro lado, la existencia de una integración entre el mercado de la información y de la comunicación, gracias a las redes electrónicas y de satélites, sin fronteras, funcionando en tiempo real y de forma permanente.
Así, la globalización puede ayudar en tres sentidos: poder hacer evidente la interdependencia; haber despertado el pluralismo de la diversidad y haber ampliado a varias capas de la población mundial la sensación de pertenecer a una realidad transnacional y, también, transestatal, capaz de despertar los vínculos de solidaridad imprescindibles para la emergencia de una sociedad global, algo a que la humanidad nunca asistió .
Parte II – La(s) Democracia(s)
El sistema mundial actual es un producto del capitalismo industrial transnacional que integra en sí tanto sectores pre-industriales, como sectores post-industriales. Entonces, la utopía de una Sociedad más justa y de una vida mejor solamente podrá prosperar con la inserción de los principios democráticos en las prácticas capitalistas; una idea que, siendo utópica, es tan necesaria como el propio capitalismo.
A pesar de la desaparición de las fronteras que separaban los sistemas políticos en función de su adhesión a modelos económicos antagónicos, continúa teniendo una elevada dosis de actualidad el problema de la relación entre Democracia y economía de mercado. El problema está en la posible incompatibilidad entre la “autodeterminación del Estado” – como reflejo teórico, por su parte, de la gana de la mayoría popular soberana – y el poder financiero y económico de las grandes corporaciones empresariales. Esa dialéctica gana mayor intensidad si se considera ese tan conocido fenómeno denominado globalización, que viene a confirmar la subordinación del Estado Constitucional Moderno a la decisiones adoptadas en los circuitos económicos que forman las grandes multinacionales y los mercados financieros, en los cuales el protagonismo está a cargo de instituciones bancarias con un considerable nivel de independencia con relación a los ambientes democráticos.
Esta realidad está en la pauta de la doctrina más avanzada, que entiende que serán necesarios esfuerzos para democratizar el capitalismo y hacerlo solidario, superando la idea de acumulación individual, o de grupos, en detrimento del conjunto de la Sociedad global.
Repensar la democracia en este momento histórico significa hacerlo de un pluralismo que tiene dos partes: una pluralidad de actores que disputarán la gobernanza mundial y que el paradigma de la endógena romperán estado moderno, y la pluralidad de las culturas que exigen la libertad sea vivida al servicio de la inclusión social y la igualdad sea vivida al servicio de la diferencia. Esto implica, por supuesto, ir mucho más allá del modelo liberal de la democracia representativa.
La teoría de la democracia no necesariamente tiene que ser reinventada, pero sin duda, debe ser reorientada. El término «repensar» debe entenderse como un intento para capturar y centrar los nuevos problemas de una historia que pasó página y empieza de nuevo. Esto es algo diferente del final de la historia. Contrariamente a lo que Fukuyama sostiene, se enfrenta a un futuro de incógnitas densas y muy diferentes, muy distinto al presente que se conoce. Esto requerirá una buena dosis de valentía y esperanza en la cara de un futuro que, en buena medida, estará en manos de los que proponen teorizar un nuevo Poder Público para después del Estado Constitucional Moderno.
En cualquier caso, y cualquiera que sea el «pilar» de la vida en las comunidades políticas – el idioma, las costumbres, la cultura, la religión o incluso de la raza – el mundo del siglo XXI ya no cree en la legitimidad que no es verdaderamente democrática.
En la actualidad, a pesar que su gravedad no es reconocida plenamente, se está presenciando una profunda crisis, no éste o aquél sector, sino del modelo de la civilización moderna.
Es importante destacar que las premisas básicas de los revisionistas democráticos fallaron: la élite no defiende los valores democráticos, sino oligárquicos y sus y es el apoyo de los movimientos de masas los que defienden los derechos democráticos y los cambios que confrontan con los intereses de las élites (derechos civiles, las mujeres, la ecología, la mano de obra). James Petras señala, por cierto, que las sociedades complejas son más fáciles de entender por las élites que defienden grupos de intereses privados.
Es importante destacar que, para que la democracia funcione en el entorno actual, tenemos que revisar las mentalidades y actitudes, no los métodos o procedimientos. Cómo escribir Arnaldo Miglino , la democracia no puede ser sólo una manera de proceder. Ella es, ante todo, un valor que requiere la aplicación de otros principios como la libertad de expresión y de opinión, la libertad de obtener información exacta e imparcial y publicidad de los hechos que se refieren a la esfera pública. Teniendo en cuenta que uno de los fundamentales de la democracia es la elección de los gobernantes, sería imposible, de hecho, que la gente pudiese hacer una elección sin gozar de la libertad intelectual y sin poder disponer de información sobre la realidad.
