Se podría añadir un elemento más, relacionado con el valor que se da a las cosas y que se puede ilustrar con la metáfora del baile de la escoba. Empieza el juego, suena la música y las parejas bailan. Un hombre, o una mujer, baila con una escoba que al cabo de un rato cambia por una persona, y así la escoba va pasando de mano en mano y al final pierde quien la tiene cuando acaba la música. Podemos imaginar una variante del juego, en la que por tener la escoba se ha de pagar un precio que va aumentando en cada transacción. La música suena desde hace tiempo y no hay indicios de que vaya a parar. Ante un negocio tan lucrativo todos quieren conseguir la escoba, que cambia de manos con gran rapidez. Pronto se piden más escobas, tres, cinco, diez. Los espectadores, al cabo de un rato, empiezan a sentirse incómodos, ellos también quieren ganar dinero y acaban saliendo a la pista donde todo el mundo se hace rico. Aparece una corporación de “agentes financiero-escobiles” que organiza, facilita el acceso y hace posible esta nueva economía que enriquece tan rápidamente a las personas. Para atender tanta demanda, montan una fábrica de escobas tan bien diseñadas en función de su finalidad que no barren. Otra actividad importante de la corporación es la comercial, animando a los indecisos a salir a bailar. La campaña publicitaria se basa en un mensaje sencillo y directo: es de tontos no aprovechar la oportunidad de hacerse rico. Por último la rama financiera presta el dinero presta el dinero fácilmente para que todo el mundo pueda participar. Por todos estos servicios, la corporación sólo cobra un porcentaje de las transacciones, que rápidamente distribuye entre sus agentes.
En un momento dado para la música. No ocurre de repente, ya se veía a los músicos cansados, el ritmo se iba perdiendo, pero, aunque se presentía el final, todos querían hacer el último negocio. El espectáculo final es tragicómico, con casi tantas escobas en danza como personas, que desesperadamente intentan colocarlas en inútiles esfuerzos.
Ahora la preocupación general es que la crisis dure lo menos posible. Eso es importante porque mucha gente lo está pasando muy mal. Pero más importante que el tiempo es la forma en que se sale de ella. El capitalismo tiene crisis periódicas porque periódicamente (o constantemente) se actúa contra toda racionalidad. Estas prácticas irracionales se justifican habitualmente porque producen o se producen en periodos de crecimiento de determinados parámetros económicos. Pero las series temporales son fácilmente manipulables y, sobre todo, la viabilidad del sistema no depende de la duración o intensidad del periodo de crecimiento, sino de la racionalidad de sus fundamentos.
Pensemos en tres episodios especulativos famosos: los tulipanes holandeses del siglo XVII, las acciones de la bolsa de Nueva York en 1929 y la burbuja inmobiliaria, hipotecas basura y activos tóxicos de 2007. Todos tienen en común el haber pagado un precio que no estaba en función del valor o del rendimiento intrínseco del bien, sino que estaba determinado por el precio que alguien pagaría en el futuro. No se saldrá bien de la crisis si no se introduce racionalidad en el sistema, y un principio elemental es que pagar un precio especulativo es un riesgo para quien lo hace, y, al generalizarse, asegura una crisis al sistema.