Autor: F. Xavier Ruiz Collantes
En los últimos tiempos se está produciendo un progresivo pero claro desplazamiento de las placas tectónicas de los continentes en el ámbito político: América se mueve hacia la izquierda mientras que Europa lo hace hacia la derecha.
Tendencias políticas divergentes
La elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos y el ascenso de diversas fuerzas políticas de izquierda al poder en numerosos países latinoamericanos se contraponen a los últimos resultados de procesos electorales en países como Francia, Alemania o Italia, más el que se espera próximamente en el Reino Unido y, recientemente, a los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, en las que la derecha ha derrotado claramente a la izquierda. Todos estos hechos representan notables referencias de los movimientos tectónicos señalados.
Se trata de una tendencia que parte de dos posiciones previas diferenciadas. Europa Occidental se ha caracterizado, desde la Segunda Guerra Mundial, por un modelo económico y social fundamentado en el llamado Estado del Bienestar, modelo impulsado por un pacto inicial entre democristianos y socialdemócratas, pero que en sí mismo ha llevado el sello programático de la socialdemocracia. Este modelo se ha basado en la preponderancia de las clases medias, de sistemas fiscales progresivos, de servicios sociales universalizados y de una intervención correctora del Estado respecto a los excesos producidos por la dinámica del mercado. En América las diferencias de modelos entre los Estados Unidos de Norteamérica y los paises latinoamericanos resultan obvias pues, entre otras cosas, poseen un nivel muy diferente de desarrollo y mientras el país norteamericano ha ejercido su hegemonía como centro del sistema económico global, los paises latinoámericanos son paises dependienetes situados en la periferia de dicho sistema. Sin embargo, en todos los casos existen notables divergencias respecto al modelo europeo y si hay algo que comparten es que sus diversos sistemas económicos y sociales no han contemplado, salvo algunos intentos históricos, el valor asistencial y corrector del Estado respecto a la dinámica de desequilibrios sociales generada por el capitalismo y han tendido, por tanto, a producir amplísimas desigualdades entre los diferentes sectores de la población , especialmente en los países latinoamericanos .
Las huellas del neoliberalismo
En las últimás décadas, la irrupción de las políticas neoliberales a uno y otro lado del Atlántico ha generado efectos visibles y relevantes. En América su aplicación ha llevado a una exacerbación de las características negativas de sus sistemas socioeconómicos, de los desequilibrios sociales , a la extensión de la pobreza y a una concentración aún mayor de la riqueza. En Europa Occidental el modelo propio se ha ido erosionando como consecuencia de medidas de tendencia neoliberal que han sido aplicadas, en mayor o menor grado, tanto por los gobiernos conservadores como por la mayoría de los socialdemócratas. Tal erosión no ha acabado con el modelo europeo que aún se encuentra a una considerable distancia de los diversos sistemas sociales imperantes en los Estados Unidos de Norteamérica y en los países latinoamericanos, pero está cambiado, paulatinamente, la estructura social y la relación entre Estado, sociedad y mercado en muchos países europeos. Los servicios sociales se están retrayendo paso a paso, se han privatizado las empresas públicas, aumenta el peso de los impuestos indirectos frente a los directos disminuyendo la progresividad fiscal, se desregula el mercado laboral debilitando así la capacidad negociadora de los sindicatos , la seguridad en el empleo y el nivel salarial de los trabajadores, aumentan las diferencias entre las rentas del trabajo y las rentas del capital, se produce una progresiva proletarización de los técnicos medios y superiores y de los profesionales con nivel universitario, lo que ya es muy notorio entre las generaciones más jóvenes de algunos países, y como consecuencia de todo ello la clase media comienza a tambalearse y a asomarse al precipicio y las clases trabajadoras se sienten cada vez más desprotegidas. Todo ello no es producto de una tendencia natural de las cosas, sino de políticas muy conscientemente desarrolladas en favor de los intereses de las grandes corporaciones empresariales, políticas justificadas, a todo volumen por los grandes aparatos mediáticos, como una imprescindible adaptación al signo de los tiempos, y el signo de los tiempos está representado, fundamentalmente, por la globalización y liberalización de los mercados.
Finalmente los excesos a los que ha llevado el neoliberalismo han hecho entrar en crisis el propio sistema capitalista. Y aquí la izquierda parecía que tenía su oportunidad histórica. Ello ha sido así en los Estados Unidos. Aunque no puede decirse que la elección de Barack Obama haya supuesto la entrada en la presidencia de la superpotencia de un político de izquierdas, tal como se empeñan en hacer creer la ultraderecha republicana y ciertos socialdemócratas europeos, como mínimo su apuesta por garantizar algunos servicios sociales básicos a las clases trabajadoras y a las clases medias y su defensa de los derechos civiles más fundamentales, supone un giro a la izquierda en el país norteamericano, sobre todo si se considera el punto en el que lo dejó la anterior administración republicana. En diversos países latinoamericanos la reacción frente al neoliberalismo y la tendencia a la izquierda ya se había producido antes del estallido definitivo de la actual crisis económica y sigue progresando. Pero en Europa todo parece ir en sentido contrario, la izquierda europea está agotada y las fuerzas sociales que le podrían dar apoyo electoral están desactivadas, se sienten confusas y acaban por hacer dejación de sus derechos de implicación y de participación política.