La categoría «democracia» no se utiliza aquí en términos de la teoría sistémica, del pensamiento Friedrich Müller , pero sí en el Derecho Público y Teoría del Estado. Por lo tanto, se preocupa de todas las normas, estructuras, objetivos y valores básicos de un Estado – o de un espacio público transnacional – que puede ser llamado «democrático». También aclara que la «exclusión social” no sólo se refiere a la pobreza o la marginación, sino de también la conocida y mortal «reacción en cadena de la exclusión», que se materializa mediante la exclusión económica y financiera e incluso de la exclusión legal (la denegación de la protección jurídica y los derechos humanos, etc.), por la exclusión social, cultural y política. Son valores que, sin embargo, evitan que un Estado pueda ser llamado democrático.
La democracia no está exenta de peligro de destrucción – de autodestrucción. Esto se debe a que la democracia es, paradójicamente, en contradicción con la necesidad del sentimiento de pertenencia a la comunidad. La Democracia Representativa Moderna es un sistema frío. Se compone de principios, normas e instituciones. Pero su existencia depende del esfuerzo y el compromiso de los ciudadanos. Por lo tanto, el enemigo mortal que amenaza a la democracia es la indiferencia y la pasividad de los ciudadanos, la impotencia de los individuos contra el universo kafkaniano del poder transversal del moderno Estado Constitucional y del poder insensible del mercado y de la economía.
Se percibe que en este contexto complejo, algunos se ocupan de buscar diagnósticos, más o menos definitivos y soluciones de emergencia que operan, a menudo de la simplificación arbitraria de lo complejo. Siempre aparecen comentaristas e interesados que están dispuestos a ignorar la magnitud y el alcance de muchos de los problemas, encontrando fórmulas mágicas capaces de regenerar la construcción de la Democracia Representativa.
Por lo tanto, para evitar el error de simplificar arbitrariamente lo complejo, sin caer en la trampa de complicar arbitrariamente lo simple, lo que está tratando hacer, a través de este artículo, es analizar el impacto de este conjunto histórico de cambio en el modelo de representación política y el modelo del Estado Constitucional Moderno, partiendo de las hipótesis de la insuficiencia de ambas figuras políticas.
El largo período de estabilidad vivido después de la Segunda Guerra Mundial comenzó a verse afectado a partir de la década de los ochenta, con un discurso más o menos difusa de «malestar civil», que, de manera ambigua, fueron proyectados varios argumentos críticos en contra del actual sistema representativo: desde un cierto sentido de «apoliticismo» difusos, relacionados con el apogeo de la Sociedad Civil, un «regeneracionismo» de sesgo mecanicista utópico, de una lógica sensación de marginación de ciertas minorías o grupos de opinión, y demandas para un mayor control sobre la política.
Se puede especular, entonces, que el gran desafío para el siglo XXI será la construcción de una sociedad democrática global, respetuosa de las diferentes concepciones humanas, sobre la base de la paz, la preservación de la vida, la justicia social, y el acceso a todos al bienestar . El objetivo es construir un modelo de organización social, política y jurídica para superar y sustituir el actual modelo de exclusión y concentración de la riqueza, el llamado Estado Moderno Constitucional, en otro modelo de gobierno democrático, capaz de realizar estos deseos. Caso contrario, entonces sería un estado demócrata que no podría tolerar más .
Por lo tanto, es necesario, antes de nada, que la comunidad científica dedicada a la ciencia y la teoría del estado esté – al menos gran parte de ella – de acuerdo con la tesis de la necesidad de teorizar una alternativa a la Constitución del Estado Moderno y la Democracia Representativa. Antes de eso, cualquier sugerencia será considerada como una musa y acusada de ingenua, romántica, utópica, etc.
En un intento de revisar la teoría del estado, parte de la doctrina insiste en la refundición de Marxismo y Anarquismo, que sufren los mismos anacronismos que afectan a la Estado Constitucional Moderno y a la Democracia Representativa. Fueron, puede decirse, reacciones al Estado Constitucional Moderno. Y, por tanto, terminan siendo el propio espectro antagónico del Estado Constitucional Moderno en una relación dialéctica.
