Autor: Manuel Calbet
Es bastante reciente la presencia sensible de China en el continente africano. Ha sido una penetración silenciosa, si por ello entendemos la falta de noticias en los medios de comunicación, pero importante, profunda y de intensidad creciente.
África, cuna de la humanidad, ha sido un continente destrozado desde el exterior, con activas colaboraciones internas. El poderoso extranjero sólo ha tenido que fomentar la ambición de una reducida élite y armar algún ejército para exprimir los recursos a su antojo, dejando un rastro de desolación y una sociedad torturada.
Son evidentes las desastrosas consecuencias del colonialismo, el neocolonialismo, la guerra fría y los apoyos a regímenes depredadores. Pero nos hemos de preguntar también por la forma en que se ha realizado la supuesta ayuda internacional al desarrollo. ¿Ha habido algún éxito? ¿Algún país, comunidad, aldea ha encontrado el comienzo del camino, ha subido el primer peldaño de la escala del desarrollo? La actuación internacional parece que solo es eficaz para aliviar los efectos de las catástrofes, crear campos de refugiados y atender a las víctimas de las guerras, hambrunas y epidemias, con la amenaza de que una intervención permanente sobre los síntomas puede perpetuar las causas. Da la sensación de que, cuando gobiernos y organismos internacionales llevan a cabo sus programas de desarrollo en África, tienen como prioridad la colocación de sus excedentes, los pedidos a sus empresas y los intereses políticos y económicos propios antes que el progreso del país receptor.
Así que será interesante seguir la actuación de China en África. Está claro que responde a unos intereses económicos y que no hablarán de derechos humanos, pero quizás tengan la inteligencia de crear infraestructuras que, además de beneficiar a sus constructoras, sean útiles. Y de instalar fábricas, centrales energéticas y hospitales que sigan funcionando al cabo de tres años.