La crisis de la izquierda europea
En Europa ha habido tradicionalmente dos grandes corrientes de izquierda, la comunista y la socialdemócrata. La corriente comunista, que después de la Segunda Guerra Mundial poseía una considerable fuerza, especialmente en los países mediterráneos, se ha ido diluyendo progresivamente, primero por los efectos del Estado del Bienestar que tuvo como consecuencia un desplazamiento de la clase obrera hacia posiciones más moderadas, y después por la implosión del imperio soviético. Hoy los partidos comunistas son residuales en Europa y la actual crisis del capitalismo no los va a resucitar puesto que su referencia histórica, los que fueron llamados países del socialismo real, no supone ninguna alternativa capaz de congregar adhesiones para iniciar un nuevo avance. Pero la paradoja más remarcable puede observarse en la situación de la corriente socialdemócrata.
La socialdemocracia ha sido la matriz ideológica y política en la que se ha fundamentado la construcción del modelo socioeconómico de la Europa Occidental durante las tres décadas posteriores a la derrota militar de los fascismos, modelo que, con toda seguridad, ha supuesto la mejor articulación de libertades civiles, participación democrática y justicia social que se ha producido nunca. Pero hay que tener en cuenta que este proceso se produjo en unas condiciones en las que los grandes poderes económicos del capitalismo europeo estaban amedrentados por la presencia en sus fronteras del bloque soviético y por la posibilidad de revoluciones obreras en sus propios países, ello facilitó la labor de la socialdemocracia a la cual se la dejó desplegar su programa. Hoy la situación ya no es ésta. Desde que las amenazas comentadas desaparecieron del horizonte histórico, el neoliberalismo se hizo hegemónico y la globalización del mercado se ha implantado de manera metódica. En estas circunstancias las socialdemocracias, en muchos países europeos, se han alineado con los intereses de las grandes corporaciones empresariales, han aceptado e interiorizado su lógica, se han sumido en una hipertrofia institucional alejada de los problemas de las clases trabajadoras y las clases medias y, con criterios más social-liberales que específicamente socialdemócratas, se han apuntado, en mayor o menor medida, a la progresiva degradación del Estado del Bienestar que ellas mismas contribuyeron decisivamente a forjar. Y , así, su diferencia con las fuerzas conservadoras se ha convertido más en una cuestión referida a los ritmos y las formas de aplicación de las políticas practicadas que a la dirección hacia donde dichas políticas deberían llevar.
Por todo ello, hoy , cuando el capitalismo neoliberal ha entrado en crisis, los partidos socialdemócratas no pueden presentar alternativas creíbles e ilusionantes desde la izquierda, su compromiso con lo que el sistema capitalista realmente existente representa es ya excesivo y su cultura política es producto de ese compromiso. El argumento de que la intervención del Estado en la estructura económica, ante la crisis, supone una vuelta a las esencias de la socialdemocracia es poco convincente porque todo depende de en qué sentido interviene el Estado, si el Estado lo que hace es transferir recursos extraidos de los ciudadanos contribuyentes para sanear las cuentas de las grandes corporaciones industriales y financieras eso no es una política de izquierdas, sino todo lo contrario, a no ser que vaya acompañado de un cambio radical en las reglas de juego del modelo económico y de sus estructuras de poder, condición que realmente, y a pesar de las declaraciones grandilocuentes que se hacen a izquierda y derecha, no se vislumbra de manera efectiva por ninguna parte.
Dado que la socialdemocracia se enfrenta a la crisis sin una alternativa real y sólo con un discurso defensivo según el cual con la derecha en los gobiernos sería todavía peor, la izquierda social se encuantra sin referentes ideológicos y políticamente huérfana y desmovilizada. Mientras tanto, las clases medias se van , progresivamente , entregando a la derecha e, incluso, a la derecha populista más extrema. Aunque las situaciones sean muy diferentes, no se puede dejar de recordar aquí que una de las consecuencias en Europa de la crisis iniciada en 1929 fue, desgraciadamente, la fascistización de una buena parte de las clases medias.
Actualmente, el único aire fresco que se nota en la izquierda europea es el de los movimientos ecologistas de izquierda, aunque éstos corren el claro peligro de ser fagocitados e integrados en tanto en cuanto sus postulados transformadores sean absorbidos, en una peculiar versión edulcorada y bucólica de los mismos, por el resto de las corrientes políticas.
Y en Latinoamérica bullen las izquierdas
Mientras tanto en Latinoamérica bullen las izquierdas. Izquierdas de todo tipo: socialdemócratas, populistas, nacionalistas, antiimperialistas, indigenistas. Izquierdas que gobiernan a tientas con estilos sobrios o histriónicos, que ensayan caminos nuevos que, a veces, resultan tímidos y otras temerarios, desbocados y hasta, en ocasiones, democráticamente poco modélicos. Pero las izquierdas latinoamericanas se mueven, toman iniciativas, polemizan y rivalizan entre ellas, presentan proyectos alternativos y concitan detrás suyo la adhesión de grandes sectores de las clases populares. Es posible que como resultado de tanta ebullición quizás aparezca algún nuevo referente para el futuro de la izquierda internacional. Quizás sí o quizás no.