Es importante resaltar que, el Estado, lato sensu, como Poder Público, no se cuestiona. Tanto es así que, como podemos ver a continuación, siempre existe la posibilidad de existencia de una organización para ejercer el Poder Público. Por lo tanto, la caracterización clásica del Estado, con concurrencia de población, gobierno, y capacidad de decisión y autonomía, y ya no soberano, ya está viciado, lo que nos impulsa a buscar. Buscar en la dirección de competencia compartida, global, con un capitalismo democrático socialista, un Estado Transnacional. Estas cuestiones son el resultado de los hallazgos científicos, que permiten la base para una teoría sobre la superación del Estado Constitucional Moderno .
Los elementos que reúne la doctrina más avanzada indican que deben ser producidos intensos debates teóricos sobre la posibilidad de superar algunas de las categorías secularizadas de la modernidad: Liberalismo, Socialismo, Capitalismo Liberal, Welfare State, Social-Democracia. Todas están contaminadas por el conjunto de teorías que idealizaban el moderno Estado Constitucional de Derecho y la Democracia Representativa.
De este conjunto, se debe llamar la atención sobre el Capitalismo Liberal. Él sí es un virus contaminante de todo el modelo llamado Estado Constitucional Moderno. La crisis financiera internacional, que puede matar a millones de personas por sus consecuencias, no puede ser combatida eficazmente por los instrumentos disponibles actualmente. La complejidad del sistema financiero internacional desorienta los sectores productivos, mientras que las reacciones espasmódicas del Gobierno en la toma de decisiones contribuyen a la frecuente sensación de anarquía. El sistema político, zigzaguea erráticamente de un día para otro, y complica mucho la lucha de nuestras instituciones sociales básicas para la supervivencia.
En las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI se está registrando un estado de profunda crisis en todo el mundo. Una crisis compleja, multidimensional, cuyas facetas afectan a todos los aspectos de nuestra vida – la salud y el estilo de vida, la calidad del medio ambiente y las relaciones sociales, la economía, la tecnología y la política . Es una crisis de dimensiones intelectuales, morales y espirituales. Una crisis de escala y urgencia sin precedentes en la historia de la humanidad. Por primera vez, tenemos que hacer frente a la amenaza real de extinción de la raza humana y toda la vida en el planeta.
El ecosistema global y la evolución futura de la vida en la Tierra se encuentran en grave riesgo y puede resultar en un desastre ecológico a gran escala, como ocurre ahora con la economía mundial. El deterioro de nuestro medio ambiente se ha visto acompañado por un aumento correspondiente en los problemas de salud de las personas . Mientras que la nutrición y las enfermedades infecciosas son responsables de más muertes en el Tercer Mundo y los países industrializados son flagelados por enfermedades crónicas y degenerativas denomina «enfermedades de la civilización”, la civilización del Estado Constitucional Moderno.
Se prevé un futuro tan caótico que es urgente la inversión en una propuesta innovadora como la que seguirá.
Parte III – La Transnacionalización
El mayor problema de la economía -y las finanzas- globalizada, derivado de las entrañas de la modernidad, surge de la base de su filosofía de libertad política: el nuevo capitalismo y el liberalismo económico, como apunta Friedrich Müller . Es una sensación de que se está saliendo de un ciclo político que dominó los dos últimos siglos, pero la falta de alternativas está llevando al mundo a una crisis financiera sin precedentes, y no hay evidencias capaces de sugerir, también, cuáles serán los futuros términos de la confrontación política . La zona aún no explotada por la política y cread por la globalización del capitalismo pone de manifiesto la necesidad de una legitimación del poder público entre los estados nacionales.
Por lo tanto, es importante destacar la propuesta del sociólogo alemán Ulrich Beck , relativa a la sustitución de las relaciones «internacionales» conflicto y / o competencia para las relaciones «transnacionales» de la solidaridad y la cooperación.
El autor alemán propone que la «globalización» trae el tema de la comprensión y la organización de la sociedad al orden del día en el debate público, y ello con una urgencia que no se conoce desde el marxismo y las controversias acerca de la lucha de clases.
En otras palabras, la sociedad mundial, formada a partir de la «globalización» promovida por la hegemonía capitalista (consolidada a partir de 1989) refiere a un «mundo nuevo», una especie de continente sin explotar que abre paso a una tierra de nadie, sin fronteras, un interespacio entre lo nacional y lo local. Como resultado de ello, Beck indica el nacimiento de una serie de iniciativas propias de la sociedad globalizada. Esto puede ser percibido en la relación de los Estados nacionales con las multinacionales, que tiene un futuro posiblemente vinculante: Transnational Law. Esta predicción se justifica por la búsqueda de la delincuencia transnacional, la posibilidad de alcanzar un proyecto de política cultural, y las posibilidades de acción de los movimientos sociales transnacionales, entre otros.
El concepto de estado transnacional, presentado por Beck es una de las posibles alternativas al fenecimiento Estado Constitucional Moderno y la crisis financiera internacional. Beck también sugiere que hay una racionalización subyacente: el Estado Constitucional Moderno no sólo es obsoleto, sino que también es irrenunciable como espacio público garante de las políticas nacionales e internacionales de transición, lo que se regulará «transnacionalmente» y configurará políticamente el proceso de globalización.
No cabe duda que hoy nos enfrentamos a una enorme crisis de las bases teóricas del Moderno Estado Constitucional, agravada por el colapso de las finanzas mundiales, crisis que podría ser (o que ya se traduce) en el aumento del nivel de rechazo de las instituciones por los ciudadanos . Es justo preguntarse si, como una posible vía de escape se viene indicando la integración entre las diferentes tendencias teóricas que abordan el futuro de la situación en un entorno globalizado, donde las tecnologías de la información – que permiten, técnicamente, una asociación más inmediata de los ciudadanos durante la propuesta, la decisión y control – nos pueden ayudar a proponer que, en teoría, el espacio público transnacional necesario del siglo XXI.
Parece claro que el capitalismo global hará todo lo posible para atenuar la actual crisis financiera, siempre imponiendo mayores sacrificios para los menos ricos. Sin embargo, incluso si tiene éxito, las secuelas serán muchas y muy grandes. El desempleo, el aumento de la pobreza y la miseria, la intensificación de la concentración de la riqueza, más la degradación del medio ambiente, entre otros.
Los espacios públicos -y, en consecuencia, el posible futuro espacio público transnacional- serán de interés para todos y pertenecerán a todos o carecería de sentido. O el excluido -que tiene derechos como todos y debe ser considerado en todas las acciones y los movimientos- tiene que ver con la mundialización económica y financiera (y, de nuevo, con el espacio público transnacional), o se estará desarrollando un puro diletantismo del interés de las empresas multinacionales, sin comprometerse con el equilibrio del planeta. Este es el gran desafío: permitir a aquellos que se reconocen excluidos, actuar como ciudadanos globalizados. Que lo local y lo global se complementen.
Para ello, la democracia económica debe servir, ante todo, para que la Sociedad evolucione, para que exista diversidad de opciones políticas y no políticas (culturales, relacionales, locales, sindicales, étnicas, de edad, etc.) y se puedan proponer de la forma más libremente posible, enriqueciendo la complejidad de la comunidad . Se trata de diversos mecanismos y herramientas para la validación, adaptados a las particularidades de cada iniciativa, de acuerdo con el alcance y el momento concreto. La libre circulación de las iniciativas culturales y sociales define mejor una Democracia que quiere avanzar sin el juego moderno de la soberanía del Estado Constitucional, que tiende a bloquear las iniciativas discrepantes.
Parte IV – La Democratización del Capitalismo Global – Comentarios Finales
La democratización del capitalismo es un requisito previo para cualquier oportunidad de evitar nuevos casos de desastre financiero mundial que podría erosionar aún más la calidad de vida en el planeta.
La economía está destinada a producir riqueza. La política se centra, aunque no siempre es así, en la distribución o redistribución de la riqueza. Y las distribuciones se declaran de derecha o izquierda. Pero, en cualquier caso, la política sólo puede distribuir la riqueza si la economía produce. Si la economía no funciona, la política no tiene nada que redistribuir y, en última instancia distribuir la pobreza. La autonomía y la prioridad de la producción de la riqueza, sobre la distribución, es procedimental. Se puede muy bien decir que la distribución es más importante que la generación de riqueza. Sin embargo, el procedimiento sigue siendo la prioridad. Si no tiene suficiente para comer, sólo se puede dividir el hambre. Y esto no es una opción interesante.
Por lo tanto, considerado lógico el procedimiento descrito anteriormente, diseñado por Giovanni Sartori , lo que queda es la democratización del capitalismo, es decir, que la comunidad pueda participar en la decisión de qué y cómo se produce, y cómo y dónde se distribuye, principalmente por el acceso al crédito a través de políticas públicas y la distribución transnacional a través de un sistema fiscal, cuyo concepto y caracterización será objeto de futuros artículos científicos.
En principio, una economía de mercado es compatible con cualquier sistema político que otorgue libertad al mercado. Así que, teóricamente, mercado y dictadura pueden ir unidos, como se observó, a las dictaduras sudamericanas de los años 70 y 80. Pero está claro que hoy la realidad es diferente . No hay forma de escapar del «contagio democrático», lo que hace, en realidad, casi imposible esa unión. La victoria de la Democracia como principio de legitimidad permite predecir que el éxito del mercado se convertirá, cada vez más, en una demanda de la Democracia. Con la condición, por supuesto, de que el mercado tenga éxito y que realmente produzca bienestar.
Las democracias representativas actuales carecen de una estructura ética diseñada a partir de los valores democráticos relacionados con las necesidades de la Sociedad Mundial. Los valores que se imponen son los valores de mercado, el modelo de conducta es el de las estrategias de negocios que se mueven por el lucro, dejando de lado otros principios éticos y los valores esenciales para vivir plenamente, así como la libertad y la generosidad . Así pues, la única política posible parece ser la de la lógica que el sistema económico establece. Esta colonización de la vida pública por la economía hace que los estatutos de defensa del consumidor (y su lógica) se fuesen afirmando sobre los derechos de la ciudadanía, mercantilizando la vida política, que queda eclipsada. Como se recordará, en este sentido, que el mercado, incluso con el deseo de ser uno de los paradigmas de la libertad, produce desigualdad y no ayuda a establecer el ejercicio responsable de la libertad. Esto es debido a que el mercado proporciona modelos de debate privados en lugar de públicos, impidiendo a las personas hablar en su calidad de ciudadanos sobre las consecuencias de nuestras acciones en común.
El concepto de «bien común» pasó a la historia. Hoy en día prevalece el interés particular, que tiene mucho que ver con la progresiva tendencia a estructurar el sistema de representación de intereses a través de organizaciones de conocimientos especializados o estructurados en torno a criterios sectoriales . Esto, junto con la incapacidad intrínseca transnacional de la máquina estatal, está contribuyendo a debilitar la capacidad de respuesta del Estado Constitucional Moderno ante la ciudadanía.
Algunos recientes e importantes debates, que están ocurriendo principalmente en el plano académico, del que forman parte teóricos del pos-liberalismo hasta autores como Robert Dahl , que en su libro La democracia y sus críticos, aboga por una «tercera transformación» en la Democracia, o sea, el desarrollo de una «democracia avanzada», capaz de traer los métodos y procedimientos de la democracia a la esfera económica.
Si eso no llegara a suceder, la magnitud de las dificultades económicas que afectan en la actualidad a tantos países, tendrá consecuencias políticas inevitables. Habrá un agravamiento de los antagonismos sociales de todo tipo, la intensificación de la lucha por el bienestar económico y haciendo más insoportable el coste de la derrota. Se desarrollará el estímulo de la migración económica que, a su vez, podrá suscitar en la mayoría de los países desarrollados, la hostilidad contra los inmigrantes y la exigencia de que el Estado se convierta en una fortaleza . Como se puede ver, la depresión económica hace más difícil alcanzar el ideal de la igualdad de la ciudadanía y provoca una pérdida de confianza en la capacidad de los gobiernos democráticos para resolver los problemas sociales . Los sistemas democráticos más sólidos podrán, quizás, resistir estos choques, mientras que las nuevas democracias, que exigen el paisaje más favorable para la consolidación de sí mismas, pueden sufrir daños irreparables.
No debe haber ninguna sorpresa, por lo tanto, se debatirá en el próximo futuro la creación de espacios públicos entre los estados y que sobrepasen éstos, con el fin de regular y democratizar los mercados, volviéndose los distribuidores de la riqueza. En este sentido, la creación de nuevas instituciones democráticas transnacionales mundiales -capaces de regular y controlar con eficacia la actividad económica y los mercados financieros- deberá ayudar a establecer los patrones humanitarios en ese gran casino en que se ha convertido el actual mercado financiero.
Las desigualdades en el mundo han alcanzado proporciones sin precedentes. Sólo el veinte por ciento de la humanidad disfruta de la riqueza, mientras que el ochenta por ciento vive en condiciones muy precarias.
Para lograr un mínimo de justicia social es necesario, por lo tanto, teorizar –y aplicar – instrumentos de gobierno transnacional sobre la producción y el sistema financiero mundial transnacionalizado, siendo éste un primer paso necesario para una radical redistribución de la riqueza y del poder. Es importante señalar que sólo la redistribución de la riqueza no sería suficiente. Es preciso considerar la adopción de nuevas relaciones de clase y propiedad, más allá de aquellas teorizadas por la modernidad. Lo local y las relaciones de propiedad tienen implicaciones globales. Redes de interdependencia que une lo local y lo global.
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